Aprendí de Alberto Di Mare que vivimos constantemente enfrentando la disyuntiva entre cambio y conservación.
Queremos cambiar porque vivimos en la imperfección y anhelamos mejorar. Mejorar espiritualmente, mejorar en nuestro comportamiento, mejorar en el cuido de nuestro cuerpo, mejorar en las relaciones con los demás, mejorar en nuestro nivel de satisfacción, mejorar en nuestras condiciones personales y familiares y también en las condiciones comunales y nacionales en que nos desenvolvemos.
Pero también queremos conservar. Conservar nuestras características personales, conservar la observancia de nuestros valores, conservar nuestra familia, conservar nuestra comunidad, conservar lo conocido, conservar lo que hemos construido, conservar amistades, conservar las características de nuestra comunidad y nación.
Sin cambio no hay progreso.
Sin conservar no hay identidad.
Necesitamos conservar y necesitamos cambiar.
La revolución es cambiar destruyendo lo que había.
Evolución es cambiar integrando a lo nuevo a lo que existe.
Claro que siempre el cambio implica un trastorno para lo que se daba antes de esa transformación.
Pero si el cambio es gradual y parcial, si vamos modificando las circunstancias poco a poco, podemos ir compatibilizando el aspecto que se altera con las condiciones que perduran.
Claro que el cambio gradual y parcial toma más tiempo alterar el estado de cosas. Por eso cuando las condiciones en que se vive son insoportables el cambio amerita ser radical. Si una sociedad vive una dictadura cruel el deseo de sus integrantes es terminar con esa pesadilla.
Pero aún en esas condiciones la realidad frecuentemente impone la gradualidad del cambio, la evolución generalmente es necesaria con un período de transición para terminar con la dictadura y sus desmanes. Usualmente lo impone porque el costo de la actuación radical puede ser muy grande en sangre y muerte, destrucción y sacrificio. Y el resultado de una acción radical no es necesariamente el deseado.
Ciertamente aún el cambio gradual implica la necesidad de afrontar nuevas circunstancias e introduce desorden y aumenta la incertidumbre.
El padre franciscano Richard Rohr en su análisis de la superación espiritual y de su desarrollo durante la vida nos habla de períodos de orden donde la conservación impera, períodos de desorden donde el cambio se impone y una síntesis de reordenamiento donde los cambios parciales se acoplan con la realidad prexistente.
Es una realidad dinámica, y en el presente la velocidad de los cambios nos aturde pues impera una constante de transformación que aumenta la incertidumbre, nos desarraiga de lo conocido, y generalmente nos irrita y altera.
Además, vivimos una época en la que los cambios se dan en muchísimos aspectos, por lo que hablamos de vivir un cambio de época.
En estas circunstancias es especialmente conveniente procurar defender los valores fundamentales, los que en lo personal nos permiten vivir en paz y en armonía con Dios, con las demás personas y con la naturaleza.
Es una necesidad a mi entender personal y colectiva.
En lo personal no abandonar la reflexión y actuar pensadamente.
En lo colectivo no caer en la trampa de los odios y los meros enfrentamientos, que a nada conducen. Salvo a los reproches, al odio y a .la violencia
En lo personal y en lo colectivo no sucumbir a la tentación de la inmediatez y lo expedito. No debemos sacrificar las instituciones que han venido generándose y experimentándose durante largos períodos y que muestran su valor para proteger las libertades y el progreso en aras de ilusorios cambios radicales, cuya validez no está probada.
Si fuéramos Dios y tuviéramos todo el conocimiento pues claro que lo conveniente es una revolución radical para imponer el estado final de perfección individual y social que ese pleno conocimiento nos permitiría alcanzar.
Pero somos ignorantes.
Los resultados de nuestras acciones no son solo las primeras manifestaciones del cambio. Hay fuerzas que actúan más lentamente e incluso a menudo reversan la dirección de los cambios iniciales. Si fijamos arbitrariamente el precio de la leche, al principio podemos gozar de leche barata, pero cuando se sacrifique a las vacas cuya alimentación es más costosa que el valor de su producción, lo que ocurrirá es que no habrá leche.
La combinación de la ignorancia y de la impaciencia con la demagogia populista es muy mala consejera.
La historia nos muestra como en busca de inmediatez y resultados expeditos las naciones se empobrecen. Y les ocurre a naciones relativamente ricas. Veamos el empobrecimiento de Argentina, una nación altamente desarrollada para los estándares de su tiempo hace 100 años. El empobrecimiento de Cuba una de las naciones más avanzadas de América Latina hace 70 años. De Venezuela la nación más rica en recursos naturales de nuestro hemisferio que hoy produce la cuarta parte del petróleo que era capaz de explotar hace 24 años.
Echemos para nuestro saco.
Ciertamente nuestra institucionalidad amerita cambios. En seguridad, justicia, educación, salud, infraestructura, disminución de la pobreza y de la desigualdad la tarea que tenemos por delante es monumental.
Pero no la atropellemos.
Avancemos gradualmente, con calma y estudio, con metas claras, actuando juntos y solidariamente y protegiendo los aspectos más exitosos de nuestra democracia liberal y de nuestro sistema productivo.
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