Los estudiantes del Castella que fueron a la Asamblea Legislativa, cuestionan con justa razón las constantes acciones que la fundación privada viene haciendo: presentar denuncias “anónimas” ante el Ministerio de Salud, acciones legales para pedir un alquiler al MEP por los terrenos, inscribir el nombre y escudo del colegio, sumado a declaraciones irrespetuosas en la prensa.
Los estudiantes del Castella cuestionan la forma en que, a escondidas , se vendió el Teatro Arnoldo Herrera, por una fundación que desde el 2002 inscribió la propiedad a su nombre y que ha estado más de dos décadas sin aportar nada y ausente de la institución, contrario a sus estatutos.
Por eso los estudiantes fueron a la Asamblea Legislativa, donde los diputados preguntaron por ellos. Por eso llevaron carteles, por eso escribieron un texto dramático y montaron una obra alusiva, por eso hacen dibujos y lloraron ante la venta del teatro. Los estudiantes se manifiestan y se expresan, no hacen pataletas.
Ese día, a la salida del edificio, el vocero del negocio, Gustavo Rojas, abordó a los estudiantes de secundaria. “Yo no les tengo miedo”, les dijo entre otras cosas a los menores de edad, que conocieron el primer plano del actor de esta historia.
A Gustavo se le olvidó su adolescencia y las “pataletas” que protagonizó pidiendo que quitaran a Don Arnoldo Herrera, fundador del Conservatorio de Castella, como director. No lo logró.
Seguro ahí inició el odio que vemos hoy en cada acción que hace desde la fundación de la cual es vocero, presidente, apoderado especial y en tiempos en que su padre fue presidente de la fundación, representante legal.
Se le olvidó a Gustavo que la educación artística integral que los estudiantes del Conservatorio de Castella reciben, forman jóvenes con pensamiento crítico para entender más allá de lo que los miembros de la fundación, desde su enfoque adultocentrista, pueden ver.
Se le olvidó a Rojas que en el Teatro Castella, no solo se aprende a actuar, también se aprende a trabajar en equipo, a resolver cuando hay un contratiempo, se aprende a gestionar la emoción de estar en el escenario, al nudo en la garganta, a la familia en el público y al profe que evalúa. Uno aprende a conocerse y a dar la dimensión real de los aplausos, que se acaban cuando baja el telón.
Los que pasamos por el aula del Teatro Castella, aprendimos a no tenerle miedo al pasillo oscuro, al tropezón en la grada y a la mirada del otro. Se nos fue quitando el miedo al foso acústico, a las catatumbas, a la tercera llamada y al fantasma que nos ronda desde hace años.
Aprendemos el texto, pero también a ser coherentes para improvisar, a la consecuencia de nuestros actos y a enmendar los errores.
Es que la realidad supera cualquier discurso. Los estudiantes y toda la comunidad Castella, no le creen al vocero de la fundación cuando, de forma condescendiente y con voz impostada, afirma que quiere “rescatar” a la institución y que va a construir un “modernísimo teatro”.
Lo que no dice Rojas, es que estas acciones son a cambio de la propiedad de Barreal de Heredia (comprada y construida con fondos Estatales según consta en actas oficiales), y otras intenciones que están por escrito en los documentos que la Fundación presentó al MEP, y que de hacerlas realidad llevarían a la desaparición del Conservatorio de Castella.
El lunes 8 de abril, rompiendo la cuarta pared, un actor se prepara para interpretarse a sí mismo sin máscaras, dejando en evidencia su peor versión cuando le responde a los Diputados. Con su actuar Gustavo Rojas se retrata y refleja las intenciones de la fundación que preside. Se cae el telón, ¿cómo se llama la obra?
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