Costa Rica es, sin duda, un país afortunado. Nuestra historia de éxito en el campo de la salud pública es un testimonio del trabajo arduo, la visión y el compromiso de generaciones pasadas. Desde los años cuarenta hasta hoy, hemos visto cómo una sucesión de gobiernos, juntas directivas y líderes han contribuido a construir y moldear nuestra seguridad social.
Hoy, nuestros indicadores de salud son el reflejo de decisiones valientes y acertadas, basadas en el principio fundamental de la solidaridad. Este logro es un pilar de nuestro desarrollo como nación, pero es hora de enfrentar una realidad ineludible: nuestro sistema de salud debe transformarse para responder a los retos del presente y del futuro.
Costa Rica ha cambiado. Somos un país diferente, no solo epidemiológicamente, sino también económica, demográfica y socialmente. La diversidad que hoy nos caracteriza implica que ya no vivimos en la era del bipartidismo, donde dos colores definían nuestras decisiones políticas.
Ahora, el desafío es más complejo y requiere que dejemos de lado las ideologías que solo retrasan las decisiones cruciales que debemos tomar como nación. Es momento de unificar nuestros esfuerzos y pensar colectivamente en cómo enfrentar los problemas actuales urgentes y construir la seguridad social del futuro.
Un sistema de salud robusto es la base de una sociedad fuerte, y la reforma es la palabra clave para comenzar esta conversación. No podemos seguir operando bajo los lineamientos de una realidad que ya no existe. Debemos enfocarnos en tres horizontes temporales: corto, mediano y largo plazo.
En el corto plazo, es imperativo resolver las listas de espera que afectan a miles de costarricenses. Para ello, debemos aumentar la capacidad operativa de nuestros centros de salud, incrementando temporalmente el personal médico y extendiendo los horarios de atención (si no se puede localmente se debe hacer mediante tercerización). Además, la optimización de agendas médicas y la implementación de servicios de telemedicina pueden ayudar a reducir la presión sobre los sistemas de salud al ofrecer consultas virtuales para seguimientos y liberando así tiempo para los casos más urgentes.
A mediano plazo, es necesario invertir en infraestructura y tecnología, ampliando instalaciones y adquiriendo equipos modernos que permitan reducir los cuellos de botella en los servicios especializados. Además, la formación y contratación de nuevos profesionales de salud, así como el desarrollo de protocolos claros para la derivación eficiente de pacientes; son fundamentales para optimizar los recursos disponibles y mejorar la capacidad de respuesta del sistema.
En el largo plazo, la reforma estructural del sistema de salud es inevitable. Debemos revisar y reestructurar los modelos de atención y financiamiento para crear un sistema más eficiente y equitativo que responda mejor a las necesidades de la población. Además, es crucial fomentar programas de promoción de la salud y prevención de enfermedades para reducir la incidencia de condiciones crónicas y evitar que los pacientes necesiten atención médica compleja, es decir el fortalecimiento del primer nivel.
La innovación en la atención médica, incluyendo la adopción de modelos basados en el valor y el uso de inteligencia artificial para la toma de decisiones clínicas, será clave para modernizar nuestro sistema de salud.
Costa Rica enfrenta hoy un momento decisivo. No podemos permitirnos el lujo de la inacción o de seguir aferrados a un sistema que ya no responde a las realidades actuales. Es hora de dejar atrás las divisiones políticas y trabajar juntos, como país, para asegurar que nuestra seguridad social siga siendo un pilar de nuestra sociedad.
Cada uno de nosotros, en algún momento, necesitará del sistema de salud. Por lo tanto, es responsabilidad de todos asegurarnos de que este sistema esté preparado para los desafíos del futuro. La reforma no es una opción, es una necesidad. Y solo trabajando juntos podremos construir el futuro que Costa Rica merece.
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