Dedicado a mis abuelas y mis abuelos.

Tengo el privilegio de tener un salario que llega sin importar lo que suceda.

Tengo el privilegio de poder hacer ejercicio en la mañana antes de bañarme; tengo el privilegio de tomar mi desayuno, hacer una merienda, almorzar a la misma hora de cada día, tomar el café de la tarde y cenar siempre a la misma hora de cada noche. Tengo el privilegio de poder sacar el tiempo suficiente para cocinar lo que yo quiera y tener una rutina diaria casi imperturbable.

Tengo el privilegio de trabajar en lo que me gusta, en un lugar que me gusta, en un horario que me gusta y me sirve, con un buen jefe, con buenas condiciones, con trabajo en casa, sin tener que laborar horas extra si no quiero y que me las paguen si sí quiero. Tengo el privilegio de decir no si me ofrecen más trabajo.

Tengo el privilegio de haber cambiado mi carro este año y haber comprado uno como yo quería, si bien no es un carro nuevo ni es un carro de lujo. Tengo el privilegio de un sillón cómodo para leer y un buen equipo de sonido para escuchar música y una pantalla para ver películas y plataformas de streaming que pago porque me da la gana, ya que bien bien podría ver casi todo en el casi todopoderoso Stremio.

Tengo el privilegio de poder dedicar gran parte de mi tiempo a reflexionar sobre el arte, el libro que estoy leyendo o la última sinfonía que escuché. Tengo el privilegio de llevar una vida intelectual y gozar de un ocio constructivo. Tengo el privilegio de publicar libros y artículos donde digo lo que pienso, critico el gobierno, expongo mi visión de las cosas, por si a alguien le interesa, y narro historias. Tengo el privilegio de dirigir un taller literario y vivir entre libros.

Tengo el privilegio de haber estudiado en una de las mejores universidades estatales. Tengo el privilegio de que mis amigos me hagan bromas por lo que he tardado en hacer mi tesis y enumeren los hechos relevantes que ha habido desde que empecé a hacerla, como la pandemia, la muerte de la reina de Inglaterra o que Johnny Araya dejara de ser alcalde de San José.

Tengo el privilegio de recibir atención médica en la Caja Costarricense del Seguro Social, pero, si fuera necesario, ir también a algún lugar privado. Tengo el privilegio de haber tenido mascotas y recursos para tenerlas bien atendidas.

Tengo el privilegio de haber descubierto que mi familia no era tan pobre como yo creía. Tengo el privilegio de haber comido olla de carne desde pequeño y haber jugado naipes con mis abuelas y mis abuelos.

Tengo el privilegio de llevar una vida cómoda sin más socollones que esos de los que nadie se salva. Tengo el privilegio de que no caen misiles donde vivo.

No estoy rajando, solo contando, porque reconocer los privilegios que tenemos y de los cuales a menudo nos quejamos, ¡esos dilemas de burguesitos!, es lo primero para entender que hay montones de personas, multitudes, naciones enteras, que no tienen ninguno de esos privilegios, ninguno, ni siquiera los más básicos ni las cositas mínimas que uno da por hecho; así como hay personas, no tantas, que tienen otro montón de privilegios en cantidades y magnitudes inconmensurables para nosotros, pero que son profundamente desgraciadas porque siempre quieren más y más y más y nunca se dieron cuenta de que, en algún momento, ya tenían todo lo necesario para vivir bien.

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