Con los Juegos Olímpicos de París 2024 acercándose, surge una pregunta intrigante: ¿Cómo logran algunas naciones, a menudo pequeñas en tamaño y población, destacar consistentemente en el escenario olímpico? La respuesta, sorprendentemente, podría estar más allá de los presupuestos deportivos y las instalaciones de entrenamiento de élite.
Un análisis reciente, que abarca desde Helsinki 1952 hasta Tokio 2020, revela una fascinante conexión entre el progreso social de un país y su éxito olímpico per cápita. Utilizando el Índice de Progreso Social (IPS) de 2023, emerge un patrón claro: las naciones con mayor progreso social tienden a ser más eficientes en la producción de medallas olímpicas en relación con su población.
Tomemos como ejemplo a Nueva Zelanda, Dinamarca y Suecia. Estos países no solo se encuentran en los primeros puestos del ranking del IPS, sino que también están entre los más exitosos en términos de medallas olímpicas per cápita. Nueva Zelanda, con apenas 5 millones de habitantes, ocupa el tercer puesto en medallas per cápita. Dinamarca y Suecia, con poblaciones de 5.8 y 10.4 millones respectivamente, se sitúan en el quinto y sexto lugar.
¿Qué tienen en común estas naciones? Tienen ingresos altos, pero no son potencias económicas globales; ni tienen las poblaciones más grandes. Su secreto radica en sociedades que priorizan la inclusión, la educación avanzada y las libertades personales. Estos países han creado entornos donde el talento puede florecer, independientemente del origen socioeconómico.
La correlación entre el IPS y las medallas olímpicas per cápita (0.513) es más fuerte que la relación entre el PIB per cápita y el éxito olímpico (0.337); mientras más cercana a uno más correlacionadas están las variables. Esto sugiere que el dinero ayuda, pero no es suficiente. Un catalizador del éxito olímpico es un tejido social sólido que nutre el talento desde la base.
Contrastemos esto con países como Qatar en la posición 42 de medallas per cápita, Panamá en la posición 70 y México en la posición 75 de medallas per cápita. A pesar de tener economías robustas o poblaciones considerables, muestran un rendimiento olímpico per cápita más bajo. Esto subraya que ni el poder económico ni una gran reserva de población garantizan por sí solos la gloria olímpica.
Para las naciones que aspiran a mejorar su desempeño olímpico, estos hallazgos ofrecen una hoja de ruta clara. No se trata solo de construir más instalaciones deportivas o de aumentar el presupuesto para el entrenamiento de élite. Se trata de crear sociedades donde cada ciudadano tenga la oportunidad de alcanzar su máximo potencial.
Los componentes del IPS más influyentes en este éxito deportivo son la Sociedad Inclusiva, la Educación Avanzada y la Libertad Personal. Estos elementos, todos pertenecientes a la dimensión de Oportunidades del IPS, se enfocan en las capacidades y libertades que permiten a los individuos y, por extensión, a las naciones, alcanzar su pleno potencial.
Claro, existen sus excepciones, como Cuba y Jamaica que logran un alto rendimiento olímpico per cápita a pesar de tener un IPS relativamente bajo. Cuba ha priorizado el deporte olímpico como herramienta de promoción nacional, mientras que Jamaica ha capitalizado el talento natural de sus velocistas. Sin embargo, estas son excepciones que confirman la regla: en general, el éxito olímpico está vinculado al bienestar social de un país.
En conclusión, el éxito olímpico parece florecer en sociedades que ofrecen amplias oportunidades a sus ciudadanos. Esto implica fomentar la inclusión social, invertir en educación avanzada y crear vínculos sólidos entre el ámbito educativo y el deportivo. Aunque no podemos establecer una relación causal directa, los datos sugieren que el progreso social genera un ambiente favorable para el desarrollo del talento atlético. Así, el camino al podio olímpico comienza mucho antes, en las aulas y comunidades inclusivas, creando un efecto positivo que trasciende el deporte y mejora la calidad de vida de toda la sociedad.