Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del antisemitismo. Las protestas y los plantones de estudiantes en decenas de universidades estadounidenses en contra de la guerra en Gaza y a favor de un cese al fuego han indignado a grupos proisraelíes, quienes los acusan de promover el antisemitismo y de difundir discursos de odio en contra de los judíos. Ahora bien, ¿es esta acusación válida y legítima? Para responder a esta pregunta ante todo debemos delimitar y definir claramente qué es y qué no es antisemitismo.
Recientemente vi un meme circulando en Facebook que decía: “El primero que rompió relaciones con Israel fue Jesús. Y terminó crucificado”. El mensaje del meme era claro: El Estado de Israel representa a los judíos y los judíos mataron a Jesús. ¿Les suena conocido? Pues no es extraño porque se trata de la misma acusación de “Deicidio” que la Iglesia dirigía contra los judíos en la Edad Media, acusación que se utilizó durante siglos para justificar la expulsión, el despojo y el asesinato de estos en la Europa del Medioevo. Culpar a los judíos como colectivo de haber cometido un crimen tan terrible e imperdonable como el asesinato del hijo de Dios ha sido algo característico del antisemitismo.
Lo mismo se aplica a los comentarios que denuncian una supuesta conspiración de la prensa para ocultar los crímenes de Israel debido a que, ¡oh sorpresa!, los judíos controlan los medios. De nuevo aquí aparece un leitmotiv del antisemitismo: los judíos controlan el mundo o al menos aspiran a hacerlo.
En los ejemplos anteriores difícilmente se puede negar que se trata de descalificaciones antisemitas pues atribuyen ciertos rasgos a todos los judíos por igual. Ahora bien, ¿se puede aplicar el mismo razonamiento a las críticas a Israel?
Desde su fundación en 1948, el Estado de Israel fue reconocido como miembro pleno de a la Organización de las Naciones Unidas. Al hacerlo se comprometió, como todos los demás Estados miembros, a cumplir con los convenios y tratados inherentes a este organismo internacional, entre estos la Convención para la prevención y la sanción del genocidio. Esto significa que debe cumplir con todas las normativas y reglas propias de esta condición. El hecho de ser un Estado que se adscriba a una confesión no le otorga una condición de privilegio ni de inmunidad.
Criticar las acciones de Israel o denunciar los crímenes cometidos por sus dirigentes no es ni puede considerarse per se como ejemplos de antisemitismo. La pretensión de identificar estas manifestaciones con los discursos de odio hacia los judíos presupone, en primer lugar, que todos los judíos se identifican con Israel y, en segundo lugar, que Israel es un Estado con atribuciones diferentes a los demás Estados y que no está obligado a cumplir con los tratados y convenios internacionales. Ambos supuestos son claramente falsos.
Ni todos los judíos se identifican con Israel ni todos los israelíes apoyan las acciones de su gobierno. Eso no los convierte en antisemitas, como tampoco a la inmensa mayoría de los que se manifiestan contra la guerra en Gaza en todo el mundo.
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