En la esencia del ser humano se encuentra esa particularidad de estar abiertos a los demás. Nos enfrentamos, constantemente, con el otro. En esa línea, estamos determinados a convivir y socializar. Bajo esa aseveración, el diálogo se torna en un aspecto constitutivo del ser humano, como consecuencia, podemos afirmar, la existencia de una vocación democrática.

Solo en democracia, cuando funciona correctamente, nos hace copartícipes y corresponsables en la vida política. Y afirmo que no debemos elevar a los altares la democracia, pues es solo una forma de gobierno, y su valor depende –como dijo Platón– del carácter de quienes la utilicen. Sin embargo, ningún otro régimen pone mayor énfasis en la persuasión y en la fuerza de la verdad, esa que no requiere de imposiciones ideológicas.

En el costarricense hay vocación a la vida democrática, la historia patria lo demuestra; una vocación cuya nota más distintiva ha sido la racionalidad en nuestro desarrollo social y político y, en consecuencia, hacia la ética, tan defenestrada del ámbito público y privado. Sin embargo, y la actualidad lo evidencia, las condiciones sociales no siempre permiten dar vía libre a esa vocación democrática. La democracia no es una forma de gobierno hecha a perpetuidad; su gestación ha sido lenta y penosa. En ocasiones puede transformarse en la peor forma de gobierno cuando la sociedad carece o se debilita en su madurez política, moral o desmejora en su sistema educativo y de valores tradicionales afectando a toda una generación; dicha perversión de la democracia puede degenerar fácilmente en una oclocracia o gobierno de la chusma, es imperativo evitar tal degeneración. Asimismo, puede que la democracia no sea tan importante para las personas en momentos de polarización política; otras preocupaciones como la economía diaria, la seguridad, la salud, el precio de los alimentos y la educación, pueden ocupar un lugar más importante y terminan considerando que el sistema democrático ya no es el correcto y están dispuestos a dejarse radicalizar.

Por lo tanto, es urgente sanar nuestro sistema político. Es ineludible recuperar la confianza en la estructura de nuestra democracia, la cual supone confianza en la Constitución Política que fija los derechos y los deberes fundamentales de los ciudadanos y los principios jurídicos que rigen el actuar de los órganos supremos del Estado.

Los actores políticos deben volver a entender que, al capricho del gobernante se sobrepone las normas constitucionales y éticas. La división de poderes (separación de funciones en términos modernos), elemento característico de nuestro sistema político, debe estudiarse con renovado ímpetu desde la escuela. El respeto entre los poderes evita el abuso del poder y garantiza, en mucha parte, nuestra libertad. Es necesario recuperar la confianza en un sistema judicial venido a menos y encerrado en sí mismo; debe ser el guardián de la Constitución y de la ley contra los actos arbitrarios e irracionales del poder legislativo y del ejecutivo, por lo tanto, debe quedar fuera de los vaivenes de la política. Entendiendo, asimismo, que existen otros órdenes como el religioso o el moral, con mayor importancia y que rebasa los estrechos límites del campo político; aquí juega un importante papel el respeto absoluto a la libertad de conciencia, trascendental en la vida democrática. La educación de los padres y la primaria juega un papel imprescindible en lo anterior.

Particular importancia reviste el saneamiento de nuestro sistema legislativo. La sociedad costarricense se ha modificado de tal forma que es improbable que se encuentra verdadera y efectivamente representada en la actual composición del congreso.

En mi opinión debemos migrar de un anquilosado sistema presidencial a un sistema parlamentario, que promueva mayor calidad de políticos, aspecto del cual carecemos. Los controles entre los órganos del Estado resultan fundamentales en este sistema: controles del congreso frente al gobierno; del gobierno frente al congreso; de los Tribunales frente al congreso y el gobierno y, por último, del electorado frente al gobierno y el congreso, reformas trascendentales a nuestro sistema político que pueden ser objeto de comentario en otra ocasión.

Dichas modificaciones se vuelven urgentes y deben llevarnos a una revitalización de nuestra democracia; no más democracia, sino una de mayor calidad.

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