Navidad 2023.

Un año duro para el mundo.

La Guerra en Ucrania continúa. ¡Más de 10.000 niños y niñas han sido secuestrados de la zona ocupada por Rusia y llevados a ese país! A la crueldad del ataque de Hamás lo sigue el dolor y el sufrimiento de los palestinos en Gaza. ¡Cuántos niñitos pierden su vida! En Sudán la lucha despiadada entre dos ejércitos toma en Darfur características de genocidio. ¡Para exterminar un pueblo se mata a sus niños!

En Costa Rica jóvenes son contratados para matar a otros jóvenes. La violencia asesina triplica la proporción de víctimas de hace 20 años.

En medio de tanta crueldad festejamos el Nacimiento del Niñito Dios. O, más bien, ¿simplemente nos aprovechamos de esta ocasión para festejar olvidando al festejado?

En medio del sufrimiento, la crueldad y nuestra indiferencia, el misterio de Navidad debe hacer revivir en nuestro corazón el amor y la paz que Jesús nos vino a traer.

Para que ello sea posible debemos seguir el consejo evangélico:

Jesús llamó a un niñito, lo colocó en medio de los discípulos, y declaró: En verdad les digo: si no cambian y no llegan a ser como niños, nunca entrarán en el Reino de los Cielos. El que se haga pequeño como este niño, ése será el más grande en el Reino de los Cielos”. Mateo 18:3,4

Para recibir en medio de tanta conflagración y violencia el milagro de Belén debemos recuperar la ingenuidad, la naturalidad, la capacidad de asombro de los niños.

Recordemos nuestra niñez. Revivamos la ilusión de ayudar a construir el portal, la magia que vivimos cuando nuestros padres nos llevaban a la Misa de Gallo.

Para que en nuestro corazón reine el Niñito Dios nuestro corazón debe estar abierto a su presencia, como lo estuvo el pesebre aquel 25 de diciembre.

Para que su nacimiento nos haga renacer en la fe y el amor debemos como los pastores ir humildemente a adorarlo.

Para que me bendiga la paz que Jesús viene a traer debemos ser personas de buena voluntad.

Cada uno de nosotros puede hacer mejor el mundo si como niños nos arrodillamos frente al Dios nuestro creador que asume nuestra humana naturaleza para levantarnos a la dignidad de ser sus hijos.

Admirémonos, asombrémonos y celebremos en nuestro corazón y en nuestra relación con todas las personas el amor que Jesús nos trae.

Si recibimos la paz y el amor que nos trae el Niñito Dios el mundo tendrá más paz y amor.

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