En la bulliciosa, y no siempre limpia, ciudad de San José, un amigo extranjero que no habla español, se encontró en una situación que nunca imaginó. Necesitaba solicitar el estatus de refugiado en las oficinas de Migración, pero el proceso resultó ser un desafío insuperable.

Con esperanza en su corazón y determinación en su paso, se dirigió al sitio de Migración no una, sino dos veces, solo para encontrarse con la decepción. Las oficinas no entregaban citas en persona; solo estaban disponibles a través de una llamada telefónica o el sitio web. Sin embargo, la línea telefónica permanecía sin respuesta, dejándolo frustrado y desanimado. El sitio web tampoco ofrecía consuelo, ya que nunca hay citas disponibles.

Su frustración alcanzó su punto máximo cuando, parado afuera de las oficinas de Migración, recibió una oferta dudosa. Por una tarifa de 30,000 colones, le prometieron una cita. Esta revelación lo sacudió hasta lo más profundo. ¿Era así como se suponía que funcionaba el sistema? ¿Alguien estaba explotando las necesidades desesperadas de personas como él, con la ayuda de personas dentro de las oficinas de Migración?

A pesar de sus mejores esfuerzos, mi amigo no ha podido asegurar una cita aún. Su viaje hacia la búsqueda de refugio ha sido empañado por obstáculos y explotación. Es un recordatorio impactante de los desafíos que enfrentan muchos que buscan seguridad y una vida mejor.

Mientras continúa navegando por este sistema complejo e injusto, su historia sirve como un recordatorio conmovedor de la necesidad de reformas y justicia. Nadie debería tener que pagar para acceder a sus derechos básicos, especialmente en su momento de mayor necesidad. ¿Están conscientes las autoridades de Migración sobre lo que está sucediendo?

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