El disgusto es una emoción que nubla la parte racional del cerebro en aproximadamente 300 milisegundos, que es el tiempo que demora ese órgano en comprender que algo está mal.

En el cuerpo se libera la noradrenalina, una hormona que aumenta la presión arterial y el ritmo cardíaco. La dopamina es un neuroquímico que en este escenario nos impulsa a ser competitivos y a crear un mecanismo de defensa ante un peligro. El glutamato es el neurotransmisor estimulante más abundante en el cerebro, implicado en la regulación de sistemas motores, sensitivos y cognitivos, que aumenta los niveles de la adrenalina, la hormona segregada por las glándulas suprarrenales que en situaciones de tensión aumenta la presión sanguínea, el ritmo cardíaco, la glucosa en la sangre y acelera el metabolismo. El cortisol, es la hormona relacionada con el estrés, ya que se encarga de preparar al cuerpo para una respuesta de huida o pelea.

El enojo suele ser un estado temporal y a menudo esconde un trasfondo depresivo cuando es constante. Por lo general es provocado por la interacción social y por los conflictos que se generan en el día a día, por lo que esa agitación es inevitable y solo se puede aprender a gestionar sus efectos para evitar un daño mayor a los demás y a nosotros mismos.

Cuando la irritación surge ante un estímulo externo individual, una adecuada educación en la inteligencia emocional puede ser una buena solución para navegar por los inconvenientes de la vida, ya que la ira toma el mando de forma muy rápida y se deben establecer patrones aprendidos con anterioridad para saber cómo lidiar con ella, o se corre el riesgo de cometer errores por los que hay que pagar graves consecuencias.

Otro fenómeno distinto es cuando la alteración del ánimo se experimenta en forma colectiva; las redes sociales, sean manipuladas por bots o no, se prestan para manifestar indignaciones colectivas a veces de manera ligera y superficial, de tal manera que se erigen tribunales informales de conciencia en la llamada cultura de la cancelación sin derecho a defensa ni un proceso debido. Es el empoderamiento de gente que quiere liberar su frustración sin fundamentar necesariamente una opinión razonada mediante un clic, en realidad no es odio, es tan solo desidia y mala intención.

Otra válvula de escape podría ser un partido de algún deporte en donde un sector del público evoca la genealogía del árbitro ante una supuesta mala decisión, ese grupo amalgama un sentido de pertenencia pasajero que proporciona un bienestar temporal pero que no existe realmente, porque saliendo del estadio, se vuelve a la ley de la selva descrita magistralmente por Rudyard Kipling.

En mi opinión hay una sensación generalizada de malestar en la población costarricense, una que no necesariamente se ubica en los supuestos descritos en los párrafos anteriores; no milito en ningún partido político, ni me interesa la política profesional, no intento favorecer, ni perjudicar a nadie, igual intentaré indicar algunas situaciones que no tienen sentido para mí y que podrían generar descontento en algunos conciudadanos.

El boloñés Franco Berardi, cuyas ideas no siempre comparto, tiene una, que sí me parece brillante por su sencillez: a mayor información es más difícil tomar decisiones. Si bien el italiano Berardi pregona la deserción del modelo neoliberal, estimo que no es tan fácil bajarse del barco, pero Costa Rica ha perdido grandes capas del tejido social que la hacían tan particular y solidaria; mi percepción es que cada uno vela por su propio interés a menos que ser empático conlleve a la vez un beneficio no tan evidente.

No creo que sea tan fácil sustraer miles de millones de colones de un banco con un modus operandi artesanal sin que los mecanismos de control y auditoria de la institución se percataran a tiempo, podría haber tigre o tigres enterados. Mientras tanto se observa una decadencia en las ciudades ticas con una pobreza visible, siendo que ya no puedo discernir cuando la necesidad es real, o si se hace un negocio de la miseria.

Martha Nussbaum (2014), señala la importancia de no relegar las emociones al ámbito privado y ha relacionado su reconocimiento público con la existencia misma de las democracias, en cuanto permiten vincularse con la comunidad, reforzar compromisos y desarrollar adhesiones hacia valores cívicos. La sensación que percibo es de desconfianza, no se sabe si quien toca a la puerta es un potencial estafador o asaltante, ¿cómo se puede retomar la confianza en un clima de inseguridad?

En ese sentido, Nussbaum indica que el Estado debería incentivar y promover emociones positivas, y contar con mecanismos de escucha que permitan prestarles atención, ¿aplica esta desiderata a nuestro país? Y añade que el no hacerlo o pensar en las emociones como terreno exclusivo de regímenes autoritarios supone darles ventaja en la tarea de interpretar cómo se sienten los ciudadanos, favoreciendo así el atractivo de las fuerzas iliberales frente a las democracias, cuyo encanto decaería por parecer demasiado frías, distantes e incluso aburridas. Creo que sobran las palabras.

Parafraseando libremente a George Orwell en su obra Rebelión en la Granja (1945) “todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros”, la realidad de los discursos en Costa Rica desnuda que el poder se auto preserva, no interesa la congruencia de la retórica, el swing criollo gira como veleta al mejor postor, existe algo intangible en el anillo del poder que ni siquiera Tolkien pudo haber descrito pese a su enorme talento. ¿Seremos tontos y no nos hemos dado cuenta, o ellos creen que lo somos, y nos hemos vuelto realmente buenos en fingirlo?

Vientos intranquilos soplan sobre la otrora apacible Tiquicia, terruño que todos amamos, no es posible agotar el catálogo de inquietudes, el inventario de desaguisados y los retos que existen. Lo lamento, no presento soluciones mágicas, no las tengo. Quizá tenía razón el humanista director de una facultad que me decía en cada clase que nadie mayor de cincuenta años debería estudiar una maestría en filosofía.

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