Pues que no se podía dejar pasar octubre sin hablar de fantasmas, espantos, brujas y monstruos. No es que el tema sea la política y el Ejecutivo; estamos hablando de espantos con carisma, estamos con Beetlejuice.
Así que, retrocedamos un poco para ambientar la cosa, pónganse cómodos, cierren los ojos (metafóricamente hablando) e imaginen al joven Tim Burton con su sueño de ser animador en Disney. El problema acá –así, de entrada– es que Burton empezó, claramente, con el pie izquierdo.
Son los años 80, Disney no hace animaciones en blanco y negro, ni hace películas de seres tétricos y lúgubres, ni quiere historias sobre traer a la vida a una mascota muerta. Y sí, esa fue la gota que derramó el vaso (mascota = “okey”, muerta = “no okey”, revivir con costuras y piel descompuesta = muy “no okey”). Burton se había adelantado varias décadas a su tiempo y la empresa no logró verlo. Así que el joven soñador tuvo que crear su propio mundo.
Entonces, para 1988, con solo un largometraje dirigido (La gran aventura de Pee-Wee, en 1985), el joven director se lanzó con todo: Beetlejuice.
A falta de un mundo que lo comprendiera y aceptara, Burton creó el suyo propio. A partir de ese momento empezaron a venir sin detenerse los que eran como él (y resultó que no estaba solo, sino que eran millones; es decir, un final digno de Disney, paradójicamente), la huella fue tal que no hubo forma de borrarla: fantasmas, muertos, caras descoloridas, noches eternas, blanco y negro, stop motion, música oscura y pomposa (siempre de Danny Elfman, ojo, no cualquiera), delgados héroes existencialistas, jovencitas góticas y una mezcla de tinieblas con un poco de romance. Aquel incomprendido grabó en la historia su nombre y definió un estilo único –y casi cuarenta años de carrera artística–.
Y entonces, con esa paciencia que solo puede tener alguien que ve la muerte como el inicio de una historia y no como un final, 36 años después, llega la secuela.
Esta vez, el director ha optado por jugar, tentando al destino, y decir su nombre dos veces: Beetlejuice Beetlejuice, solo falta una mención más para dejar en firme la invocación. Porque ese es el nombre de su más reciente película (no Beetlejuice 2, porque Burton es más original).
Michael Keaton, Winona Ryder y Catherine O'Hara retoman sus papeles de Beetlejuice y Jenna Ortega se une al reparto como la más joven de la familia Deetz. Una vez más tenemos una historia de amor y muerte.
A pesar de que Burton niegue su capacidad para hacer rom-com y diga que no le gustó Love Actually (la historia va así, en una entrevista contó: “cuando fui a ver Love Actually me dijeron, 'si no te gusta la película algo anda mal contigo'… y pues a mi no me gustó”) tanto la primera (Beetlejuice) como la segunda (Beetlejuice, Beetlejuice) tienen un claro eje en el amor y el romance (no son solo unas películas sobre un fantasma y gusanos de arena y cabezas encogidas) en ambas hay boda… de hecho la boda de los mismo personajes. Por si fuera poco hasta la pareja actual de Burton está dentro de la película; la actriz Monica Bellucci, quien interpreta a la ex esposa -¿o técnicamente viuda?- de Beetlejuice.
Pero bueno, amor y muerte, de eso se trata la vida. ¿De qué otra cosa?
Burton logra mantener los ritmos sonoros y visuales de su clásico de romance-comedia-terror del 88, incluyendo los extravagantes y exquisitos interludios musicales. Esta vez, no con calipso sino con soul (soul, claro, ¿cómo no se le había ocurrido antes?). Los personajes tenebrosamente entrañables, como los cabezas encogidas, ahora incluso tienen más protagonismo e incluye en su filme deliciosas alegorías con ecos a El bebé de Rosemary o Carrie.
El director logra una película con mucha reverberación de la anterior, pero sin ser un tipo de refrito o un simple ejercicio de repetición. Un balance perfecto entre clásico y novedoso.
A pesar de un Beetlejuice más comedido y de una Lydia más apocada, la historia es divertida y llena de elementos que hacen del espectáculo un festín visual y, para los viejos fans, un agradable reencuentro con sus queridos personajes.
Por si fuera necesario Burton ya adelantó: no está pensando en una tercera. Según él, si dura en crearla una cantidad similar de tiempo, la estaría haciendo con 100 años. Pero bueno, él es el maestro de la fantasía oscura, tal vez puede incluso hacer la secuela desde el no-mundo y mandarla para acá. Nos va a hacer mucha falta no tener más.
Pero bueno, por ahora solo queda disfrutar las películas que sí tenemos y cuidarse de no pasar por donde asustan… sí, por Zapote, ya lo dijo Burton “ahora a los monstruos los veo usualmente relacionados con el gobierno” (y para rematar, quieren que les paguemos póliza).
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