Actitud del paciente influye directamente en cómo sus seres queridos afrontan la enfermedad.
Cada año, aproximadamente 1.400 mujeres son diagnosticadas con cáncer de mama en Costa Rica. Los tratamientos médicos como cirugía, quimioterapia y radioterapia son esenciales para la recuperación física. Sin embargo, la especialista en salud mental y emocional, Nadia Vado, resalta que la sanación debe ir más allá del cuerpo físico y extenderse a la mente y al espíritu.
Un diagnóstico de cáncer transforma profundamente la vida del paciente, y junto con este, la de sus seres queridos. Las emociones de miedo, incertidumbre y preocupación son inevitables. Sin embargo, Vado destaca que existen tres pasos fundamentales que tanto los pacientes como sus familias pueden seguir para afrontar el proceso con fortaleza: aceptación, apoyo emocional y gratitud. Estos pilares no solo ayudan a enfrentar la enfermedad del cáncer, sino que también fortalecen la mente y el espíritu para salir adelante.
El primer paso en este proceso es la aceptación. Aceptar la enfermedad sin resistencia y lo que está ocurriendo es vital para salir adelante. Aunque el shock inicial y el duelo por la pérdida de la salud pueden ser abrumadores, es importante entender que este proceso llega a nuestra vida con un propósito que quizás en el momento no comprendamos. “Es también crucial reconocer y validar todos los sentimientos que surgen, sin perder la perspectiva que este es un momento que se puede superar y que la aceptación de lo que está ocurriendo es necesaria para avanzar”, afirma Vado.
El segundo paso en el proceso es buscar apoyo psicológico de la mano del espiritual. Según la especialista, la actitud del paciente frente a la enfermedad repercute mucho en su recuperación y además influye directamente en cómo sus seres queridos la afrontan. Si el paciente se enfoca únicamente en lo negativo y lo vive de una manera trágica, para sus familiares la experiencia será aún más difícil. Por eso, es fundamental el autocuidado integral del paciente y el acompañamiento respetuoso de los familiares. “Acompañar en el dolor implica estar presente, escuchar en silencio si es necesario, y brindar un espacio para que el paciente pueda desahogarse, hablar, llorar y escribir sobre sus emociones en general”, añade Vado.
El tercer paso, que Vado reconoce como el más desafiante, es encontrar gratitud en medio de lo complejo que es el proceso. “Se trata de ver la enfermedad no como una tragedia, sino como una oportunidad de crecimiento y transformación personal”, subraya la especialista. Es un momento para reflexionar sobre lo que la enfermedad nos está enseñando, qué cambios estructurales necesitamos hacer en nuestra vida y cómo podemos aprender y sacar lo mejor de esta compleja experiencia. La gratitud es enfocarse en lo que hay, en las oportunidades que está teniendo la paciente, y en los grandes aprendizajes del alma que se están experimentando.
A pesar del miedo natural a lo que pueda pasar en el futuro, es necesario que las pacientes aprendan a gestionar esos pensamientos y vivan un día a la vez. Esto se puede lograr a través de varias herramientas de gestión mental y prácticas de introspección como la meditación, ejercicios de relajación, la conexión con la naturaleza, y la búsqueda de actividades que llenen de sentido su vida. Estas rutinas no solo ayudan a mejorar el estado emocional, sino que también impactan positivamente en la recuperación física.
Además, Vado señala que la mayoría de las sobrevivientes de cáncer de mama continúan viviendo con el temor de una posible recaída. Sin embargo, insta a trabajar en esos pensamientos ya que la mente es la directora de la orquesta y podría enfermar el cuerpo. “Quienes han superado esta enfermedad deben aceptar que su vida ha cambiado, y que ese cambio puede ser muy positivo y puede ser una oportunidad hacia una vida con mayor sabiduría y evolución espiritual. Es un nuevo comienzo, una oportunidad para vivir de manera más consciente y plena”, destaca.
La especialista concluye con un mensaje de esperanza, recordando que hay miles de personas que, después de ser diagnosticadas con cáncer a una edad temprana, han vivido hasta los 80 o incluso 90 años. “Debemos centrarnos en esos casos, tener fe en la vida, confiar en nuestro ser supremo y hacer el trabajo interior diario que nos permita cultivar la paz mental necesaria para nuestra sanación”, afirma Vado.