La idea para este artículo la obtuve de una meditación sobre espiritualidad del sacerdote franciscano Richard Rohr, quien, para la travesía de superación en nuestra vida, nos propone la metáfora del héroe y lo ejemplariza en la Odisea.
La metáfora del héroe
El héroe sale de su ambiente, de su casa, de su castillo, de su cabaña. Emprende un recorrido pues siente la necesidad de encontrar un mundo más grande, mejor, diferente.
Abandona su habitualidad, un orden, y encuentra un desorden. El camino está lleno de limitaciones, obstáculos, sufrimientos, pero lucha y persevera. Tiene un encuentro.
Y retorna a su ambiente, a su casa, a su castillo, a su cabaña. Pero retorna diferente, conoce su entorno y lo vive de una manera diferente. Ha logrado conciliar el orden y el desorden, vive un reordenamiento.
El héroe que completa su aventura no tiene solo una transformación personal creada por las vicisitudes del camino y la conciliación del nuevo reordenamiento, sino que trae un nuevo aire, una nueva cultura, una renovación que afecta a quienes lo rodean.
En el pasado el héroe mítico de la sociedad era el rey. Se ponía en él la esperanza de un pueblo. El nuevo rey traía una renovación de la esperanza. Es, en la edad media, el rey o el señor feudal que encabeza una cruzada.
Con la democracia el nuevo rey es el pueblo. Corresponde entonces al pueblo, es decir a todos los ciudadanos, ser los héroes en las nuevas jornadas de la vida nacional.
Esa no es una transformación fácil, pero cada vez es más necesaria.
Vivimos un cambio de época
Es un cambio de época como la caída del Imperio Romano; tan grande como el advenimiento de la Edad Moderna con el Renacimiento, las ciencias empíricas, la Reforma y Contra Reforma, los grandes descubrimientos geográficos; y tan grande como el surgir de la Época Contemporánea con la Revolución Parlamentaria Inglesa, la Independencia de los Estados Unidos, la Revolución Francesa y la Revolución Industrial.
Además, este cambio que hoy experimentamos es más veloz.
Se dan cambios en las relaciones familiares, personales, religiosas, empresariales, sociales, políticas, internacionales y son también los muy palpables cambios en las tecnologías que nos sorprenden.
Cambios que se han dado en nuestros medios e instrumentos, en nuestras leyes y prácticas… pero que no se han compatibilizado todavía con nuestros modelos mentales, con nuestro acervo cultural y no sabemos todavía cómo interiorizar, como domar, como aprovechar.
Deterioro en las relaciones internacionales, en la vigencia del comercio entre naciones sometido a normas y no solo al poder de los países.
Mayor consciencia de la ineficiencia de los gobiernos y de los costos de la corrupción.
Tal vez el más profundo e influyente de estos cambios es el del papel de la mujer. Afecta principalmente a las familias, pero también a la academia, a la política, a las empresas. Afecta a nuestras comunidades, al barrio, al vecindario.
Las redes sociales facilitan los enfrentamientos. Con la aparición y la preponderancia de las redes sociales y sus algoritmos se facilita la comunicación impensada, y nos separamos en grupos cerrados y hostilmente enfrentados.
Este cambio de época modifica radicalmente nuestras circunstancias. Si cambian nuestras circunstancias se afectan nuestras actuaciones y sus resultados, lo que aumenta la incertidumbre.
El proceso de cambio también nos desarraiga.
Muchas personas pierden la fe trascendente, y el arraigo que la fe da a las personas en la esperanza de sus convicciones.
En la vida rural conocemos bien las familias de los vecinos, incluso por generaciones. La urbanización nos desarraiga de la seguridad de los vecinos conocidos.
La transitoriedad y precariedad de la vida del trabajo actual, con cambios de patrono y de ocupaciones frecuentes, nos desarraiga de la seguridad de una relación laboral estable.
Los partidos políticos pierden su capacidad de ser crisoles en los que distintos intereses grupales se amalgamen en una visión compartida de futuro, en una concepción del bien común. Defendiendo intereses sectoriales y derechos identitarios los partidos se fragmentan y multiplican. Los ciudadanos pierden el arraigo partidista.
Las personas pierden su confianza en las élites.
Resultados y necesidades del cambio de época
El aumento de la incertidumbre y el desarraigo producen frustración. Lo desconocido nos da miedo. Frustrados y con miedo nos enojamos.
Sin el sustento de relaciones humanas y espirituales que nos tranquilicen, confusos y con miedo, se acrecienta la fuerza de los sentimientos, principalmente el enojo, y se apoderan de los pueblos la envidia y el odio. Son condiciones propicias para la violencia. La racionalidad y el amor se debilitan en la acción humana.
La democracia requiere una sociedad fuerte que controle el poder del estado, que a su vez debe ser fuerte para controlar el caos en la sociedad.
Pero esa sociedad fuerte, imprescindible para que perdure y se fortalezca la democracia liberal, se debilita por su fragmentación, por el debilitamiento de los mercados, por la magnitud de los deseos insatisfechos, por la incertidumbre, el desarraigo, el miedo y la ira de sus integrantes y por la desconfianza que prevalece frente a las élites y entre los ciudadanos.
Estas circunstancias y dificultades ocultan la luminosidad de un incremento inimaginable en la capacidad productiva de la humanidad, la generación de mayor consciencia en más y más personas sobre la dignidad de todos, la aceptación de las diferencias, el extraordinario aumento en el nivel educativo de hombres y mujeres, y la fuerza de las aspiraciones a la paz, al progreso, al conocimiento.
No debemos por lo tanto perder el optimismo. Tenemos cada día mejores instrumentos para el progreso material, para eliminar la miseria, para enfrentar los grandes retos universales, para alentar una vida más plena, un humanismo más efectivo.
Ciudadanos héroes y su armadura de valores
Frente al cambio acelerado en todos los frentes, ante la magnitud de los problemas que enfrentamos, ¿cómo actuar para no perdernos en la vorágine de la incertidumbre, ni en la tristeza del desarraigo, ni en la violencia de la ira?
El tesoro que el ciudadano héroe encuentra en su hazaña son los valores.
Los valores fundamentales que rigen la conducta humana nos permiten construir una armadura que nos da estabilidad en el cambio y que nos permita atender nuestra responsabilidad en la conducción de las instituciones públicas.
Esa estructura de valores es de enorme utilidad con independencia de su fundamento, sea ella fruto de una concepción trascendente que los fundamenta en Dios, o sea el resultado de la introspección y el análisis filosófico, sicológico y sociológico sobre la naturaleza humana, o sea el producto de la evolución social descubriendo las normas de conducta humana más exitosas.
Respeto a los demás, que ojalá llegue a ser amor al prójimo; lealtad, aprecio a la verdad, compromiso con el conocimiento, son algunos de los elementos de esta estructura de valores que nos permiten seguir siendo nosotros, nuestra familia, nuestra empresa, nuestra sociedad en medio de los avatares del cambio de época.
Esa estructura de valores nos da solidez para mantener nuestras más fundamentales conductas en medio de la dialéctica del cambio. Nos permite conservar rasgos esenciales de nosotros, de nuestra sociedad, de nuestra empresa. Pero el cambio de las circunstancias nos obliga a adaptar nuestra respuesta. Por eso debemos ser ágiles y flexibles. Conservando lo esencial, pero con la capacidad de sobrevivir las inmensas transformaciones de nuestro entorno.
Pero ello requiere que los ciudadanos asuman el papel de héroes.
No es el caudillo el héroe que hoy exige la defensa de la dignidad, la libertad y el progreso de todos.
Lo que la democracia y el progreso demandan son ciudadanos héroes protegidos con una armadura de valores que levanten las banderas del respeto, del amor, de la tolerancia.
Quiera Dios que para el bien de Costa Rica los partidos políticos entiendan que más que líderes ficticios que sean salvadores de la patria, lo que requieren es constituirse en legión de ciudadanos héroes que sepan que su fuerza está en la bondad y veracidad de sus propuestas, en su amor entre sí y con los adversarios, y no en los ataques para destruir a sus adversarios.
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