La valentía y dignidad de Gisèle, víctima de una aterradora historia de violación por más de cincuenta desconocidos reclutados por su propio esposo, la están convirtiendo en figura emblemática de la lucha contra la violencia hacia las mujeres.
El juicio por violación y sumisión química sufrida por Gisèle Pélicot, -el cual se desarrolla en la actualidad en Francia- constituye, sin lugar a dudas, un proceso histórico. Además de la extrema gravedad de los hechos, este caso nos enfrenta a una situación singular: la víctima, si bien tenía derecho a la protección de su identidad, renuncia a ella y lucha hasta conseguir que su testimonio sea público para que todas aquellas mujeres que quizás “nunca sean reconocidas como víctimas”, vean en su fuerza y en su valor un camino.
La historia es escalofriante. A raíz de un evento que parecía no tener mayores consecuencias, Gisèle descubre que su esposo, Dominique Pélicot, durante diez años le ha administrado sustancias psicoactivas, bajo cuyos efectos ha sido violada por desconocidos contactados por él mismo a través de internet. Al enfrentarla la policía a estas atroces imágenes de violación en su propio dormitorio conyugal - cerca de cuatro mil fotografías y videos minuciosamente archivados, en los cuales se documentan más de doscientas violaciones sufridas entre los años 2011 y 2020-, ella se derrumba, incapaz de entender lo sucedido.
La pareja llevaba cincuenta años de “feliz” vida en común, tres hijos y una existencia sin sobresaltos en la apacible comuna de Mazan. Gisèle describía a su esposo como un compañero atento y gentil, y su hija lo evocaba como un abuelo y padre afectuoso en quien ella había depositado siempre su confianza. En unos minutos y ante las terribles imágenes que él mismo filmaba, la vida se transforma para estas mujeres. “¿Cómo pudimos no ver nada?”, se preguntan consternadas su hija y sus nueras.
La decisión de Gisèle de encarar con su rostro descubierto a los más de cincuenta sospechosos que pudieron ser identificados – de una lista de más de ochenta agresores- ha puesto en evidencia que más pesa en ella la solidaridad con otras mujeres y con las personas víctimas de sumisión química como medio para perpetrar una violación, que el dolor de enfrentarlos y repasar frente a ellos y a los jueces su historia desgarradora.
Sus hijos –“profundamente orgullosos del valor de su madre”, según han señalado los abogados de la familia-, han jugado un papel fundamental en este proceso inédito. La hija Caroline Darian ha contribuido a darle visibilidad al publicar en 2022 el libro titulado “Et j´ai cessé de t´appeller Papa” (JC Lattes): “Y dejé de llamarte papá”
Este juicio será un hito en la lucha de las mujeres por su derecho a una vida sin violencia. Por su hondo significado, está generando importantes expresiones de apoyo y poniendo en evidencia -muy dolorosamente- lo arraigada que está la cultura de la violación y la crueldad sobre el cuerpo y la vida de las mujeres. Elocuentes son al respecto -y repugnantes- algunas declaraciones de los sospechosos: “es su mujer, él hace lo que quiera con su mujer“; “a partir del momento en que el marido estaba presente no había violación”…
En las ciudades de Paris, Estrasburgo y Burdeos miles de personas se han manifestado en apoyo a Gisèle Pélicot. Su proceso, y la forma en que la víctima ha decidido encararlo, ha impulsado la fuerte movilización de los movimientos feministas y con ello de sus relevantes demandas, en particular de “una ley integral contra la violencia sexista.” La cantidad de abusos, la abundancia de casos no resueltos, el porcentaje de violaciones que son cometidas por una persona del contexto cercano a la víctima son factores que motivan el relanzamiento de esta impostergable lucha.
Hoy el mensaje es claro: Gisèle no está sola. Su valentía ha permitido darle vigencia al debate sobre el tema del consentimiento, fortalecer la conciencia acerca del gran desafío que representa el desterrar una cultura patriarcal generadora de violencia, y convocarnos a todas y todos en defensa de los derechos y la dignidad de las mujeres. El juicio apenas comienza, pero las consecuencias son indiscutibles. Ya es hora de que, de una vez por todas, “la vergüenza cambie de bando”.
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