El ser humano es un objeto de estudio sumamente interesante, pues es un enigma en sí mismo. Según la psicología, todo ser humano tiene una ideología, una manera particular de visualizar el mundo. Aunque no sea consciente de ello, el ser humano posee todo un constructo ideológico que lo obliga a comportarse de cierta manera y a reaccionar de otra.

Claramente esta ideología es bombardeada fuertemente por su entorno. Muchos aspectos son asimilados por repetición, escuchar el mismo argumento, en considerables oportunidades lo convierte en una realidad tangible, al menos para ese sujeto.

Si extrapolamos esta argumentación en el contexto sociopolítico actual, el panorama es caótico. El gobierno ha ejercido una retórica muy cargada ideológicamente. Tanto así que muchos ciudadanos se creen iguales a un señor que gana algunos millones al mes y vive en uno de los residenciales más exclusivos del país, supongo que cada quien puede pensar lo que le permiten.

La campaña inició con una frase esperanzadora y construida muy hábilmente. Se tomó a la figura política más importante de la historia reciente del país y se utilizó, de tal manera, que ni su propio hijo pudo ampararse en él. No dudo la validez de la frase, pero ese tinte populista es innegable: “Yo soy el hijo del guardaespaldas de su papá”, afirmaba el candidato. De alguna manera, hasta los verdiblancos se cuestionaron su voto.

Luego de un par de gritos y mensajes subliminales llegó a Zapote. Debajo de la silla presidencial, sacó a su nuevo personaje, la señora del Purral. Esta señora que sufrió absolutamente todas las peripecias con las que la vida puede azotar. Verdaderamente es de las ocurrencias más curiosas, pues el señor tan siquiera conoce el Purral, entonces no se sabe a cuál vecina hacía tanta referencia.

Un par de discursos más para terminar en esa frase, que se la robó de un gobierno anterior, “a mí no me dejan gobernar”. Sinceramente nadie sabe a qué se refiere, pues en muchas cosas ha improvisado y en otras fracasó estrepitosamente. Entonces se podría atribuir a una incompetencia de gobernabilidad.

Desde el punto más recóndito del bosque apareció aquel pobre animal, cuyo nombre robó para hacer el proyecto más desquiciado, la ley Jaguar. Más que un proyecto legislativo o de acción popular serio, es una bomba de humo para esconder esas incompetencias de los párrafos anteriores. Esta argumentación se ha tomado tan apecho que en todos lados se ve el apoyo al proyecto que nunca se realizará, porque ni el mismo oficialismo, lo quiere así.

En su mismo gabinete se han vivido todas estas discrepancias ideológicas. Muchos de sus colaboradores se enlistaron como fieles soldados en la batalla campal que había creado. Un par de meses después empezaron a desertar. Supongo que en algún punto del hito histórico se dieron cuenta de la realidad. Si de alguna manera estaban creando historia, no era precisamente por sus aciertos.

En ese afán por explicar lo inexplicable desde el gobierno se creó otro capítulo en el libro. Una regresión gigantesca solucionó los problemas de cohesión. Esas personas eran filibusteros, como si estuviésemos en plena Batalla de Santa Rosa; arquetipos que se infiltraron en el gobierno para poder robar las grandiosas ideas de nación, que diariamente, desde ahí se pensaban. En algún punto hasta los tildó de traidores a la patria, otra idea que retorna a una realidad inexistente.

Finalmente, el escalón en el que está el país es el más crítico. Ahora es sumamente normal colocar bombas, amenazar de muerte a compatriotas y gritar. Este mercader ideológico ha dejado una enseñanza clara, cuidado con los discursos, porque nos pueden llevar a un panorama tan caótico como este. De alguna manera, todavía hay tiempo, se pueden corregir estos errores y regresar al pasado que nos saluda con pañuelo en mano. Ese pasado en donde la paz era regla y el costarricense podía mirarse al espejo sin sentir vergüenza.

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