Dictadura, a los tres años, quiere decir silencio, abrazos apretados, casa en penumbras, papás que salen sin despedirse -por cábala-.
Censura es tragarse las lágrimas, hablar susurrando, aguantarse la sed, el hambre y las ganas de hacer pis en la ruta porque total no van a parar el auto hasta que lleguemos quién sabe dónde.
Montoneros obvio que usa para hablar de un montón de compañeros.
Gobierno de facto suena a una puteada como las que se pueden decir en las manifestaciones, cuando los grandes saltan y parece que, además del humo de los puchos, les salieran de la boca burbujas de jabón.
Las manifestaciones son recreos en medio de la noche, donde todos están contentos hasta que alguien de lejos grita que vienen los milicosmalparidos con cadenas y hay que salir corriendo y meterse en primer negocio que esté abierto. Cuando me llevan, sé que al entrar al negocio tengo que ponerme a llorar y no parar hasta que me lo pidan en secreto.
Exilio significa traición pero también qué le vamo a hacer, va a ser solo por un tiempo y no queda otra.
El avión resulta una maravilla, aunque me gustaría que las ventanas se abrieran, que mi papás me miraran a los ojos. Sé que no están durmiendo pero no les entiendo cuando dicen que sienten que se mueren de rabia y de vergüenza.
Argentina a los seis años, en Centroamérica significa Maradona, un alfajor de vez en cuando y un teléfono público pinchado para hablar con la tita. Decile bobe me pide mi papá pero a mí no me sale.
Una colección de estampillas de las cartas que cada vez llegan más seguido, la voz de Mercedes Sosa.
Argentina es, después, ese país al que algunos quieren volver y otros ni locos. A lo mejor algún día, de paseo.
Más tarde es el mejor lugar para ir de vacaciones. Para juntarse con los primos que ya no hablan del proceso sino de la memoria, la verdad y la justicia. Ellos que se ríen de mi acento mientras paseamos por Palermo y plaza Italia, entienden mi vida mejor que yo.
Como me da bronca, de vez en cuando, decido volver a irme. Aterrizo en Ezeiza en diciembre del 2024. Mi deseo siempre a contramano.
No salen las shés, no me como la ese pero, solo en la superficie, me siento extranjera.
En la superficie porque subte es otra cosa, todos los días lo tomo aunque no tenga a dónde ir. Cientos de cuerpos se mueven al vaivén. Somos tantos que no hace falta agarrarse. Respirar es absurdo. El aire es líquido: sudor, saliva, lágrimas.
A veces se corta la luz y nos quedamos todos suspendidos a mitad del camino. La asfixia se convierte en queja. Somos un bloque fuerte, metido en otro bloque debajo de la tierra. La rabia nos iguala.
Todos queremos lo mismo y nadie ve la hora de salir de ahí. Nadie ve la hora. Salir de ahí. De pronto, nos gana la calma. No pasa casi nada. Tarde o temprano volverá el movimiento. Es cuestión de resistir. Ya vamos a salir. En el subte y a oscuras somos tantos que no cabe duda.
Entonces, ahí y así, entiendo a qué se referían -en mi infancia los que tenían miedo- cuando hablaban de pueblo.
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