El dudoso valor de la novedad
Las personas expertas en mercadeo y publicidad han empleado tanto la palabra nuevo que nos hemos desensibilizado hacia ella, demasiadas cosas carentes de valor se han pretendido amparar con esa denominación. Cada vez que se modifica ligeramente un producto previo, se le cuelga esa etiqueta.
La estética, a menudo, presenta un juicio que pretende hacerse pasar por ético, pero no tiene una vocación de cumplimiento universal, por ende, siempre se queda en la mera apariencia (estoy casi convencido que no es posible superar el pensamiento de Kant), simplificando: no matar a otro ser humano salvo legítima defensa por ejemplo, es un imperativo ético, pero, que una persona haga una campaña en redes sociales fingiendo que la vida humana en un país determinado le importa y debe preservarse a toda costa, carece de ethos, es una simulación emocional de un despliegue de aparentes emociones (pathos), que únicamente obedecen a una proyección narcisista de validación externa mediante la presentación de un self inauténtico. Lo interesante es que esa práctica es también de vieja data, lo que ha cambiado es el soporte, no la intención.
El soporte ideológico de la posverdad
A diferencia de la Modernidad, que trataba de explicar los problemas comunes y la búsqueda de sentido de nuestra especie a través de los grandes relatos: las religiones tradicionales, el respeto por las verdades científicas, entre otros. Con la llegada de la Posmodernidad, potenciada por la globalización del mercado a inicios de los años noventa del siglo veinte, se exalta lo irracional, lo falso y la voluntad de poder. De tal manera que no tiene razón el que presenta los mejores argumentos, sino aquel que es más fuerte.
Porque para la Posmodernidad ya la realidad como tal no existe, sino que lo que importa es el lenguaje con que esta se explica. A mayor edad, peor es el impacto que el ciudadano recibe en la percepción de las fuentes de información, pero las generaciones jóvenes que nacieron en este acuario digital nadan entre verdades alternas y posibilidades fluidas, lo que hace que no se apeguen con facilidad a nada, ni a nadie, a menos que ello tenga un factor de conveniencia palpable en donde la convicción no existe, sino que tiene que materializarse en una recompensa pronta y fugaz.
Por eso, los políticos tradicionales no pueden adaptarse a un electorado que no se parece en nada al que conocieron, porque esos votantes ya fallecieron o mutaron, o bien fueron sustituidos generacionalmente por personas con mentalidad prêt-à-porter que quieren entretenerse, no educarse necesariamente, y los políticos también, para estos ciudadanos, aquellos deben ser creadores de contenidos, más que gestores de soluciones.
¿Tiene la culpa Nietzsche?
Aunque la mayoría de los pensadores posmodernos no lo admitan, el filósofo alemán asentó que: “no existen los hechos, solo interpretaciones”, escribió en 1873 en su libro: “Sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral” que se convirtió en un texto de culto, y del cual se derivó la creencia que la ciencia esconde la dura realidad de la vida y empieza a surgir una nueva mitología: la primacía de la emotividad, que cuestiona los datos comprobados a través del método científico.
Como es de apreciar, el movimiento que niega el cambio climático no nació hace una década, se viene gestando hace más de un siglo, tal vez no en este tópico concreto, pero sí en cuanto a su mentalidad anticientífica. El paso siguiente, dentro de esta ola rocambolesca fue abandonar la verdad como fuente de felicidad y virtud, entonces surgió el paradigma opuesto que pregona que la ignorancia es un bien y trae dicha.
Este estamento tiene una legión de practicantes, pero aquí no cabe un reproche, porque la posmodernidad es la culminación del individualismo, entonces si la idea es vivir el día y no pensar en nada más que en disfrutar el momento, no cabe necesariamente un compromiso colectivo de salvar algo más que el pellejo propio, y acá es donde entra el Populismo con su discurso del roast, porque la denuncia, la chabacanería y el desparpajo de hoy se confunde con construir patria para los contemporáneos y solo ofende a los vetustos practicantes de una ética que no puede competir en la arena política; yo no digo que los populistas tengan razón, lo que afirmo es que su discurso está en sintonía con el tiempo que vivimos y proclaman lo que los electores quieren escuchar.
El mito del hombre fuerte
En general, América Latina ha experimentado un crecimiento de la brecha entre ricos y pobres. Aunque las cifras macroeconómicas remonten, eso poco tiene que ver con la distribución de la riqueza y por ello existe mucho resentimiento, frustración y descontento con la llamada clase política tradicional.
Entonces el populismo en realidad no es una política, es un estilo de hacer política, en donde quien ejerce el liderazgo dice lo que piensa de manera transparente, con la construcción de una imagen que impresiona como auténtica (pero es diseñada por spin doctors como cualquier otra), que se comunica de forma emocional, no argumentativa, ni racional, utiliza frases comunes y parece cercano a las clases populares.
La estrategia de manual es utilizar discursos de odio, porque sus destinatarios lo perciben más creíble mientras más antisistema y brutales son sus palabras, de las cuales no se disculpa jamás. El hombre o mujer fuerte populista, al ser investigado ataca en lo personal a los funcionarios que cumplen con su deber con el objetivo de encontrar algo en su vida que pueda airear en lo que antes se llamaba opinión pública y ahora es el escarnio digital, para generar miedo. El líder está enamorado del poder, lo hace sentir vivo y feliz.
No se piense que en la mente de un populista necesariamente vive el sueño de una democracia constitucional, a veces elige sacrificar grupos vulnerables y minoritarios para despreciarlos quitándoles resguardo solo para quedar bien con una masa electoral potencial que tampoco siente un particular agrado por los segregados. El populista es un eterno candidato, ya sea por sí mismo o a través de proxys; puede incluso cometer delitos y no recibir pena por ellos. Lo que usted debe saber es que no se trata de personas fuertes, en el ámbito privado y recóndito de la intimidad suelen ser rencorosos y vengativos porque no tienen la grandeza de captar y comprender la escala de las cosas y el valor real de los seres humanos. Son criaturas atrapadas en el laberinto de su propio canto de sirenas.
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