Cierra el 2023 con la cifra de 907 homicidios, un 38.7% más que en el 2022, un porcentaje de aumento para nada despreciable en asuntos de delitos contra la vida.

De esos 907, 52 personas fueron víctimas colaterales, la mayoría de esos homicidios (340) se dan en personas un rango de edad de 18 a 29 años, seguido por 248 personas entre los 30 y 39 años, en total 588 personas dentro del rango conocido como juventud, cuyas actividades deberían ser estudiar e insertarse al campo laboral. Preocupante, además, que entre jóvenes con edades entre los 12 y 17 años se haya presentado 32 homicidios, todo estos ya sea por una riña, violencia doméstica,  porque los haya repelido la policía, por un acto de venganza o a causa del modo profesional, es decir, le pagaron a alguien para acabar con la vida de otro.

¿Será acaso que estos números reflejan una improvisada planificación social pero una muy elaborada organización de la delincuencia?

Si se analiza que dentro de la utopía social todas las personas estudien y trabajen, se tendría que tener una calidad de educación tal, que, al concluir los estudios, se tenga ya una plaza laboral atractiva, no sólo en la ejecución del trabajo, sino también en su remuneración, todo esto debe ser sumamente atractivo para no ser parte de la economía ilegal, de la oferta y la demanda contractual del crimen.

La seguridad humana y su inversión en ella es parte fundamental de la activación económica de un país, ya que un lugar seguro atrae inversiones y turismo que siguen generando fuentes de ingreso.

La juventud actual, que debería estar en contacto con el deporte, el arte, la cultura, estudiando y luego trabajando, está siendo arrancada de un estilo de vida bastante promisorio para uno de lujos con consecuencias mortales, cual flautista de Hammelin,  están siendo encantados con otras actividades que resuenan en sus oídos a faltas de oportunidades reales de una mejor calidad de vida.

Atender este problema no es solo cuestión de reformar leyes o construir más cárceles, eso es necesario para quienes nunca se socializaron, se requiere la inyección presupuestaria a todos los cuerpos policiales así como la creación de programas preventivos en armonía con el deporte, la recreación y la cultura, reformar la educación, fomentar valores familiares (aunque esa familia solo esté a cargo de una persona) y que estos programas y las estrategias nacionales, sean supervisados por profesionales en las ciencias criminológicas y no mediante improvisaciones y luchas de egos que lo que hacen es desperdiciar, tiempo, dinero y la vida, elementos valiosos tutelados por el Estado.

Mientras tanto, al otro lado de la acera, los delincuentes se aprovechan de las deserciones estudiantiles, la precaria situación de personas que están dispuestas a hacer lo que sea por un poco de comida, dinero para gastar tal vez en comida o licor y otras veces aceptan hasta droga como medio de pago.

Estructuras organizacionales que, al no tener supervisiones efectivas de su emergente capital, hacen y deshacen como dueños del país, logran no sólo reclutar peones baratos, sino que también se abren paso en la institucionalidad de los gobiernos locales y nacionales, ingresan en el sistema bancario con mucha facilidad y sin control estricto como el resto de la ciudadanía, sobornan y reclutan autoridades y tejen una efectiva red de inteligencia y seguridad de su organización, una estructura y jerarquía que hasta envidia la economía legal.

Se requiere la asesoría de profesionales en las ciencias criminológicas para combatir y atenuar un poco esta endemia social.

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