El mes pasado, el presidente Rodrigo Chaves proclamó: “Aquí pasaremos muchos a la historia, algunos como infames... otros como patriotas” al presentar su Ley Jaguar. Fue la primera vez que lo escuché plantear esa diferencia. Para mí, en ese instante, se cruzó una línea y es urgente destacar este momento, por más insignificante que parezca.
Vivo en Berlín desde hace dos años. Desde aquí, en un perfecto día de otoño del 2023, le envié un mensaje de WhatsApp a Diego Delfino, director de este medio.
Trataba de explicarle que un querido amigo mío, asesor de comunicación del presidente Chaves y figura habitual en el Reporte Delfino, no es el personaje siniestro que allí se describía. Mi amigo es alguien a quien estimo y, aunque aborrezco el tono de comunicación del presidente, tiene todo el derecho a tomar decisiones legítimas.
Esto, sin embargo, no significa que no voy a criticar la frase mencionada al inicio. De hecho el tonito de Chaves en ese entonces, como hoy me parece una insulsa copia del libreto trumpesco, y ver que ese lenguaje esté generando participación y seguidores en la red social que antes llamaba democracia en Costa Rica me causa una especie de nostalgia y rabia.
De hecho, al revisar mis redes sociales, parece que la mayoría ha aceptado ciegamente la moda de políticos prepotentes y autoritarios que hoy se ganan votos sin vergüenza, aprovechando que los votantes están entrenados por el algoritmo a buscar su gotita de dopamina donde el mensaje sea más inusitado y soez.
Tan solo la semana pasada, en LinkedIn, otro amigo presumía una foto junto a Javier Milei y lo proclamaba una estrella de rock punk. ¿Qué mejor ejemplo de que estamos confundiendo la controversia gratuita con política?
Pero, me tengo que detener.
Siento que he adoptado el fastidioso tono de un hombre refunfuñón (¿quizás sea cierto?) explicando por qué esto está mal y eso, entendiblemente, va a ahuyentar a los lectores.
Un segundo nada más, querido lector, hay solo una cosita más que necesito mencionar, y son estas dos cualidades que Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, politólogos de la Universidad de Harvard, mencionan en su genial libro “Cómo Mueren las Democracias”. Son las mismísimas barandas de seguridad de la democracia:
- Tolerancia mutua: la capacidad de ver a otros políticos (en especial cuando son de posiciones ideológicas distintas) como personas de buena fe y con valores legítimos.
- Autodominio/contención: la capacidad de controlarse para seguir las normas del juego político, sobre todo cuando dichas reglas son no escritas.
Toda mi vida no he conocido más que el prístino jardín democrático de Costa Rica. Confieso: me lo tomo por sentado; poco he reflexionado sobre el arduo trabajo que tomó crear esa privilegiada frondosidad.
Sin embargo, en Berlín, la perspectiva cambia.
Estudiar la convulsa historia de Alemania desde el colegio en San José era como ojear un libro de recetas; sin embargo, aquí, las familias de mis amigos y mi propia familia en Alemania no estudiaron la Segunda Guerra Mundial de ningún libro de recetas, ellos saborearon ese vomitivo bocadillo. Ellos recuerdan lo que es que amigos, vecinos y su país adquieran formas inhumanas.
A la par de mi apartamento en Berlín, hay un monumento frente a una pared donde guerrilleros del partido comunista fueron fusilados y enterrados por la policía berlinesa como parte final de la Revolución de Noviembre (1919). Cada mes, flores aparecen en el lugar—el pasado sigue estando muy presente. ¿Cuándo fue la última vez que llevé flores a un monumento en San José? Nunca.
Quizás el no conocer el caos social nos hace minimizar los síntomas de la erosión gradual de las normas. Ver cómo Rodrigo Chaves pone en duda el patriotismo de personas “infames” que se oponen a sus proyectos es lenguaje directamente sacado del manual de los autoritarios que han causado las calamidades más miserables de la historia, y hay que prestar atención aquí y ahora.
Si Berlín y el pesar moral que agobia a los alemanes hasta hoy algo me han enseñado, es que fenómenos como la tolerancia, la contención y la buena fe, representados en la Unión Europea y la democracia tica, no son más que absolutas joyas de la humanidad y que crearlos llevó sangre, dolor, trabajo y mucho, mucho tiempo y paciencia.
Sobre todo, Berlín me grita lo siguiente: sí, los amigos que uno quiere y con los que ha compartido, ellos mismos, nosotros, todos nos convertimos en los actores principales cuando la tinta de los capítulos sombríos de la historia empiezan a manchar lentamente el mantel de la democracia.
Finalmente, los grotescos capítulos de excesos nunca llegan de la noche a la mañana, sino que son el fruto de “normalizar” los gritos estruendosos de políticos que ponen a prueba las barreras de seguridad de la democracia.
La frase “Aquí pasaremos muchos a la historia, algunos como infames... otros como patriotas” es un síntoma claro de que alguien está poniendo a prueba estas barreras. Es nuestro trabajo alzar la voz cuando estas barreras de seguridad peligran.
Este artículo es mi intento.
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