Rodrigo Chaves Robles, el actual presidente de Costa Rica, ha logrado algo que pocos mandatarios han conseguido: reducir la investidura del más alto cargo del país al tamaño de su propio ego. La que debería ser una posición de liderazgo, dignidad y compromiso con la nación, se ha visto opacada por un estilo de gobierno centrado en la figura de un hombre que ha demostrado, una y otra vez, su incapacidad para liderar las transformaciones profundas que Costa Rica necesita.

Es difícil no sentir desilusión al ver cómo Chaves ha optado por convertir su mandato en una lucha constante para proteger su imagen, antes que en un ejercicio de servicio público. Cada día que pasa, el país parece estar más enfocado en los caprichos del presidente que en las verdaderas reformas que podrían mejorar la vida de los costarricenses. En lugar de dirigir la mirada hacia los retos estructurales del país —como el desempleo, la pobreza, y la corrupción—, Chaves parece más interesado en replegarse sobre sí mismo, defendiendo su figura pública con una ferocidad desmedida y paranoica.

Este enfoque egocéntrico tiene un precio alto: nuestra democracia. Durante décadas, el país se ha enorgullecido de una tradición democrática robusta, envidiada por muchas naciones de la región y el mundo. Sin embargo, bajo el mandato de Chaves, esa democracia ha comenzado a mostrar fisuras. Nuestras instituciones públicas, símbolos de equilibrio y control, se ven constantemente atacadas o desacreditadas por el propio presidente, debilitando el sistema y erosionando la confianza del pueblo en su democracia.

El problema de fondo es que no solo se está perdiendo tiempo valioso en debates y conflictos que alimentan el ego presidencial, sino que las oportunidades de transformar el país se están diluyendo. Las decisiones de Chaves no reflejan una visión de país a largo plazo; más bien, responden a una búsqueda constante de aprobación personal, lo que retrasa las soluciones que podrían atender las crisis sociales y económicas que enfrenta Costa Rica.

Este daño institucional y social no será fácil de reparar. Cuando un líder se preocupa más por su propia imagen que por el bienestar colectivo, el tejido democrático sufre. El presidente Chaves ha mostrado ser un hombre pequeño, no en estatura física, sino en su incapacidad para elevarse por encima de sus propias inseguridades. Y ese es el verdadero desafío para Costa Rica: sanar las heridas que este egoísmo presidencial dejará en la nación.

La historia nos ha enseñado que las democracias pueden resistir, pero también nos ha mostrado que el daño puede ser profundo y duradero. El legado de Chaves será recordado, no por las transformaciones que impulsó, sino por el retroceso democrático que facilitó. Costa Rica tendrá que trabajar arduamente para recuperar la nobleza que alguna vez caracterizó la presidencia, y eso requerirá más que tiempo: requerirá valentía, unidad y líderes verdaderamente comprometidos con el país.

Bajo el gobierno de Rodrigo Chaves Robles, Costa Rica ha caído en una suerte de locura colectiva, una que jamás imaginamos experimentar. Los proyectos de obra pública se inauguran "en crudo", con fallos evidentes y sin estar terminados. Es una representación literal de cómo se está manejando el país: de manera apresurada, sin visión de futuro, y con la mediocridad a flor de piel. Lo que debería ser motivo de celebración y desarrollo termina siendo un espectáculo patético de improvisación. Y luego, cuando la realidad golpea, estas obras deben cerrarse nuevamente para ser reparadas o concluidas. En el peor de los casos, se despedazan frente a nuestros ojos, mientras el presidente y su equipo intentan convencernos de que esto es "normal" o incluso "exitoso".

Este deterioro no es solo material. También es moral y cultural. Chaves ha introducido un estilo de gobierno en el que no solo la calidad de las políticas y las obras está en juego, sino también los modales y el respeto por las formas. Su vulgaridad y falta de clase son evidentes en cada intervención pública. No hay dignidad en su discurso, solo ataques y gestos torpes que parecen sacados de una caricatura de mal gusto. Lo más preocupante es que su equipo ministerial lo sigue con una devoción que raya en lo ridículo. Sus ministros imitan sus gestos, su forma de hablar y hasta su tono vulgar, como si esto fuera una nueva norma de comportamiento en la esfera pública. La ausencia total de buen gusto y dignidad se ha convertido en una marca de este gobierno.

El resultado es un país que no solo ve cómo su infraestructura se desploma, sino que también observa cómo su cultura política se deteriora. Lo que alguna vez fue un ejemplo de debate civilizado y respeto entre actores políticos, hoy es un escenario dominado por la grosería y el mal gusto. Esta es una crisis de liderazgo que va más allá de la incompetencia técnica. Es una crisis de valores, una crisis de decoro.

Lo más alarmante de todo es que hemos comenzado a aceptar esta situación como si fuera normal. Las obras públicas a medio terminar, los gestos vulgares del presidente, el servilismo de sus ministros... todo parece haberse instalado en la realidad costarricense como si no hubiera otra forma de hacer las cosas. Estamos viviendo una parodia de lo que alguna vez fue una democracia ejemplar, y esa es la verdadera locura colectiva. ¿Cuánto más podrá soportar el país antes de que esta tendencia destructiva se vuelva irreversible?

El legado de Chaves no solo estará marcado por su incapacidad para liderar transformaciones importantes o por los escombros de las obras públicas mal ejecutadas, sino también por la erosión del civismo y la dignidad que alguna vez caracterizaron la política costarricense. Recuperar ese sentido de nobleza en el liderazgo será una tarea ardua, y el daño causado tomará tiempo en sanar. Pero lo que es claro es que el país merece algo mejor, y que llegará el momento en que la dignidad y el buen gusto regresen a la presidencia, junto con el verdadero liderazgo que Costa Rica tanto necesita.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.