Gaza está a unos cuantos kilómetros de Belén. Todavía no llueven bombas en esta zona de Tierra Santa. Aunque sí arrecia el maltrato y el ultraje de sus habitantes. Se cuenta y muchos lo hemos creído a lo largo de dos milenios que, en Belén, nació un hombre a quien hoy pensamos Palestino, cuya vida en Nazareth (hoy Cisjordania) se articuló por aquel proyecto en el cual son bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados, en el que son bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Gracias a ese mensaje y a ese proyecto de amor, humildad y compasión, hoy confiamos en que las fiestas de Navidad y Noche Vieja contienen un auténtico carácter de fiestas de fraternidad. Para ellas dedicamos celebraciones con especial afecto para niñas y niños, con dulces, obsequios, juegos y juguetes, y una cena, como metáfora compartida que convoca la imagen de Jesús en un pesebre. Niños y niñas condensan la ternura con la cual José y María dedican una mirada al “Jesús niño de Belén”. Esta es una escena modelo, un ícono universal de hermandad, que por la fuerza de las bienaventuranzas coloca de protagonistas a la niñez pobre y lastimada del mundo entero, les coloca como hermanos más pequeños, a los más frágiles, a quienes hay que cuidar con amor y compasión, protegiendo especialmente su dignidad.

A la niñez suplicante y perseguida de Tierra Santa, de Gaza, de Palestina entera, también hay que cuidarla. A esas personitas inocentes, quienes buscan con angustia el refugio seguro de los brazos de su madre, o la frágil y rota voz de su padre, quizás ya ambos envueltos sin vida por el polvo y los escombros. Esa niñez sobreviviente, cuyos referentes afectivos están destruidos, merece podamos tenerla, en estas fiestas de fraternidad, en nuestro corazón, en nuestra piel, contando una historia, recordando un hecho, mostrando una imagen, animando una conversación o, quizás, realizando una ofrenda, tan sólo para desde aquí subrayar la fraternidad entre toda la humanidad, el verdadero pueblo de Dios.

En estos días Belén está en la piel. Porque la humanidad toda está en la piel. Esa humanidad que clama justicia y paz. Si tuviésemos la oportunidad de honrar al Belén de Jesús, con un gesto fraterno, podríamos dar a un niño o a una niña, un abrazo y un pedazo de pan. Quizás así una niña o un niño en Gaza, pueda sentir la calidez y la caricia de una humanidad que llora, pero se abraza.

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