Satanismo al aire libre en Costa Rica. En el año 2015, en Old Town Spring, Texas, abrió sus puertas la Iglesia Mayor de Lucifer, un templo levantado en nombre del llamado Ángel Caído, es decir, de Satán, lo que generó bastante reacción entre los pobladores, su vocero conocido es el escritor Michael W. Ford. La entidad se ha esparcido por toda América Latina; en febrero de 2016, en Costa Rica se realizó una conferencia dictada por alguien que dijo llamarse Jacobo No, y hasta donde se sabe, los seguidores se reúnen mensualmente en el país, en un sitio diferente, sin que exista un lugar de culto definido.

Ausencia de reacciones. Hasta donde tengo conocimiento, ninguna iglesia organizada, especialmente las tendencias fundamentalistas de estas, ha organizado una cruzada contra esta organización que —eufemismos más o menos— elogia al disidente maligno de las creencias judeocristianas. Yo en lo personal, no tengo ningún interés en que se persiga a nadie por sus creencias o la ausencia de ellas, pero llama mucho la atención que quienes ven al diablo en todas partes no lo persigan cuando tienen a una iglesia que lo promueve, ello resulta al menos sospechoso o curioso, ¿será que nadie sabe para quién trabaja?

Paradoja. Ya que el maligno está siendo predicado sin restricción, y la gente se contorsiona en las carpas cuando se expulsan las legiones de aquel, lo que genera dividendos y votos, es evidente que existe una sociedad no declarada entre socios aparentemente adversos. En sencillo: para efectos de sus seguidores y sus líderes, se necesitan, en una extraña relación simbiótica. Entonces, si satán no es el enemigo, es necesario buscar chivos expiatorios para consolidar la causa.

Lejos de Dios. Soy católico, no fariseo, no me rasgo las vestiduras ante la imperfección humana porque es parte de su naturaleza. Lo que sí sé es que Dios no sé equivoca en su creación y que es amor; por ende, toda campaña de purificación es un disfraz para el odio, pero, sobre todo, esconde intereses que no atreven a decir su nombre, porque tienen una connotación económica y sobre todo política.

Muy pocos de los que pregonan la homofobia y promueven las terapias de conversión sienten realmente lo que dicen, es un discurso que sus seguidores quieren escuchar, pero aquellos que sí lo creen, parten de un supuesto legal errado: no existen ciudadanos de segunda categoría que necesiten ser salvados o curados por ser quienes son, y sumado a ello, los promotores carecen de legitimación para la empresa espuria que pretenden, puesto que antes de intentar presentarse como sanadores deben ser sanados y dejar de utilizar el nombre de Dios para fines terrenales.

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