Posmodernidad. La verdad solía ser respetada y única, ahora es la primera víctima en los tiempos que corren, porque ya no es singular, sino plural, ya no existe una verdad, sino que hay verdades; se perdió el respeto ante los hechos comprobados científicamente, ahora lo que importa es el quién emite la proclama de la supuesta verdad.
Es decir, lo que antes era un criterio para separar la verdad de la mentira, ahora puede convertirse en lo opuesto, de tal manera que se puede aducir tener la verdad acerca de diferentes temas como parte de una ideología, aunque ello contradiga la realidad.
Un buen ejemplo de ello son los negacionistas de la reciente pandemia mundial del 2020 y la mejor estrategia para la divulgación de este sesgo es el cultivo de la ignorancia entre la población o más bien, la no divulgación de la cultura acompañada de un buen programa educativo.
Insólita experiencia. No hace mucho, acudí a una barbería nueva, quien me atendió, me dijo convencido, sin que le pidiera su opinión, que las “élites mundiales” y los Iluminati habían matado a Michael Jackson porque él sabía muchas cosas. Guardé silencio y no volví a ese establecimiento. En el presente, es posible no atender a la razón, a la lógica y al conocimiento.
Por eso existen líderes en el planeta que violentan los hechos con total impunidad, porque se han percatado que pueden salir indemnes de ello, y más aún, la mayoría de la opinión pública es tan moldeable, que los grupos de poder pueden generar “verdades masivas” que serán adoptadas con mucha facilidad y celebrarán sin percatarse las posverdades sin someterlas al tamiz del pensamiento crítico.
Las redes sociales han sustituido a los libros, no solo siendo medios de entrenamiento, sino también de manipulación deliberada por diversos intereses.
Sentido de pertenencia. Como consecuencia de lo expuesto, ante un mar de subjetividades, se crean bandos y grupos, algunos son afines y otros opuestos.
Entonces, el planteamiento es: los que piensan como yo, son amigos, y los que no, son enemigos; es así como la sociedad se polariza y la posibilidad del diálogo entre ellos se disipa, porque no interesa el compartir ideas, sino el ganar, el prevalecer y ello les da a las personas un sentido de pertenencia tribal mientras navegan en el vacío de una vida que no necesariamente tiene un propósito.
Por eso, es posible avistar a un descerebrado caminar con orgullo con un gorra que tiene un eslogan reciclado, o a una persona que es fanático de ver el patear una bola, que no hace ejercicio ni para destapar una botella, celebrar un campeonato como si hubiese jugado el partido final.
Sospecha, conspiración y violencia. A partir de esta división real o imaginaria, todo lo que hacen los “otros”, es parte de un plan malvado, que debe ser monitoreado, en todas las esferas de la cultura, la prensa, la academia, la arena política, entre otros.
Esa bola de nieve de atribuirse recíprocamente el mal y la culpa de todos los problemas que suceden va calando en las mentes de las personas, ya que no es posible conversar con los que no piensan de la misma manera, porque son seres perversos, y es ahí donde se instala la violencia verbal, moral, física, política y de cualquier índole, como una forma justificada de “defensa” de individuos radicalizados que creen estar en el lado correcto de la historia.
El autoritarismo se instala mayoritariamente a través de los votos, por ciudadanos desesperados que recurren a mesías anti- sistémicos, demagogos, con ansías de poder, que aprovechan las coyunturas de descontento para agendas fuera de foco que por lo general hunden países en los despeñaderos del ego fugaz. A los dictadores de hueso colorado, o a los aspirantes a serlo, no les preocupa en realidad contener el fenómeno de la violencia, porque esa es su firma, su estado de ebullición mental y su manera de resolver los conflictos.
Es más fácil gobernar con las aguas revueltas. En todo el orbe, la solución debe provenir de los y las ciudadanas, demandando de las autoridades tripartitas que cumplan su función con presteza y probidad. El dinero es cobarde, un ambiente violento no es bueno para hacer negocios y mucho menos es saludable para la calidad de vida de los habitantes. Gandhi dijo con proverbial sabiduría que no existen caminos para la paz, la paz es el camino.
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