Durante dos años he esperado una explicación para lo inexplicable: la evidente ausencia, en el logotipo oficial escogido por la administración Chaves Robles (un mapa dorado de Costa Rica sobre un campo azul marino), de la Isla del Coco. Es tan clara la omisión, que me sorprendió desde entonces que nadie la señalara, aunque me cuentan fuentes confiables que en su momento se hizo llegar la observación a Zapote en cuya enorme “caja negra” de reclamos no atendidos recaló y duerme el sueño de los justos hasta la actualidad.

Como está de moda hablar de logotipos, a propósito del despropósito de cambiar varios incluyendo el del venerable y benemérito Teatro Nacional, retomo el asunto, pues pareciera ser que Zapote está aplicando la vieja práctica faraónica de exterminar todo lo que suene a precedentes y antecesores excepto, por supuesto, las obras inconclusas que le quedaron al gobierno en bandeja para “apropiárselas” y presentarlas como “propias”. Pero esa es otra historia.

¿Error inocente o inocente desdén el “desaparecer” a la Isla del Coco? Puede serlo, pero cuesta imaginar cómo un gobierno costarricense medianamente serio pueda desconocer la importancia estratégica – en términos geopolíticos, ambientales, comerciales y de seguridad- de esa maravillosa esmeralda en el Océano Pacífico que otorga una extensión de más de 500.000 km2 al territorio de nuestro país (diez veces más grande en el mar que en la tierra). Una condición que confirmamos, por cierto, gracias a la exitosa gestión realizada por nuestra Cancillería y su equipo negociador ante la Corte Internacional de Justicia en La Haya, frente a las aviesas pretensiones del régimen orteguista, en febrero del 2018.

Siendo esto así y como el usado en el logotipo no es el mapa de Costa Rica, restitúyase este sin tardanza, Isla del Coco incluida. Y hágase a pesar de que esa obligación histórica contraviene la que pareciera ser la reivindicación cosmética que más importa a la actual administración, porque en la Isla del Coco, no hay jaguares.

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