En los últimos 4 años, el virus SARS-CoV-2 ha tenido la flexibilidad de mutar y expandirse en múltiples ocasiones.
Desde que comenzó la pandemia del COVID-19 se han identificado diversas variantes del virus SARS-CoV-2, que han ido mutando hasta el día de hoy. A finales de 2020, el Grupo Consultivo Técnico sobre la evolución de este virus, creado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), identificó variantes que caracterizó como “de interés” y “de preocupación”, pudiendo así evaluar el riesgo que planteaban para la salud pública.
A la variante Alfa, la primera que se descubrió en el sureste de Inglaterra en septiembre de 2020, le siguieron Beta, Gamma y Delta. Estas dos últimas tuvieron un gran impacto en la salud pública. Pero desde finales de 2021, surgió Ómicron, clasificada como variante de preocupación por propagarse rápidamente, y que ha permanecido hasta la fecha a través de sus subvariantes.
“En términos generales los virus basados en RNA[2], requieren células huésped para replicarse y propagarse, como el coronavirus, evolucionando a una velocidad mayor versus otros tipos de microorganismos que hay en el ambiente. Estos virus tienen la capacidad de mutar y encontrar soluciones a los desafíos que le ponemos a través de vacunas y medicamentos, para prevenirlos y tratarlos”, explica Yamile Sandoval, Gerente Médico de Vacunas de Asofarma, quien además resalta que estos pueden encontrar maneras para mutar entre aquellos que no tienen memoria inmunológica, porque no se han expuesto a la enfermedad o porque no están vacunados.
En los últimos 4 años, este virus ha tenido la flexibilidad para mutar y expandirse en múltiples ocasiones. En materia de salud pública esto ha significado el cambio en tres ocasiones de la composición de la vacuna contra el COVID-19, desde la primera que se aprobó en 2020.
De acuerdo con la Gerente Médico de Vacunas de Asofarma en la medida que el virus ha estado evolucionando, del mismo modo lo está haciendo la vacuna. Por esa razón, así como se hace cada año con la influenza, la vacuna contra el COVID-19 se está adaptando para combatir las variantes del virus.
Cuando empieza a circular una nueva variante de este virus y que es ligeramente diferente a su predecesora, los organismos internacionales de salud se ven en la necesidad de identificar cuál es la mejor combinación de antígenos que deben componer las vacunas actualizadas para generar inmunidad general”.
La OMS ha hecho énfasis en que el virus SARS-CoV-2 sigue en circulación y no para de evolucionar[3], y la última batalla mundial contra éste se da con la aparición de nuevas variantes y subvariantes. A finales del año pasado, la que estuvo dominando fue la JN1, una subvariante de Ómicron.
Sin embargo, desde inicios del 2024 la que está dominando y que está causando preocupación a nivel mundial son las subvariantes KP.2 y KP1.1 de Ómicron que forman parte de FliRT.
Y es que FLiRT no es una variante única, sino un grupo de subvariantes relacionadas, la KP.2 y la KP1.1, que pertenecen al linaje de Ómicron; y cuyas características claves están relacionadas con su transmisión, su escape inmunológico y su gravedad.
La característica definitoria de FLiRT es la capacidad que tiene para evadir la inmunidad de infecciones y vacunas anteriores, específicamente, de aquellas basadas en cepas más antiguas. Por otro lado, FLiRT es más transmisible que las cepas anteriores de Ómicron, lo que contribuye al aumento de casos. En cuanto a la gravedad, las indicaciones actuales señalan que las infecciones por esta subvariante pueden no ser inherentemente más graves que las anteriores; pero al tener una mayor transmisibilidad se puede dar un aumento de las hospitalizaciones sobre poblaciones vulnerables[4].
“La infección por estas subvariantes se presenta con síntomas como dolor de garganta, secreción nasal, tos, fiebre, dolor muscular, dificultad para respirar, fatiga, malestar gastrointestinal como diarrea leve y vómito. Si bien no son muy diferentes a los presentados con las anteriores variantes, sí hay un riesgo mayor de transmisión del COVID-19 de persona a persona y, por lo tanto, de desarrollar eventualmente complicaciones asociadas a la infección. Esa mayor transmisibilidad puede provocar un aumento de las hospitalizaciones, entre las poblaciones vulnerables como los adultos mayores, las personas que sufren comorbilidades, los inmunodeprimidos (por enfermedad o por fármacos), las mujeres embarazadas y los trabajadores de la salud”.
Hoy en día, la aplicación de vacunas actualizadas sigue siendo la respuesta para que la población se proteja contra el COVID-19 y sus nuevas variantes/sub variantes. No solo para generar inmunidad colectiva o de rebaño y limitar el número de posibilidades de que el virus mute; sino porque las personas que se vacunaron contra variantes del virus que ya no circulan eleven nuevamente sus títulos de anticuerpo protectores y aumente su protección contra las variantes que están predominando epidemiológicamente en estos momentos. Por eso la recomendación de los expertos es actualizar su esquema de vacunación contra COVID-19 con las últimas vacunas disponibles, así como se da cada año cuando se vacunas contra Influenza[6].
“No tenemos que olvidar que actualmente el mayor riesgo al enfermar por COVID-19, más allá de la enfermedad aguda, es el desarrollo de complicaciones asociadas al COVID prolongado las cuales pueden aparecer 3 meses después y durar de 6 meses hasta 2 años post infección. De allí la importancia de tener en cuenta que vacunarse hoy es protección para el mañana”, puntualiza la gerente médico de vacunas de Asofarma.