Cerramos las Olimpiadas de París 2024 con las acrobacias de Tom Cruise y el rap de Snoop Dogg, atentos a los Juegos Paralímpicos de final de mes, ya con la ilusión puesta en el espectacular show de Los Ángeles 2028 y con la esperanza de ver a más atletas costarricenses compitiendo.
La travesía para convertirse en un campeón olímpico no es algo que se pueda hacer solo, dijo cualquier medallista. Necesitas un equipo, una familia, y personas que crean en vos, a veces incluso más de lo que vos crees en vos mismo.
Esta idea —de que para ganar se necesita un equipo— la podemos oír de todos aquellos que hayan conseguido una medalla o que hayan llegado a alguna olimpiada. Ahí, en el Olimpo, los atletas saben que no han llegado solos al podio de podios… Que han necesitado entrenadores, masajistas, nutricionistas, psicólogos, y tres amigas: la disciplina, la perseverancia, y la determinación, además de su familia. No solo porque nadie nace campeón olímpico (por más cuerpo atlético con que la naturaleza le haya favorecido), sino porque los campeones olímpicos se hacen, y son, por encima de todo, resultado de una política de Estado.
Una política clara, precisa y determinante para hacer de los nacionales los mejores en sus respectivas ramas. ¿Qué requieren estas políticas? Primero, voluntad. La voluntad de querer ver brillar a niños y adolescentes que prometen ser excepcionales en sus deportes. Segundo, determinación. La determinación de que no sea una política que dure un gobierno, sino que sea a largo, muy largo plazo. Hablamos de ver décadas hacia el futuro, no solo las próximas olimpiadas. Tercero, apoyo. Apoyo de todo tipo para los atletas, no solo una beca, una vez. Los atletas se miden y mejoran cuando compiten con pares y repetidamente. Cuarto, instalaciones a nivel nacional, no solo en el centro del país. Basta con revisar la página web del Instituto Costarricense del Deporte y la Recreación (Icoder) para ver que sus instalaciones se limitan al Valle Central. Es vergonzoso que este instituto pretenda llamarse “costarricense”. Pero bueno, ya las costas y las fronteras están acostumbradas a que Costa Rica sea el Valle Central y ellos… la periferia. Es una desgracia que esto sea así, porque esta exclusión solo crea más desigualdad.
Una desigualdad que a veces romantizamos y traducimos a resiliencia… ¡qué brutos!, ¡qué artistas! ¡Logran tanto con tan poco apoyo! Y un romanticismo que reproducimos cada vez que vemos a campeones y atletas sobresalir viniendo de medios sociales limitados y limitantes, añadiendo a sus tres amigas, una cuarta, la resiliencia. Y nadie se pregunta: ¿y por qué tanto obstáculo? ¿Por qué, además de lo físico, también tienen que saltar obstáculos sociales, económicos y políticos?
Para eso está el Estado. El Estado costarricense debe crear ambientes que promuevan el deporte, no solo porque somos un país de obesos (para el 2060 la OMS ha vaticinado que seremos el tercer país con más obesos del mundo) y eso afecta la salud pública a largo plazo, sino porque podemos promover el deporte como una manera de vivir. Algo así como un pura vida de “a de veras”.
Tenemos el privilegio de ser considerados uno de los mejores lugares en el planeta para la práctica del surf. Tenemos climas y microclimas excepcionales para el ciclismo, voleibol de playa, natación, triatlón y atletismo, además de todos los que se practican en interiores. Pero nos faltan voluntad y visión para poder ver a la población de manera diferente: saludable, activa y campeona.
Como vivimos en democracia, y esto es en teoría un gobierno de todos, entonces es entre todos que debemos obligar al Estado —al gobierno de turno— a que produzca políticas deportivas a largo plazo, que vengan incluidas en los programas de gobierno que cada cuatro años nos presentan. Las queremos, las necesitamos, por salud, amor propio y un genuino pura vida.
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