Niño pobre de la India, luchando contra los prejuicios para poder lograr su sueño de gloria... ok, si, es Dev Patel haciendo el clásico personaje de Dev Patel; entonces, ¿dónde está el pegue?

Pues que además de protagonizar la película es el debut de Dev Patel como director de cine. Por si eso fuera poco, la cinta cuenta con varias secuencias de acción realmente de lujo, una buena dosis de street fighter, una cantidad casi inaudita de jarabe de maíz (sangre artificial) y una estética que mezcla a Bruce Lee con Bollywood, todo sumado en una receta que hace imposible apartar la mirada de la pantalla. Así que si, es Dev Patel, siendo Dev Patel, y eso no es poco.

Monkey Man es casi cien por ciento shaky cam, acá, la trepidación sirve como apoyo visual, para mantener esa idea de angustia, de estrés, de 120 latidos por minuto; en fin, esa desesperación que caracterizaría a un muchacho de unos 65 kg que se enfrenta a un ejército completo de guardaespaldas y policías corruptos entrenados para matar. De hecho, esa taquicardia visual queda plasmada en el filme porque muchas de las escenas de acción fueron grabadas con una cámara Gopro (eso se llama estirar presupuestos), lo que significó una imagen menos “pro” (a pesar del nombre de la camarita) pero con mucho, de verdad, mucho “go”. Es decir, súper frenéticas.

Otro plus de Monkey Man es el trasfondo cultural. Impregnado de las especias de la India, con los colores del Diwali, callejones costumbristas y pequeñas ciudades al lado de árboles de mango e higueras. Y el famoso mono, si, no se llama Monkey Man solo por gusto, es por Hánuman.

Hánuman es uno de tantos dioses de la India, uno de los primeros superhéroes de la historia de la humanidad (posiblemente comparte Salón de la Justicia multicultural con Gilgamesh y Hércules). Este mítico paladín de la justicia, mezcla de músculo e inocencia es, por así decirlo, el Goku de su época. Hánuman combate por igual a dioses y demonios, villanos y monstruos; muere, renace, y siempre triunfa, muchas veces solo por su astucia. En la película, se resume magistralmente ese carácter suyo de ingenuidad y potencia con la historia, simple pero directa, de cuando tenía tanta hambre que se comió el sol pensando que era un mango maduro.

Patel, además, se lució en una sesión virtual de AMA (ask me anything) en la plataforma Reddit, donde dio y recibió cariño y describió el proceso como “lo más demandante de su vida, cada día había que hacer frente a la catástrofe absoluta”. Por si fuera poco, el rodaje se realizó en tiempos de COVID en la zona del sudeste asiático e India; es decir, gran densidad de población, pero no tanta de recursos sanitarios.

El lado complicado fue que los “occidentales” le vieron muchas bengalas y sándalo, y dijeron: “muy étnica para nosotros”; en India le encontraron mucho peso a temas de corrupción estatal e identidad de género, y dijeron: “muy progre para nosotros”, y quedó en la frontera. Netflix se asustó de perder el mercado de la India y al final, la película sufrió la cruz que carga Patel, que siempre ha estado en el borde cultural…  muy “gent” para ser indo y con mucho curry para ser “brit”. Pues aquí el director quedó con una responsabilidad similar a su propio protagonista: echarse a hombros todo el peso del mundo, pero con la ayuda de otros marginados… acá es donde entra aquella parte de estirar presupuestos y de la camarita Gopro… y, similar a su historia, se levantó de lo más profundo hasta poder tocar el sol. El dios mono elevó al novel director y lo hizo alcanzar el cielo, un verdadero bautismo por la sangre.

Tenemos, entonces, una pieza visual que está construida con dosis igualmente grandes de amor por lo que se hace y de sudor y sangre (Patel se rompió un puño y se golpeó e infectó un ojo durante la filmación de las escenas de acción). Con una visceralidad profunda, con la inclusión de la comunidad transgénero, con la participación de consagradas estrellas de Bollywood, con una dura crítica a los gurús de moda y con persecuciones en tuk-tuk pimpeado, Dev Patel se superó a sí mismo. Solo Monkey Man.

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