Escribo está columna el día del trabajador. Rindo mi sincero homenaje a las y los trabajadores encarnándolo en dos personas a las que admiro y que a sus 92 y 90 años respectivamente, nos dan ejemplo de trabajo fructífero. Trabajo dedicado y de servicio a lo largo de su vida. Trabajo que hoy continúan. Ejemplo de trabajo como contribución a la producción, al progreso y a la solidaridad. De trabajo como colaboración con la creación y como camino de superación personal.
Hace unos pocos días tuvimos la suerte de que visitara nuestro país don Enrique Iglesias. Este economista, político y escritor católico uruguayo y español ha servido a su patria, a Latinoamérica, a América y a Iberoamérica de una manera extraordinaria como ministro de Relaciones Exteriores de Uruguay, como secretario ejecutivo de CEPAL, como presidente del BID, como secretario general de la Secretaría General de Iberoamérica.
Vino por invitación de don Eduardo Lizano a dictar sendas conferencias en la UCR y en INCAE. Don Eduardo profesor y director de nuestra Escuela de Economía de la UCR, profesor en universidades de Estados Unidos y Europa, alma de la Academia de Centroamérica había actuado para que nuestros estudiantes y profesores se enriquecieran con la visión de don Enrique. Sigue vivo el espíritu de servicio de don Eduardo mostrado a lo largo de su vida en su empeño en el nacimiento y desarrollo del ITCO, IFAM, CONACIT y sobre todo en sus servicios al BCCR como director en 2 administraciones de diferentes partidos y como presidente en 4 administraciones de dos partidos políticos.
Don Enrique y don Eduardo dos distinguidos ciudadanos de bien, comprometidos con su sociedad, con su familia, con sus valores, con nuestra Iglesia Católica.
Lorena y yo tuvimos el honor y el gusto de que esos dos queridos y admirados amigos pudieran acompañarnos a almorzar junto con otros amigos que habían colaborado para que se diera esa visita: María Salvadora Ortiz y Félix Delgado y su esposa Roxana Bustamante compañera de Lorena en la Escuela Perú.
La ocasión resultó emocionante y ejemplarizante.
Antes de pasar a la mesa la conversación se centró en el tema de la ancianidad, sobre todo en intercambios entre Enrique y Lorena.
Enrique está dedicando buena parte de su tiempo a una fundación en Uruguay que ha establecido para dar apoyo a las personas de la tercera edad que viven en soledad involuntaria. Dedican esfuerzos para motivar a jóvenes a visitar y a intercambiar experiencias con personas que viven solas, para crear cadenas de personas que las contacten y conversen con ellas por teléfono, para hacer a esos adultos mayores sentirse rodeados por cálidas relaciones humanas. Lorena le contó de sus tareas con la promoción de la Ley Integral del Adulto Mayor y con poner a funcionar el Consejo Nacional de la Persona Adulta Mayor (Conapam), del que fue la primera presidenta, y de sus vivencias actuales en la relación con el Hogar de Ancianos San Vicente de Paul en San Antonio de Escazú, donde vive y se atiende a nuestro hermano Manuel Clare.
El almuerzo nos permitió otra vivencia también demostrativa del valor extraordinario de estos DONES.
Don Eduardo al llegar me dio una botella y me dijo que era para un brindis que deseaba hacer.
Tomó la palabra y dirigiéndose a don Enrique nos dijo que ellos dos escribían frecuentemente. Que Lorena no lo hacía y que con 80 años acababa de publicar Como el bambú. Que por eso brindaba por ella y por su autobiografía.
Que él había comprado el libro y lo acababa de leer y le había gustado el lenguaje vernáculo y simple. Y tuvo la generosidad de resaltar algo que a él y a mí nos une, la pasión por la enseñanza, señalando que mi inicio como profesor había sido logrando entrar a la casa de Lorena para darle clases de gramática y ortografía. Más que eso, señaló la transversalidad de la fe en Dios y la religiosidad católica a lo largo de la obra de Lorena para darle gracias al Creador en las buenas y pedir su fortaleza y amparo en las horas difíciles.
Gracias don Enrique y don Eduardo por haberme dado el lujo de su amistad.
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