Nadie sabe ser opositor al gobierno, como si de ironía crónica se tratara, a más de dos años del presente mandato, nadie ha sabido cómo ser divergente. Es casi una paradoja de lo patético; ni los diputados, ni las federaciones estudiantiles, ni las instituciones fiscalizadoras han comprendido la manera correcta de hacer oposición frente al populismo de posverdad.
Claramente es necesario reconocer que estas tendencias no se veían desde hace mucho, sin embargo, sería una excusa vaga no haber comprendido en casi la mitad del periodo ¿Cómo abordar los temas?
Aún más preocupante es que durante todo este tiempo nadie ha podido definir claramente el concepto de ‘populista’. Entonces en la extrema necesidad de corregir este error, para después abordar el tema, comentaría que es un líder que accede al poder mediante la vía democrática. Una vez que consigue el medio para ejercer, se encarga de desestabilizar el sistema democrático. Con especial énfasis en los contrapesos que ejercen los otros poderes.
Además, es un líder moderno porque su discurso se consume masivamente por cualquier medio de comunicación. Este líder ama las redes sociales, en la medida en la que éstas promuevan sus ideales de nación. Finalmente, su discurso termina siendo adoptado por la opinión popular y es ahí donde retomo la idea central, nadie sabe cómo ser opositor.
Muchas veces los grupos opositores defienden los intereses legítimos, como la educación, salud, trabajo, seguridad... ¿Quién en pleno siglo XXI no quiere eso? ¿A quién le molesta tener trabajo o salud? ¿A alguien le incomodaría que el número de asesinatos baje a 0? En este punto, los colectivos opositores fracasan en el enfoque para lograr sus objetivos.
A un líder populista lo peor que se le puede brindar es un tema en el cual extender su argumento. No se le puede brindar cobertura, no se debe darle un espacio para montar todo un “reality show”. Entonces, la manera más práctica es combatirlo con datos, argumentos veraces y comprobables y con personas con la legitimidad necesaria ser escuchados. Dicho sea de paso, hasta con su mismo discurso se le puede combatir, es únicamente encontrar las inconsistencias en él, porque siempre las tiene.
Sería irreal no haberse preguntado por qué todos esos colectivos, que mencioné en el primer párrafo, ‘siempre pierden’. En la mayoría de los casos, estos colectivos ganan sus argumentos frente la institucionalidad, llámese Fiscalía, Sala Constitucional, Contraloría o cualquier otra institución. A pesar de ello, esos mismos colectivos pierden ante el único verdugo que verdaderamente importa: la opinión pública.
Si bien, es necesario reconocer que un gobierno no se construye únicamente con oposición. Tampoco se logra con una subordinación directa de los otros poderes al Ejecutivo. El sustantivo de ‘democrático’ que establece nuestra constitución, se nutre de un balance entre ambos escenarios. Por ende, la fuerza opositora al gobierno debe reinventarse. Debe hacer una especie de meditación, considerar la mejor manera para recuperar su legitimidad y no prestarse para las cacerías antipatrióticas y poco democráticas, que emanan desde Zapote.
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