De noche, todos los gatos son pardos y todas las trans, la misma.
Poco importa si el deseo hace frenar al conductor en la Avenida 7 o en Plaza Víquez; si la excitación los impulsa a llevárselas al cuarto de un hotel, o se corren corriéndolas, mientras les tiran huevos y bolsas llenas de orines.
Si les pagan, les pegan o les roban.
Todo da igual, mientras sacien su hambre de hombre; su “saludable” amor al odio.
Solo aprendieron que 1+1 es 2, ignoran por completo los números radicales.
No tienen más vergüenza que la ajena y por eso no les da pena que un porcentaje de la población de su país viva apenas 40 años.
Y sin embargo, para quienes no tenemos miedo de abrir los ojos y los oídos, quienes sentipensamos y abrazamos la diversidad que nos incluye, la realidad es distinta y mucho más apasionante.
Quienes vivimos sin escudos ni coronas; no nos limitamos al sí o no, ni al blanco o al negro, sabemos que a las mujeres trans lo que las iguala y las une es la urgencia.
Ellas aprendieron pronto y a palos que no pertenecen a “este” mundo por el simple hecho de ser; viven en los márgenes de la sociedad y tienen una cercanía con la muerte realmente desesperante.
Rasgarse las vestiduras
Desde podios y púlpitos, curules y pantallas, aulas y jaulas existe una cantidad importante de hipócritas que forman parte de la más “pura y casta” feligresía.
Devotos carentes de toda espiritualidad, no soportan que un espacio sagrado que consideran propio, exclusivo, privado, fuera tomado por otres: así, a los disidentes los echan de las aulas y las casas, les arrugan la cara en los consultorios médicos y las instituciones públicas, no les dejan ni la letra menuda de la ley.
Pero para ellos tengo malas noticias, mientras sólo miren las entrepiernas irán perdiendo la batalla; la biología no es una ciencia exacta.
Hay una zona de la sociedad condenada a sortear obstáculos letales que el resto le pone desde la infancia. Existe una comunidad con un punto de vista crítico sobre el estándar de lo normal que si no te mata te disciplina.
Contra una sociedad que insiste en la organización binaria del mundo, en la jerarquización según un orden genital hay una potencia acallada que avanza.
Hay asociaciones, grupos, redes, multitudes que saben que la pobreza, la violencia y la injusticia incluyen cada vez a más personas y que llegó el momento de rasgarse otras vestiduras, de destrozar los disfraces y soñar con un mundo mejor.
Daya Hernández, activista hiperactiva si las hubo, fundó junto a sus pares Transvida y logró -no sólo con ese prefijo transfigurar todos los imaginarios- sino abrir un espacio en el que, sin distinción, se ofrece un café y un gallito, un baño y una sonrisa, la posibilidad de estudiar, de curarse y acuerparse.
Una Asociación que se sostiene y se mantendrá en pie más acá de su muerte.
Daya ejercitó el exorcismo, ahuyentó fantasmas a través de la incidencia y meditó sobre el poder de la hermandad para curar el dolor que la punzaba.
Se fue dejando un legado precioso que desnuda el estado ordinario de las cosas, la precariedad de la norma.
Yo, hace diez años, le enseñé a nadar, ella a que la vida, -poca o mucha-, es lucha.
Transvida celebrará un homenaje a Dayana Hernández González este lunes 15 de julio a las 4:30 p.m.
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