Haruki Murakami (Kioto, 1949) publicó este año La ciudad y sus muros inciertos, una novela que, narrativamente, se distancia un poco (un poco nada más, y apenas en la primera parte, pero es algo) de la formula habitual en sus obras (una formula muy reconocible y que le ha valido éxito y críticas).
Presentes están, eso sí, sus tópicos habituales: un personaje masculino indeciso, que vive eventos que lo llevan arrastrado, la existencia de otro mundo (o realidad) al que el protagonista accede, un amor adolescente que deja una dolorosa huella, personajes que abandonan sin prisa ni urgencia el trabajo. Los personajes de Murakami son así: débiles, arrastrados por la vida hasta que un acontecimiento sobrenatural los obliga a ponerse de frente ante sí y ante el mundo, usualmente vinculado a algún amor. Lo que no implica que no enamoren ¿acaso no es a veces la vida así y deseamos escapar y triunfar ante ella?
En esta ocasión el protagonista, adolescente, conoce a una estudiante en un concurso de redacción, e iniciarán una relación, primero epistolar, y luego de noviazgo. Hasta que ella le confesará que es tan solo una sombra, que su verdadero yo se encuentra en otro mundo, en una ciudad rodeada de una misteriosa muralla, donde las personas no tienen sombra y están en un eterno presente. Unicornios, un río tenebroso, un guardián hosco, un reloj sin manecillas, habitantes ancianos y con pocos recuerdos. Y una biblioteca, sin libros, solo sueños, donde trabaja la joven, la verdadera (la otra, la sombra, desaparece un día sin dejar rastro).
El protagonista, ya mayor, accederá accidentalmente a este reino (cae al agujero donde el guardián de la ciudad quema los cadáveres de los unicornios que mueren con las nevadas). En esta ciudad deberá abandonar a su sombra, someterse a una cirugía de ojos que le permitirá desempeñar el único puesto de trabajo disponible: lector de sueños en la biblioteca, apoyado por la joven, quien, obviamente, no lo conoce, pues él fue novio de su sombra.
El texto engancha, lentamente, pero engancha, y pronto revela que esa ciudad, esa muralla que parece infinita, no es tan pacífica: hay una violencia, una soledad. El protagonista descubre que la ciudad engaña, los sueños que se leen son los restos de emociones de las personas verdaderas, las que están en nuestro mundo, que los habitantes de la ciudad son sombras, y él, como lector de sueños, es parte del mecanismo con el que la ciudad se mantiene. Pero, la banalidad de su vida en el mundo real le hace quedarse, se niega a escapar de la ciudad, pues si bien la ciudad no es real, al menos en un lugar al qué pertenecer, donde es necesario.
De vuelta en el mundo real, conseguirá un puesto en una biblioteca peculiar, con un exdirector en condición dudosa y un joven con una habilidad extraordinaria, deseoso de ir a la ciudad amurallada.
La novela tiene, en su primera parte, un tono narrativo distinto al habitual del autor, pues los primeros capítulos son una especie de monólogo, donde el protagonista se dirige a su enamorada con el candor y tono de los enamorados. Es raro leer a un Murakami tan romántico y con un tuteo que se antoja excesivo. La narración posee gran riqueza visual, es fácil recrear mentalmente la inmensa muralla, las batallas de los unicornios, el remanso del río o los puentes de la ciudad. La segunda y tercera parte retoman la estructura habitual del autor.
Disgusta un poco la carencia de eventos, es una novela poco dinámica, excesivamente lenta, de retratos cotidianos, lo cual no debe sorprender: trata de una ciudad sin historia, sin cambio, eterna, y lo eterno no se transforma. Pero para 576 páginas se hace demasiado. Pese a ello es un Murakami disfrutable, no a la altura de 1Q84 o de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, pero sí disfrutable, consta de capítulos cortos, que se leen en 15 minutos o menos, lo que hace una lectura fluida, justa para aderezar el sueño.
Para esta reseña utilicé la versión epub (digital) de La ciudad y sus muros inciertos, publicada por TusQuets, y lo combiné con el audiolibro en Audible.