¡Qué cáscara! Dicen en mi patria chica cuando alguien miente sin vergüenza ni reparos.

Un cascarudo es uno de de esos a los que, en mi patria grande, les llaman chantas. Y es que a los cascarudos, en Argentina, son unos bichos que empiezan su vida siendo gusanos.
Chantaje, en todas partes, quiere decir extorsión.

A veces tener una nacionalidad bífida es un enredo. Otras, como vivir con dos corazones, hoy haber recibido una doble estocada y sangrar por heridas gemelas.

No pierdan la paciencia que me explico: ayer llegué a mi casa un poco antes de que a miles de kilómetros, Milei inaugurara las sesiones legislativas, me conecté a la trasmisión: el Congreso parecía un escenario, la Constitución Nacional utilería pura.

Se abrió el telón y arrancó un monólogo de una hora cuarenta: el actor era mediocre; el texto: de terror.

Lleno de imprecisiones sensibleras: “heredé un país”- decía, como si en vez del presidente fuera el dueño-, “hecho jirones”…

Desde la gradería la gente aplaudía de pie y costaba escuchar que, cómo coser no estaba de moda ni era rentable, iba a terminar de hacerlo pedacitos, que luego, se venderían como souvenirs en el aeropuerto, a un dólar cada uno y con el nombre de la provincia en bien bordado.

El galán defenestrado y sin freno dijo, otras cosas: que la educación era un blablablá, que la cultura una máquina para hacer propaganda, que el hambre mantiene a la gente despierta y que quizás, con ese incentivo iban ponerse las pilas y no dejar pasar las posibilidades de hacer negocio, que ¡qué barbaridad! que en la pandemia hubo 130 mil muertos de verdad y ni un solo desaparecido, que hacer paro era de vagos y hacer política de imbéciles y ladrones.

¡Qué cáscara! dirían en mi patria chica.

Antes del final… fue claro “no confío en nadie pero les doy una oportunidad de defraudarme: si hacen lo que digo y firman lo que les pongo en frente, tendrán chance de defraudarme. Solo así, a lo mejor, voy a dejar de llamarlos mogólicos, ratas e inmundos”.

Y se fue a su casa, acompañado de su hermana a acariciar a sus perros y cantando: “no tengo trono ni reina, ni nadie que me convenga pero sigo siendo el rey”, estaba feliz, el rating fue de 51% puntos y el show apenas comienza.

Yo, como cada vez que veo a Milei y oigo rancheras, quedé desolada y con ganas de ranchar, que en mi patria chica, quiere decir, vomitar.

Los mensajes del celular, me sacaron del ensimismamiento. Pensé en mis primos, en mis sobrinos, en mis tíos, en mis amigos de allá y solo uno de los tantos me dio la clave.

Mientras estaba distraída siguiendo los pormenores de un desmantelamiento azuzado por las leyes del mercado y del progreso, a 10 kilómetros de mi casa ocurría otro.

Un chanta que alterna entre el papel de actor y el de abogado, con la voz impostada. cara de galán avejentado y malandro, había vendido parte de mi patrimonio: la primera casa que tuve cuando emigré a este país había sido rematada y en unos meses se convertiría en un rascacielos de esos en los que viven los narcos.

El Teatro Castella, que es el segundo en aforo del país, uno de los dos que tiene foso para orquesta, que hace 70 años está situado en un lugar estratégico de la capital de Costa Rica y que es patrimonio y cuna de cuanto artista se haya formado en este país había sido rematado.

Es una historia larga que se puede resumir: antes de que se muriera el creador de ese teatro y del conservatorio que lo habita lo convencieron de que firmara un poder para que el estado no se hiciera cargo de los terrenos.

Los políticos, ya se sabe... eran imbéciles y ladrones, que la educación blablablá y si los artistas tienen hambre a lo mejor se despiertan y creen, crean y crecen de otras maneras”, le dijo un abogado a ese maestro y ahora que los dos están muertos, se ejecutó en secreto la venta de un bien público.

Hace un mes, este chanta, volvió a los escenarios con un monólogo de una hora y media; hace una semana, salió en La Nación –que aquí y allá es un diario de los de toda la vida- contando que su madre tiene Alzheimer ¡pobre y que él la cuida aunque no lo reconoce!

Él… con dinero y sin dinero, acaba de demostrar que tampoco tiene memoria; que hará siempre lo que quiere y que si tuviera – como yo – dos nacionalidades: hubiera votado a Milei.

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