“Si bien los molinos de Dios muelen despacio, muelen muy pequeño; aunque con paciencia espera, muele con exactitud todo”.
H. W. Longfelow.
Amerita agradecer la honorable disculpa pública de la Universidad de Costa Rica, merced a la investigación de la catedrática Patricia Fumero, 76 años después de haber expulsado por sus creencias y acciones políticas a un grupo de apreciables docentes y estudiantes, a raíz de la guerra civil del 48.
Advertencia para que las nuevas generaciones y la continuidad de la historia no repitan tales injusticias. Gratitud del pueblo costarricense porque tal enmienda honra su mejor índole.
Entre las 22 personas reparadas, en nuestro caso particular subyace una paradoja notable. Como hija de Fabián Dobles que lo calibró en lo cotidiano y real junto con mamá y mis hermanas, sorteando los aguijones del sambenito -diríase demoniaco estigma- de “comunista”, no podría obviar esa paradoja: si no acontece su expulsión del claustro universitario, muy probable - casi certeza, me atrevo-, no existiría el grueso -y lo fino- de su obra literaria.
Observemos: Los leños vivientes El sitio de las abras, Historias de Tata Mundo, En el San Juan hay tiburón, Los años pequeños días y la mayoría de sus cuentos fueron escritos después de 1949. Resalto: El sitio de las abras, Historias de Tata Mundo… Quienes las conozcan y además se dediquen al oficio literario, pueden dimensionar en estas las horas-silla de don Fabián. La lista al completo manifiesta la gran fuerza del escritor y a la vez su identificación con la gente marginada y ninguneada de nuestra sociedad - lo siguen siendo-. Un río literario que aumentó su caudal con todo lo vivido. ¿Una vocación como la suya hubiese sobrevivido a la entrega académica? Lucubro, lo sé, pero se vale por la vivencia íntima. Con su personalidad, su temperamento, su sensibilidad, ¿imaginarlo planear clases, revisar innúmeros exámenes y trabajos universitarios, asistir a asambleas? El ideal de un papá muy juicioso y seguro, no vibrante en la incertidumbre del arte y para colmo de izquierdas. Esa imagen prolija se me escapa, no puedo evitarlo, y sé la razón: su talante discurría por otros meandros, como el díscolo Ignacio Ríos de su novela Una burbuja en el limbo; ese era él.
Lo que sucedió, como en la vida cuando el espíritu acude, fue la transformación de un hecho injusto y doloroso en una brillante luminosidad: papá dio pluma suelta a su obra íntegramente coherente con su ideario político y su sensibilidad social. ¿Que le costaba escribir en medio de las penurias económicas y la responsabilidad de cinco hijas? Sí, y mucho (así y todo suman cinco tomos sus Obras completas, cinco… mirá vos). “Nada quita tanto tiempo como sobrevivir”, decía. Así que lo iba haciendo a trancos y sobresaltos en medio del barullo familiar, tecleando sobre la mesa que él mismo había aserrado, pegado y lijado. A intervalos de trabajos variopintos como vender colchas o leche en carricoche, más tarde revisar y corregir galeradas de libros, porque en Costa Rica sí cundió la saña macartista y, cuando fue profesor del Liceo de Costa Rica -según estudiantes suyos, muy al estilo del de La sociedad de los poetas muertos- lo despidieron por haber viajado a Cuba a un encuentro por la paz.
Así que cuánta tracción acumuló para sus bellísimas frases en torno a personajes humildes en esas novelas, en esos cuentos, con su vena poética latiéndole por dentro. ¿Que se truncó su posible carrera académica? Pues la otra encontró tiempo y espacio para hacerse mayor, a no dudarlo: como tantos escritores en la historia de la humanidad que provienen de los más diversos oficios y profesiones. La literatura es quizás el arte que mayor diversidad permite: hay de todo en la viña de las letras. También escritores académicos, desde luego. Pero no un Fabián.
¿Que a la familia le hubiera ido mejor económica y socialmente? Nadie lo niega, jaja. Pero ahora no estaríamos celebrando su Benemeritazgo de las Letras Patrias, su busto en el Teatro Nacional, el haber sido nombrado en el cambio de siglo uno de los 20 personajes culturales del XX costarricense. No le hubieran otorgado el Magón cuando tenía 50 años.
Mamá, Cecilia Trejos, nos lo dijo en el lecho de muerte de su compañero: “él fue feliz; hizo lo que quiso”.
Ahora entiendo por qué papá siempre guardó silencio sobre esa agresión y vilipendio: su sabiduría de la vida con sus vueltas y revueltas supo ver el paisaje total, perdonar y reconciliarse con todo.
Corolario:
Transcribo un solo párrafo, tomado de su novela surgida al calor de los acontecimientos de 1948, Los leños vivientes; lo vislumbro nacido -como tantos en sus muchos libros- de su coraje para sobreponerse al escarnio con su amor por la gente ninguneada y por su oficio de escritor:
“Con los meses, la gente encuentra trillos y veredas por dónde aventurarse en medio de la ciudad, como los gusanitos que con obstinados arqueos consiguen por fin trasponer una avenida sanos y salvos. Hay arañas verdes. Hay dónde cocinar un plátano traído furtivamente de algún cafetal vecino. La vida tiesa es y tozuda como mimbre del campo: la majan y aplastan, mas luego regresa a su posición vertical. Se amaña para limpiar zapatos en los parques, hacer mandados, asar tortillas para vender, criar unos cuantos picos, o simplemente hurtar, o pedir limosna, e ir engañando el estómago. A un niño puede estarle prohibido tocar su marimba en el centro de la ciudad, donde la actividad hormiguea de prisa en los autobuses, las tiendas, los diarios, las aceras; pero en los barrios donde se ve en las madrugadas a los panaderos con su canasta al hombro y los lecheros de leche en tarro silban su llamado, el policía sin saber por qué se vuelve complaciente, y así a lo largo de calles con letreros que dicen Sastrería, Se arreglan bicicletas, Pensión Guanacaste, Se venden tortillas y un violín, el muchachito logra, ya anochecido, en esta esquina, en aquel restaurante de medio pelo o frente a la ventana adonde se remallan medias, ponerse a marimbear tranquilamente, mientras a su alrededor van cuajando los transeúntes.”
— Fragmento de Los leños vivientes (1962)
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