En nuestro país el miedo y la violencia han ido ganando terreno desde hace años. Todos sus habitantes hemos experimentado, en mayor o menor medida, dicha realidad. La mayoría queremos que cambie.
Por eso resulta tan lamentable que en la conferencia de prensa del miércoles el presidente, al abordar la situación de los jóvenes de San Carlos, se limitara a culpar a los anteriores gobiernos porque estos proponían “dar abrazos a los que dan balazos”.
Esto no solo es una afirmación falaz, sino que en lugar de enfrentar el miedo y la violencia, los alimenta con un discurso de odio, equiparando al joven infractor con un homicida. Así ha sido la comunicación del poder ejecutivo desde el primer día, recordemos el nefasto “se matan entre ellos”.
El miedo y violencia de nuestra sociedad no son culpa del presidente -no voy a incurrir en la misma falacia-. Los problemas son complejos y tienen historia. Pero ante un evento como el de San Carlos, que nos consterna a todos, la persona con el cargo público más importante del país, tiene la responsabilidad de señalar cuál es el camino para detener la violencia, no atizarla.
La propia familia de la víctima lo tiene claro, al indicar a un medio de comunicación que ellos no quieren más violencia, sino que el muchacho reciba la ayuda necesaria para reorientar su vida.
Nuestra sociedad está en un punto crítico: En cualquier momento la violencia se desbordará de formas difícilmente reversibles. No podemos darnos el lujo de que por un torpe “cálculo político” de popularidad, se sigan socavando los cimientos que todavía sostienen la vida pacífica y democrática en Costa Rica.
Ante ello, nuestra responsabilidad ciudadana es no callar y argumentar con respeto. No señor presidente, el camino del odio no es el camino. Su puesto le obliga a mucho más.
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