En su obra "Los Caballeros", Aristófanes describe al demagogo como a un pintor que, después de embadurnar con barro a su público, afirma que podría hacerlos brillar si él fuera el líder. Recientemente, recordé esta historia de una obra significativa dentro del corpus de comedias antiguas griegas a propósito de dos eventos específicos, aparentemente inconexos, que condensan un patrón, un habitus político de las élites que nos han gobernado y continúan gobernando desde hace 40 años. Me refiero, por un lado, a unas declaraciones recientes de Ottón Solís, quien, tres años después de dejar su puesto en el Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE), intervino para mancillar la honra de un distinguido académico, cuyo mayor pecado parece ser no ser parte de los ungidos por Solís. Este último cargó contra él sin aportar ninguna prueba y sin haber presentado ninguna denuncia en su momento dentro de su partido o por otros canales sobre las presuntas faltas de Alberto Cortés Ramos.

Solís gatilla además, en un contexto político-electoral dentro de la comunidad universitaria, lo que parece constatar el carácter demagogo, oportunista y ruin de su movida tras años de silencio, y con un agravante, y es que como la ciudadanía recuerda la campaña presidencial de Otton Solís fue condenada por estafa al TSE por más de quinientos millones de colones, y su extesorero, condenado a prisión, señaló a Solís Fallas como el supuesto ideólogo de esa estafa en prensa nacional. También parece olvidar Solís, que el gobierno que él denominó como ejemplo y orgullo, recibió múltiples allanamientos incluidos algunos en Casa Presidencial por presuntos casos de corrupción.

Hace unos días también, el presidente de la república emprendió un ataque furibundo contra la diputada Navas, quien, según trascendió en la prensa, pudo haber incurrido en una falta al deber de probidad e incluso en un presunto caso de tráfico de influencias, al usar su investidura para una diligencia de carácter personal y profesional. Desde Zapote, el presidente Chaves afirmó que Navas no debería por este hecho formar parte del directorio legislativo, tampoco ser presidenta de la Comisión de Seguridad y Narcotráfico de la Asamblea Legislativa, e incluso dijo que, si fuese digna, debería dejar su curul. Chaves hace estas aseveraciones, con las que yo coincido, pero cuando él mismo tiene treinta y nueve procesos penales abiertos, incluidos algunos por tráfico de influencias y otros delitos graves. Es decir, si se aplicara a Navas lo que él demanda, él mismo quedaría totalmente inapto para ser presidente de la república, mientras su espectáculo sigue en curso, ninguno de los dos ha renunciado a su inmunidad ni solicitado que les levanten el fuero de improcedibilidad penal, la misma política tradicional de siempre.

Lo anterior demuestra un patrón de nuestra clase política, que en puestos de responsabilidad y tras dejar los mismos, se perciben como solución cuando son parte del problema; se perciben como estadistas con la capacidad de diagnosticar los males del país en tercera persona, como si no tuvieran responsabilidades, sí, como nuestro presidente, cuando han contribuido a producirlos o los están agravando y profundizando. Vivimos en un país repleto de salvadores indispensables cuando, si hiciesen un ejercicio mínimo de responsabilidad, se percatarían de todos los males con los cuales tienen, al menos, responsabilidad compartida. De ahí las contradicciones, lagunas, distorsiones y la legitimidad nula que plagan sus discursos en medios, porque sí, varios como Rodríguez Echeverría o Figueres Olsen, pontifican a diario desde ahí.

Un nexo adicional, a explorar, está en la narrativa que busca legitimar y facilitar políticas económicas neoliberales. La contrarreforma conservadora en nuestro país ha tenido un innegable carácter anti-derechos laborales porque, sí, tras la acusación de Solís de que es un brutal pecado acceder a un gimnasio como un derecho laboral —sorprende, porque muchísimas compañías trasnacionales en todos los niveles incluyen este tipo de beneficios— refleja además de un patrón discursivo donde opciones de cuido, alimentación o derecho de uso de piscinas o spa proveído por el empleador se convierte en una golleria y un privilegio. Sería impensable para Solís un sistema como el austriaco donde las licencias parentales son de 24 meses o se dan licencias pagas por estudios de hasta un año, siendo la medida de todo para Solís y Chaves la precariedad y explotación laboral tan abrumadora en el sector privado de nuestro país.

Lo anterior muestra de una interacción compleja y multifacética entre estrategias políticas y económicas que han transformado el paisaje político en la región, y de los que el gobierno PAC de Carlos Alvarado, del que Solís formó parte, es un ejemplo excelente al adoptar estrategias políticas que facilitan la implementación de reformas económicas neoliberales, reduciendo la resistencia social ante medidas de mercado que destruyen el tejido social, mediante la limitación del derecho a huelga y otros mecanismos de resistencia civil y ciudadana hacia medidas que afectan la vida pública.

Las reformas de Alvarado Quesada hoy son utilizadas por la administración Chaves Robles, cabe recordar respecto a esto último que en ciencia política, se suele distinguir el neopopulismo, del populismo "clásico", el primero no se caracteriza por su enfoque en la colectividad, nacionalismo o la redistribución como el segundo. Sino se manifiesta principalmente a través de una estrategia política que busca legitimar y facilitar políticas económicas neoliberales. Esto se hizo evidente en cómo líderes como Menem y Fujimori utilizaron en los 90s un estilo de liderazgo personalista y autoritario para debilitar las instituciones democráticas y silenciar a la oposición y disidencia, todo mientras promovían una agenda de liberalización de mercado. Este estilo de liderazgo no solo perpetúa la figura del líder como un "salvador" que rescata a la nación del desastre, sino que también manipula las percepciones públicas para obtener respaldo a sus políticas.

Un elemento central en la relación entre neoliberalismo y neopopulismo es cómo los líderes neopopulistas diagnostican en tercera persona los problemas que ellos mismos han creado o exacerbado. Por ejemplo, figuras como Menem presentaron en su momento problemas como la inflación o el desempleo como males externos a sus administraciones, mientras simultáneamente implementaron políticas que profundizaron estas mismas crisis. Esta técnica de distanciamiento permite a los líderes neopopulistas evadir responsabilidad directa y mantener su imagen de liderazgo eficaz y necesario, esencialmente utilizando la demagogia para solidificar su poder y apelar a las bases descontentas y desilusionadas con el statu quo.

Esta manipulación de la narrativa pública es fundamental para entender la capacidad de los regímenes neopopulistas para mantenerse en el poder a pesar de las adversidades económicas y sociales que sus políticas generan. La retórica utilizada por estos líderes a menudo evoca un destino nacional sagrado y una unión indisoluble entre ellos y el pueblo, conceptos que son aparentemente contradictorios con los principios de un mercado competitivo y abierto promovido por el neoliberalismo.

En resumen, el vínculo entre neoliberalismo y neopopulismo en América Latina revela cómo las prácticas económicas pueden estar intrínsecamente ligadas a estrategias políticas que, aunque parezcan ideológicamente incompatibles, en la práctica se complementan y refuerzan mutuamente. Este fenómeno no sólo cuestiona las distinciones tradicionales entre ideologías políticas y económicas, sino que también destaca la flexibilidad y adaptabilidad de los líderes neopopulistas para moldear y responder a las dinámicas sociopolíticas y económicas contemporáneas.

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