El hijo del juez. Nacido en el Bronx, Nueva York, el 20 de enero de 1927, Roy Marcus Cohn, fue el hijo único de Albert Cohn, descendiente de judíos polacos que arribaron a Estados Unidos en el siglo diecinueve y de Dora Marcus, procedente de una familia judío-alemana que llegó en la misma época. Albert Cohn llegó a ser juez con mucho esfuerzo y a militar con cierta influencia local en el partido demócrata.
Inteligencia precoz y falta de escrúpulos. Roy Cohn se graduó como abogado a los veinte años de la Universidad de Columbia y el día de su cumpleaños número veintiuno se juramentó en la barra (el colegio) profesional del estado de Nueva York. Inmediatamente, se incorporó como asistente fiscal de la ciudad y dado que, en 1947, el presidente Truman emitió la Orden Ejecutiva 9835, dando al FBI poderes de investigación sobre actividades “subversivas” de empleados estatales, Cohn aprovechó la coyuntura como un trampolín para su carrera, puesto que, en la década de los cincuenta, Cohn procesó a William Remington, un antiguo empleado del Departamento de Comercio, quien había sido señalado como espía por una desertora de la KGB, si bien no pudo demostrar que fuese un agente, consiguió que Remington, que había negado su pertenencia al Partido Comunista, fuera condenado por perjurio.
El caso Rosenberg. Las autoridades descubrieron que Klaus Fuchs, un físico alemán refugiado en los Estados Unidos, quien formó parte del Proyecto Manhattan, había entregado documentos a los soviéticos durante la guerra. Fuchs dijo que el hombre que intermediaba entre él y Moscú era Harry Gould. Al detenerlo, Gould señaló a un soldado que había trabajado como operario en Los Álamos, donde se desarrolló la bomba atómica. El soldado se llamaba David Greenglass, e implicó a su hermana y a su cuñado, los protagonistas del drama: Ethel y Julius Rosenberg. Julius era ingeniero eléctrico y trabajó para el Ejército durante la guerra. Ambos habían militado en las juventudes del Partido Comunista de los Estados Unidos en los años treinta. Cuando Greenglass fue arrestado, afirmó que, a través de su esposa Ruth, Julius lo había convertido al comunismo y que le había dado la información. En marzo de 1951 comenzó el juicio, para el cual un joven fiscal había tomado declaración a Greenglass. El hermano de Ethel Rosenberg fue condenado a nueve años de cárcel, diría más tarde que ese funcionario del Ministerio Público lo orientó hacia ella (a quien no había implicado en un primer momento) y hacia Julius, a cambio de no incriminarlo ni a él ni a a su mujer. El fiscal era Roy Cohn.
El proceso por espionaje paralizó y dividió a Estados Unidos. La mitad pedía clemencia y la otra, sangre. El juez Irving Kaufman condenó a los Rosenberg a la silla eléctrica. El 19 de junio de 1953, Ethel y Julius Rosenberg de 37 y 35 años, respectivamente, fueron electrocutados en la cárcel de Sing Sing. Fue la primera y única vez que se ejecutó a civiles por espionaje en tiempos de paz en Estados Unidos de Norteamérica.
Una tríada de ignominia. El FBI puso sus ojos en Cohn a raíz de la exposición que le dio el caso Rosenberg. Edgar J. Hoover, todopoderoso jefe del buró de investigaciones convenció a Joseph McCarthy de que el joven abogado podía ser un buen lugarteniente en su lucha contra la infiltración soviética. La caza de brujas era una buena plataforma política en aquel entonces en los Estados Unidos. La falsa acusación contra el diplomático Alger Hiss, condenado por perjurio, había catapultado al primer plano a un congresista de California, que a partir de allí escaló y se convirtió en senador, y en 1952 en vicepresidente, con apenas 39 años: Richard Nixon.
En 1953, McCarthy había monopolizado el accionar del Comité de Actividades Antiamericanas, que hurgaba en la presunta militancia comunista de los citados y obligaba a dar nombres a cambio de no ser procesados por perjurio y de que no se les retuviera los pasaportes. En la práctica, acogerse a la Quinta Enmienda, que garantiza el debido proceso y el derecho a no auto incriminarse, no regía dentro de los marcos del Comité. Cohn se sentó junto a McCarthy en las audiencias y se destacó por su agresividad en las audiencias, que solían ser televisadas, lo que le dio mucha exposición pública en una época en que no había muchas opciones en la pequeña pantalla, por lo que el astuto abogado utilizó ese medio como un espectáculo de auto promoción.
Una ironía. El senador McCarthy y su asistente Roy Cohn alimentaron una leyenda urbana de alcance nacional: los soviéticos habían confirmado la homosexualidad reprimida de funcionarios del gobierno estadounidense y amenazado con hacer pública su condición si no se convertían en espías. La patraña causó un gran impacto, al punto que el mismísimo presidente Dwight Eisenhower firmó uno de los documentos más infames de la historia estadounidense: la orden ejecutiva que prohibía al Gobierno emplear a homosexuales. La perversión máxima de este acto radica en que tanto Edgar J. Hoover, como Roy Cohn eran homosexuales que perseguían a sus similares. Pero eso sigue ocurriendo hasta el día de hoy en todas partes. Por eso, estimados lectores, aprenda a mirar debajo de las máscaras, cuando hay mucha persecución hay mucho espejo.
El tutor y el aprendiz. Donald Trump no había cumplido treinta años, cuando observó a Roy Cohn en una noche de 1973 en Le Club, local nocturno solo para socios en la Gran Manzana. El Gobierno acaba de demandar a la promotora inmobiliaria fundada por su padre, Fred, acusándoles de discriminación contra personas negras en los procesos de selección de inquilinos. Tras las negativas de otros abogados que no veían muchas posibilidades al caso, Trump pidió́ consejo a Cohn, quien musitó algo así como: “Diles que se vayan al infierno, pelea el caso en los tribunales y que demuestren que los has discriminado”. Cohn se hizo cargo del caso de los Trump y llegó a interponer una contrademanda por 100 millones de dólares contra el propio Gobierno por difamación. Fue desestimada y tras dos años de litigio, los Trump firmaron un acuerdo comprometiéndose a prevenir situaciones discriminatorias en el futuro, lo que no cumplieron y les valió nuevas denuncias, pero nunca aceptaron culpabilidad alguna.
Según la redactora independiente de Vanity Fair, Marie Brenner, quien informó en 2017 sobre la “simbiosis despiadada” entre Cohn y Trump, el autor Sam Roberts, le explicó los tres puntos principales de influencia que Roy Cohn tuvo sobre Donald Trump y cómo esto cambió a Estados Unidos: “Roy era un maestro de la inmoralidad situacional… Trabajaba con una estrategia tridimensional, que era: (1) Nunca conformarse, nunca rendirse. (2) Contraatacar, contrademandar inmediatamente. (3) No importa lo que pase, no importa cuán profundamente te metas en el lodo, reivindica la victoria y nunca admitas la derrota”. En criterio de la columnista Liz Smith: “Donald perdió su brújula moral cuando hizo una alianza con Roy Cohn” [sic].
Roy Cohn le enseñó a Trump Jr. a obtener reducciones de impuestos y aprovechar las lagunas legales para cimentar sus múltiples negocios. Se dice que en algún momento durante la campaña presidencial de 2016 Donald Trump comenzó a usar frases de Cohn.
El final. Roy Cohn murió por complicaciones causadas por el sida el 2 de agosto de 1986 en el Hospital Bethesda, en Maryland, aunque negó hasta el final padecer ese síndrome, alegando tener cáncer de hígado. Tenía 59 años. En el servicio funerario, que fue secreto, Trump no cargó el ataúd, llegaron ex alcaldes de la ciudad y miembros de la mafia que figuraron entre sus clientes.
Es difícil reducir a una persona en una definición como buena o mala, dado que todos hemos actuado de una u otra forma. En este caso, no me queda duda que se trató de un hombre malvado.
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