La llamada. En una ocasión llamé a la central telefónica del Banco Central de Costa Rica preguntando por un trámite, hablé tal y como soy, sin postureo; la recepcionista que me atendió me hizo notar que me estaba haciendo un inmenso favor y la imaginé por un momento creyéndose dueña de parte de los activos de nuestra nación, al menos eso denotaba su actitud y tono de voz; como ya uno tiene sus años y elige sus escaramuzas, fingí demencia y dejé a la persona funcionaria tranquila en sus ensoñaciones guiando el bergantín de su opio mental.

Definición. En psicología, la prepotencia puede referirse a una persona que se considera más importante que los demás o que abusa de su poder, es además propia de las personalidades narcisistas. De forma paradójica, inconscientemente puede ser también un recurso o mecanismo de defensa para esconder una baja autoestima. En el día a día, uno se puede dar el lujo de convivir con los rasgos positivos y los que no lo son tanto, de sus iguales o pares, el problema surge cuando las relaciones son asimétricas, es decir cuando quien detenta algún grado de poder lo ejerce con arrogancia. Las reglas de urbanidad y las buenas maneras nacieron para permitir la vida en sociedad, para promover la convivencia y la evitación de conflictos. En 1853, el profesor, músico y diplomático venezolano Manuel Antonio Carreño, publicó el famoso "Manual de Urbanidad y Buenas Maneras para Uso de la Juventud de Ambos Sexos" que se convirtió en un éxito inmediato en el mundo hispanohablante. Evidentemente, el tiempo ha transcurrido y ha caído en desuso, pero sigue siendo un referente de la vida comunitaria. Bajo esa lógica, los detentadores de los poderes del Estado son los primeros llamados a dar el ejemplo de convivencia, tolerancia, urbanidad y buenas maneras para con sus ciudadanos.

El poder y sus encantos. El poder se puede definir indicando que es la utilización consciente de las capacidades humanas en orden a generar ciertos efectos o resultados en la naturaleza o en la realidad social. De este concepto se puede deducir una serie de consideraciones importantes, tales como que el poder implica necesariamente una conjugación de las dos dimensiones básicas del ser humano: el factor material o biológico y la dimensión espiritual o psicológica. No se puede excluir ninguna de estas dos aristas. De ahí que, si la especie humana es limitada, en principio es válido concluir que también lo es su poder. Para que este exista como tal, en su sentido estricto y diferenciado del poder natural, es necesario que sea ejercido de un modo consciente. Dicho de otro modo, sólo los actos humanos realizados conscientemente se pueden considerar actos propios del poder humano. Pero el hecho de que los actos del poder humano tengan que ser actos conscientes no significa, ni presupone, que sean actos totalmente racionales. En efecto, muchos actos humanos son conscientes y racionales en su ejecución, pero inconscientes y/o irracionales en su motivación, sin dejar por ello de ser actos del poder humano. El mayor ejemplo de ello se verifica en los actos discrecionales permitidos por la legalidad, en donde el detentador del poder puede actuar como lo hizo porque le está permitido, también se sabe que sabía lo que hacía, pero se ignora por qué actuó de una forma que a todas luces parece irracional o ilógico.

El poder existe, a nivel teórico, porque en la realidad social existen desigualdades, y este debe servir para corregirlas y procurar el bien común. Se debe aceptar que el mundo es profundamente diferenciado compuesto de un gran conjunto de mentes heterogéneas que deben ser mínimamente regladas para evitar la anarquía y el caos. Admitir la desigualdad no significa negar la común naturaleza humana y, desde luego, no puede jamás confundirse con una justificación de la opresión y la injusticia. El poder humano permite no sólo el control del conflicto, sino que también promueven la cooperación y la solidaridad humanas; fundamentan la vida humana en grupos sociales organizados de modo cada vez más complejo y avanzado, y fomentan la colaboración social a través de relaciones cada vez más justas y pacíficas. En una palabra, la desigualdad y el poder permiten el progreso humano tanto como propician procesos de estancamiento o degradación de la humanidad, según cómo se utilicen. Pero conviene no olvidar ni por un momento, que el Estado, cada Estado en concreto, es una emanación de la sociedad a la que pertenece.

El punto es que el poder, en todas sus manifestaciones, como la vida misma, es pasajero. Pero tiene un fuerte efecto de espejismo, que podría deslumbrar a quienes temporalmente lo ostentan, hasta el punto de olvidar que son servidores públicos y no demiurgos, ni seres alados a quienes se les debe hacer reverencia. Todos cometemos errores, saber rectificar y disculparse es un buen indicio de sabiduría, el creerse infalible no es un buen derrotero para quienes tienen responsabilidades públicas. Se recomienda también atajar a los monos neuronales (existen), que saben elogiar como pocos para apropiarse de galones inmerecidos.

Uno no debe tomarse demasiado en serio a sí mismo, a nivel cósmico somos insignificantes, no somos realmente para tanto. Si alguien se ha subido a un cubito de hielo y se siente muy importante, recuerde que puede resbalar y que el agua se derrite. Caso contrario, si usted está sometido a un estrés extremo y está cansado de comer carbón, ¡relájese! Capaz y excreta un diamante.

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