Como es evidente que el método propio de la discipli­na se refiere a los argumentos y el argumento es una es­pecie de demostración (pues nos convencemos más cuando suponemos que algo está demostrado), la demostración retórica es un entimema. (La Retórica, Aristóteles).

Pronto la Asamblea Legislativa actual (2022-2026) cumplirá el segundo año de mandato. Ante esto sobrarán los análisis políticos, coyunturales y operativos, midiendo la eficiencia y funcionamiento del Congreso en este periodo, no obstante, me esforzaré, en esa ocasión, por alejarme de la lectura política para centrarme en un análisis diferente.

En estos párrafos haré un planteamiento lacónico, acercándome específicamente al análisis del discurso, y no faltará quién diga “que el discurso es inherente a lo político”. Discurso en términos de este artículo significa lo hablado, lo expresado, lo dicho por los parlamentarios costarricenses. Y es que la esencia del parlamento es hablar, discutir, dialogar y conversar, sin dejar de lado el argumentar, comprendiendo que en el parlamento se toman decisiones de gran impacto público.

En nuestro caso, el congreso costarricense o la Asamblea Legislativa ha degradado paulatinamente la calidad de sus discursos. Los parlamentarios (diputados) se han avezado a las hojas, y en el mejor de los casos a los dispositivos electrónicos, leyendo y rezando “discursos”, tesinas, comentarios previamente redactados por su equipo asesor. Los padres de la patria se han despreocupado por la forma en la que comunican, creyendo que leer en los espacios de control político les da mayor credibilidad.

Por otro lado, hay quienes prefieren no hablar, y proyectan diapositivas coloridas para “llamar la atención” o reproducen videos hasta con música para amenizar las esquinas del Plenario. Existen diputados que no se les conoce su voz, pues en un intento por evadir sus deberes ceden el tiempo de control político a otros compañeros.

Preocupa la carencia de oratoria en los señores diputados, convirtiendo el parlamento en un taller de lectura, alejado de la argumentación y la dialéctica. Es más que evidente la deficiencia en la construcción de discursos, pero es una correncia la nula argumentación lógica para sostener ideas y defender tesis. Son más comunes los gritos, los gestos, la indiferencia, la intimidación y las quejas.

Nuestros legisladores, no todos, regurgitan una y otra vez falacias Ad hominem, descuidando las ideas y enfocándose en el hablador. Abusan del fuero constitucional para acusar, denunciar y señalar constantemente, obviando la prueba y evidencia de lo enunciado. Rarísimas veces hemos visto a un legislador defender con elocuencia un proyecto de ley, una idea o al menos una defensa; usan el tiempo de “alusión” para reclamar puerilmente una mención a su nombre.

Resultaría útil para los máximos representantes del pueblo, revisar la fórmula aristotélica de la retórica, en especial, la oikonomía o “disposición" de las partes del discurso: exposición de ideas, la prueba o demostración y la memoria. Este esquema sin duda fortalecerá el discurso público.

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