La reciente ola de inseguridad, homicidios y violencia generada por el Narcotráfico en Costa Rica es una muestra más de que desde hace 50 años, en la llamada ‘Guerra contra las Drogas’, siguen ganando los psicotrópicos. Para muchos más que de guerra, debería estarse hablando de legalización.

El caso de la Marihuana

Una muestra de esto es el caso de la legalización de la marihuana y los efectos mayoritariamente positivos que han tenido la mayoría de los lugares donde esto ha ocurrido, siendo pionero el caso de Colorado, en los Estados Unidos de América desde el año 2012.

En este Estado los consumidores pagan impuestos y los vendedores de la cannabis cumplen con regulaciones para poder operar. La posición de mercado no depende de tener más armas y gatilleros que la competencia, siendo lo que marca la diferencia el ofrecer un mejor servicio, y los usuarios que abusan de su libertad y por ejemplo utilizan vehículos bajo los efectos de THC, son identificados y castigados usando dinero recabado por la misma actividad.

Estos más de dos billones de dólares recabados gracias a los tributos se utilizan para invertir en educación sobre las drogas y combatir su adicción.

Se han eliminado tabúes, entendiendo que no todos quienes fuman son adictos, y que quienes no tienen control, no lo hacen al propio y adolecen de una enfermedad.

De hecho, no es algo nuevo, solo se ha vuelto a ver la marihuana como se hacía antes del siglo pasado.

Persecución es nueva

Y es que la visión actual que se tiene contra las llamadas drogas ilegales es relativamente nueva. Durante la mayor parte de la historia, productos como la cocaína o la heroína han sido consumidos de forma libre.

Otras como el peyote han sido parte de rituales entre los pueblos originarios de América Latina. De hecho, las sustancias que tienen efectos en nuestro sistema nervioso son consumidas a diario en todos los continentes y hasta el espacio, como quien lee esto con un café o cigarrillo en mano puede atestiguar.

Incluso con la prohibición existente que rige sobre algunas de estas sustancias, muchas personas las siguen buscando para efectos recreativos, sin importar posibles penas o sanciones.

¿Pero por qué algunas no se venden libremente y otras sí? Parecen existir muchos argumentos pero pocas razones. Uno de los más escuchados es que el efecto que pueden tener en quien las consume es mayor que el que genera una cerveza.

Eso es cierto, pero el problema no es el consumo responsable de nada, es el abuso y en esto el alcohol y su abuso generan problemas diarios sin importar su legalidad o no.

Las drogas ilegales sí generan actualmente mayor inseguridad, pero es bueno recordar que quienes venden cerveza o tabaco pueden denunciar cualquier competencia ilegítima a los tribunales, mientras los traficantes no; situación que genera que estos deban resolver sus problemas usando la violencia, generando un círculo vicioso donde toda la sociedad sufre.

Y es que la violencia no viene solo de los traficantes, también de los Estados, quienes en su ‘Guerra’ muchas veces violentan derechos humanos, garantías procesales y convierten en víctimas a los ciudadanos que supuestamente desean proteger.

Estos abusos son tan recurrentes, que hasta expertos de las Naciones Unidas, aunque sin llegar a hablar de legalización, han hablado de que el enfoque actual para abarcar el tema de drogas, está errado.

Volviendo al caso de la marihuana, incluso en el caso de Uruguay donde el Estado tiene mayor control del mercado, y por lo tanto la producción no satisface la demanda, el dominio del mercado de Cannabis por traficantes se ha reducido a un 24%.

Mayor control

Y es que con la legalización vendrán nuevas normas para regular de forma razonable un mercado cuyo límite actual solo se encuentra en los deseos de lucro que tienen los criminales. Es razonable que con la apertura hacia otras drogas surjan modelos regulatorios similares a los utilizados actualmente con éxito para el alcohol, tabaco y marihuana.

No se llegará a la venta libre que algunos de estos productos tenían a principios del siglo pasado. De seguro tampoco se podrán consumir en todos los lugares públicos. Los menores de edad tampoco tendrán acceso. Serán restricciones de ese tipo, razonables y mejores que el tajante no y mercado negro actuales.

Además, se pasaría de un enfoque penal a uno de salud pública, aceptando que igual que existen personas que gustan de hacer ejercicio, otras disfrutan percibiendo la realidad de forma alterada.

Las personas que desarrollen una adicción podrán tener tratamiento sin sufrir el estigma que ser procesado ante la justicia por tenencia de una sustancia ilícita actualmente provoca.

El comercio ilícito de estas sustancias perderá fuerza al ya no ser tan necesario, bajando la demanda. Quienes sigan en las sombras vendiéndolas ya no generarán las cantidades de dinero necesarias para financiar ejércitos privados y desestabilizar regiones.

Los Estados, al recibir impuestos de la venta de estas sustancias, también tendrán acceso a más recursos para combatir estos delitos y garantizar la aplicación de la ley. Además, con penas más rigurosas y más recursos para perseguir a quien las incumpla, harán que el narcotraficante impune sea historia del pasado.

Finalmente, los agricultores de muchas regiones de Latinoamérica o Asia dejarían de ser castigados por cultivar plantas que naturalmente crecen en sus tierras y que, de poder comerciar abiertamente, les abriría nuevas oportunidades para crecer económicamente.

Para ganar la guerra contra los traficantes hay que quitarles su poder, y la manera más efectiva de lograr esto parece estar en legalizar este mercado y que en lugar de hablar de narcotraficantes, hablemos de empresarios.

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