El pasado 9 de mayo, en el Aeropuerto Internacional de Dakar, en Senegal, 10 personas resultaron heridas tras la salida de pista de un avión, cuando se disponía a despegar. Solo cuatro días antes, en el Aeropuerto Internacional Kinshasa N’djili, en la República Democrática del Congo, otro avión se salió de la pista mientras aterrizaba. A pesar de la distancia de más de 6000 km entre ambos eventos, tienen algo en común: ambas aeronaves fueron fabricadas por Boeing.

Boeing es una compañía multinacional estadounidense que se dedica al diseño, fabricación y venta de aviones, helicópteros, misiles y satélites. Tradicionalmente, Boeing ha dominado el mercado aeronáutico. Incluso, fue el primer fabricante de un avión de dos pisos, conocido popularmente como “la reina de los cielos” y formalmente como 747. Lo más probable es que cualquier persona que haya tomado un vuelo comercial, lo haya hecho a bordo de un 737, un 787 o cualquier otro modelo de Boeing.

Las investigaciones relacionadas con los accidentes más recientes sugieren que, desde hace algunos años, la calidad y seguridad con que se producen estas aeronaves ha sido relegada a un segundo plano, con el objetivo de abaratar costos y aumentar la productividad. Históricamente, la reputación de Boeing superaba los 40.000 pies de altura que alcanzaban sus aviones. Hoy, esa reputación está en picada.

Eventos

Los accidentes que ocurrieron en el continente africano en mayo del 2024 son los más recientes, pero no los únicos. Desde finales del 2018, los aviones de Boeing han sufrido una serie de accidentes que han provocado una fuerte turbulencia en la compañía.

A finales del 2018, el vuelo 610 de Lion Air se estrelló en el mar de Java, poco después de despegar en Yakarta, Indonesia. Esto provocó la muerte instantánea de 189 personas que iban a bordo de un 737 Max. Solamente cinco meses después, el vuelo 302 de Ethiopian Airlines se estrelló al despegar del aeropuerto de Addis Abeba, en Etiopía. En este accidente, protagonizado también por un 737 Max, murieron 157 personas.

Estos dos eventos provocaron que, en el 2019, la Administración Federal de Aviación de los Estados Unidos ordenara la suspensión de todos los aviones 737 Max en el mundo. Esta restricción duró 20 meses y provocó grandes pérdidas económicas a Boeing y a las aerolíneas que operaban sus aeronaves.

El 2024 ha sido un año particularmente movido para la compañía. En febrero, un 737-MAX 9 de Alaska Airlines perdió una puerta del fuselaje en plano vuelo, provocando un agujero al costado del avión que lo obligó a aterrizar de emergencia. La investigación de este incidente concluyó que la causa se originó por la falta de unos pernos de seguridad que aseguran la puerta al fuselaje.

Los problemas no se detuvieron ahí. Un avión que se disponía a hacer el trayecto entre Atlanta y Bogotá perdió una llanta al despegar. Otro, que cubría la ruta entre Australia y Chile, cayó en picada durante unos segundos mientras volaba sobre el mar de Tasmania, provocando al menos 50 pasajeros heridos. La causa de este incidente fue inaudita: una azafata accionó accidentalmente un interruptor con el codo, mientras servía comida a los pilotos en la cabina de mando.

Restricciones

Extrabajadores de Boeing han revelado que, en los últimos años, la empresa ha sacrificado la calidad y seguridad con el propósito de favorecer la producción y la rentabilidad. Se han señalado problemas como la falta de formación adecuada, la deficiente comunicación en temas de seguridad y la presión por cumplir plazos, lo que ha llevado a un descuido en los estándares de calidad y seguridad. Estos testimonios sugieren un cambio preocupante en la cultura corporativa de Boeing que podría relacionarse fácilmente con la ocurrencia de accidentes en sus aviones durante los últimos años.

Un informe reciente realizado por la Administración General de Aviación de los Estados Unidos señala una serie de deficiencias en la cultura y el sistema de gestión de seguridad de la compañía. El informe asegura que dentro de la operación de la compañía existe falta de comunicación y una desconexión entre la alta dirección y los miembros de la organización en cuanto a cultura de seguridad. También evidencia que los procedimientos del sistema de gestión de seguridad no estaban estructurados de manera que garantizaran que todos los trabajadores cumplieran su rol en seguridad.

Además, el informe señala que los procedimientos y la formación eran complejos y estaban en constante cambio, lo que creaba confusión entre los trabajadores. Finalmente apunta que no existen canales abiertos, seguros y anónimos para reportar situaciones inseguras o relacionadas con la calidad de los procesos. Por el contrario, los trabajadores han sufrido represalias al emitir reportes relacionados con estos temas y sienten desconfianza para interponer denuncias.

Consecuencias

Boeing ha enfrentado pérdidas económicas sin precedentes, caídas abruptas del valor de sus acciones en la bolsa de valores y ha debido pagar indemnizaciones millonarias a los afectados como consecuencia de todos los accidentes que han sufrido sus aviones.

Como si esto fuera poco, en marzo anterior, en los Estados Unidos, hallaron muerto a un exempleado de Boeing que había denunciado públicamente las prácticas de la compañía. Los días previos a su muerte había sido testigo en un juicio contra el fabricante. Al día de hoy no se puede afirmar que su muerte esté relacionada con el caso, pero tampoco se podría descartar.

El impacto reputacional que ha sufrido la compañía tras estos accidentes y sucesos es incalculable. Prácticamente todos los días se publica una noticia negativa que lleva su marca en el titular. Además, la mala reputación de Boeing se ubica en el centro de un documental de la plataforma Netflix, que ha sido visto, probablemente, por millones de personas alrededor del mundo.

El caso de Boeing es un claro ejemplo sobre cómo la decisión de disminuir la inversión en aspectos relacionados con calidad y seguridad puede provocar consecuencias sin precedentes para las organizaciones.

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