Este 2024 vino con un reconocimiento hermoso por trabajar durante 20 años en la Universidad de Costa Rica. La verdad nunca pensé que llegaría veinte años en la U, pero si reconocí su valor desde que llegué a mi primer curso en humanidades.
Angélica, esta estudiante del Colegio Superior de Señoritas y de la Escuela República de Haití ingresó a la UCR en el año 1996. Fue casi que obligada por Blanca, su profesora guía a presentar el examen de admisión ya que, según ella, su papá siempre decía que la gente de la UCR era comunista (y eso era malo) y en su familia nadie había ingresado formalmente a la educación pública superior, por lo que se esperaba que ella trabajara una vez graduada del colegio. Según esa Angélica, el ingresar a la UCR era una situación desconocida y obligaba a su familia a hacer una inversión que no podía asumir.
Hoy le debo a mi profesora guía el impulso, y cada vez que pienso en ello reconozco que la educación pública primaria y secundaria fueron fundamentales para que yo, una niña de zona urbano marginal de la capital, creyera que tenía el potencial de llegar la educación superior.
La Universidad con la beca me permitió entre otras cosas, almorzar en el comedor universitario, pedir prestado los libros semestralmente, y con las horas de la beca que hacía en el CICAP podría pagar los pases del bus y además colaborar con mi casa con el recibo del agua. Rápidamente inicié con horas asistente y comenzó mi ruta de desarrollo profesional hasta hoy. Reconozco que esta historia se diluye entre las miles y miles de historias de superación que se dan en todas las personas estudiantes de todas las universidades públicas de este país.
Para mí la U es un espacio vital, es desarrollo, una zona segura de diseño personal y profesional; y para algunos estudiantes incluso es un refugio ante la violencia u opresión que se vive en sus residencias. Actualmente no solo es mi trabajo, reconozco que es una ruta que cambia vidas, porque cambió la mía y veinte años después he visto cambios en mis estudiantes impresionantes. La U me ha regalado una cantidad enorme de hijos profesionales que me llaman profe, que me conversan a diario en las redes sociales, que me consultan, me animan y me cuentan sus historias de superación, y varios de ellos me acompañan en mis locuras profesionales.
A mis 46 años solo puedo dar gracias a la vida de haber nacido en un país como Costa Rica, que ha sabido invertir los recursos en el desarrollo de sus ciudadanos, donde tengan igualdad de oportunidades y sepan que si se esfuerzan pueden crecer y forjarse un futuro decente para ellos y sus familias. En otras palabras, una sociedad que movilice a sus personas ciudadanas.
En este momento tan turbio y amenazante para nuestra educación pública en general hago un llamado, a nosotros los hijos de la educación pública, para que no olvidemos que ella sigue siendo y debe seguir siendo tierra fértil en nuestro país. Esta tierra debe ser abonada, cuidada y sobretodo defendida.
Particularmente apuesto todos los días por ver en mis estudiantes el potencial que mi profesora guía vio en mi hace más de 20 años. Tengo clarísimo, porque lo he visto y vivido que cada colón invertido en educación crece exponencialmente en favor de toda sociedad e impacta incluso internacionalmente, ya que tenemos muchos chicos de familias migrantes en nuestro sistema educativo.
La responsabilidad de que esto siga siendo así es de nosotros. No solo se trata de defender presupuesto, no se trata de defender las U, se trata de defender el futuro de nuestro país. Es nuestra responsabilidad social, cívica y ciudadana asegurar una educación pública de alta calidad de Costa Rica que desde hace varios años estamos dejando perder. Seamos valientes, visionarios, creativos y responsables, es lo que se espera de nosotros.
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