En mi corta carrera política hay algunas esencias que, intencionalmente, me han caracterizado. Ser un fiel demócrata, creyente del humanismo y la persona como centro de toda acción pública, respetuoso de la institucionalidad y del ordenamiento jurídico, son algunas de ellas. Pero, sobre todo, me he caracterizado por ser progresista.
Esto, lejos de lo que algunos extremistas postulan, consiste precisamente en actuar de manera humana, empática, compasiva, y perseguir incansablemente la igualdad y equidad de todas las personas, procurando que la sociedad logre convivir con justa calidad de vida para todas las personas, con el máximo respeto al ambiente y procurando un desarrollo integral (económico, social, ambiental, político, jurídico, etc.). para los territorios. Ser progresista implica ver al frente personas, no números, religiones, colores políticos, tono de piel, ascendencia o nacionalidad: implica simplemente ver seres sintientes y con dignidad humana al frente, merecedores de derechos básicos.
Quizá por ese romanticismo humanista que nutre al progresismo, hemos perdido frente a grandes capitales y élites políticas que, tal vez, no es que no observen personas, sino que priorizan intereses económicos personales. En este escenario el progresismo no ha comprendido la forma de relacionarse y ha caído en el mismo espíritu de radicalizar sus posturas y la acción política para intentar llevarlas a la realidad. Y ahí es donde se encuentra el mayor fracaso del progresismo: ha roto con uno de sus principales postulados: el diálogo social y la negociación política.
Hoy Costa Rica —y el mundo— se enfrenta a fuerzas políticas y económicas agresivas, fundadas en el populismo, el autoritarismo y la antidemocracia, y el progresismo se encuentra diezmado ante tal fenómeno. Si bien, creo que es, por el fondo, el mejor vehículo ideológico hacia un mundo mejor, la escena política actual le ha hecho ver al progresismo que no cuentan con el apoyo suficiente; esto, quizá por la satanización que aquellas mismas fuerzas político-económicas han promovido sobre él, aunado a algunos ejemplos desafortunados que, como toda ideología, han sufrido en algunos momentos y lugares (tampoco es que las derechas sean ejemplos pulcros y perfectos). A la par, se encuentran otras fuerzas políticas —tanto de derecha como de centro y de izquierda— que no se enmarcan ni a un lado ni al otro: ni del lado populista, ni del progresista.
Y es acá donde tenemos al frente el escenario idóneo para una gran cruzada en aras de reunificar a los actores políticos que, de izquierda, de derecha o de centro, tienen madurez política y mesura democrática para sentarse a conversar entre distintos y plantear un camino común para el bienestar de la población costarricense, fundada en una agenda nacional. El progresismo ha fracasado por no ceder en diálogos políticos con otras fuerzas, pero hoy esa debilidad se transforma en una gran oportunidad.
Ya es hora de que todos los sectores sociales, económicos y políticos nos sentemos con una venda ideológica en los ojos, para crear un bloque común donde, partiendo de los sobrados diagnósticos de nuestra patria, tomemos lo mejor de cada ideología y construyamos una agenda común, empezando por las acciones donde hay puntos de encuentro de todos los sectores, para luego atender aquellas temáticas donde no y buscar puntos medios para impulsar en futuros gobiernos nacionales, con visión de corto, mediano y largo plazo, es decir: crear un proyecto político país.
Muchas veces las pasiones políticas no nos dejan ver las virtudes de las demás posturas. La buena recaudación de los impuestos, tributos bajos, una económica dinámica y diversa son buenas posturas de derecha; la existencia de un Estado de tamaño moderado basado en las necesidades de la población y la eficiencia de las instituciones y el funcionariado públicos, es una adecuada propuesta de centro; el humanismo, la igualdad y la equidad, instrumentalizada mediante programas sociales robustos, eficientes y eficaces, son planteamientos correctos de la izquierda; y todos estas iniciativas no se excluyen entre sí y hay punto de encuentro entre los tres lugares del espectro ideológico político.
Hoy este progresista plantea cual ha sido el mayor fracaso del progresismo como una oportunidad de mejora. Ya las luchas internas en los partidos políticos empiezan, pues el diseño del sistema político electoral costarricense nos obliga a permanecer en campañas electorales, comenzando por las internas de los partidos. Y desde acá, es donde cada fuerza política debe reflexionar sobre los retos que tienen en frente y la necesidad de vencer al adversario común en un bloque unido. Aunque parezca alarmista, estos son los momentos históricos donde se deben tomar las mejores decisiones por el país —no por los intereses personales, partidistas o sectoriales—, pues de no ser así, las lamentaremos dentro de algunos años.
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