Cuando lean este artículo, probablemente ya se sepa si Pedro Sánchez continúa como jefe de gobierno en España. Las acusaciones a su esposa, basadas solamente en artículos periodísticos de dudosa calidad, lo han llevado a preguntarse si valen la pena los ataques recibidos frente a la posibilidad de mantenerse en el poder.
Y es que, durante los gobiernos de la alianza de izquierdas en España, se han alcanzado logros sociales que han exacerbado a las derechas de ese país. Y ya sabemos que el discurso político extremo se ha olvidado de las buenas maneras y, las mujeres —políticas o no— son su punto de mira predilecto. Es claro que no se trata de una cuestión ideológico-política, que en realidad en las últimas décadas ha perdido validez; ya nos lo adelantaba el grafiti en el muro de las radioemisoras de la Universidad de Costa Rica, que asimila el machismo de derecha con el de la izquierda. Al final es algo que va más allá de la política y se enraíza en nuestro trato cotidiano.
No obstante, el discurso exacerbado de funcionarios elegidos popularmente, cargado de misoginia, envalentona a tantas personas machistas que sienten que los logros sociales alcanzados por minorías o mayorías discriminadas, les disecciona parte de sus derechos.
En Costa Rica lo vemos todos los días, desde el discurso grosero y misógino del presidente de la República, hasta el de infinidad de personas en las redes sociales. Muchas veces escudadas en seudónimos y en perfiles falsos y otras bajo sus datos reales, envalentonadas en el ambiente agresivo que se respira, desde el cual atacan los cuerpos y las mentes de las mujeres que publican sus opiniones.
Estas personas, tanto hombres como mujeres pero principalmente hombres, creen que el mundo perfecto, armónico y bendecido, en donde los hombres ordenan y las mujeres obedecen, los hombres agreden y las mujeres callan; ha sido alterado y nos dirigimos al cataclismo.
De la violencia verbal a la violencia física hay solo centímetros de distancia. Nuestras calles lo muestran todos los días, con la agresividad mostrada por las personas, los insultos y las amenazas. También lo vemos en los periódicos (en el mejor de los casos) o en nuestros barrios, con los crímenes que crecen todos los días.
Y en ese pandemónium destaca la violencia cotidiana dirigida a las mujeres, que es la base de todas las violencias. No por nada durante las guerras, en los procesos migratorios y en los mismos hogares, la violencia sexual marca la vida de tantas mujeres. Una forma de recordarles que en el discurso patriarcal ellas son tan solo un objeto de intercambio, un objeto para usar y desechar.
Es claro que en tanto el discurso político esté dirigido por patanes y misóginos, no avanzaremos a un mundo donde las palabras compasivas marquen nuestras relaciones con las demás personas y con el entorno. Debemos bajar el volumen de la voz y escuchar más a nuestros interlocutores. Solo con respeto hacia los demás, lograremos ver en el otro un igual, con sus particularidades, en lugar del objeto del cual nos aprovecharemos y luego desecharemos.
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