Hayao Miyazaki no es de esos que anuncian su retirada del arte, pero cuando lo hace, lo recalca varias veces, incluso tres. Lo hace con tres películas diferentes, en tres festivales internacionales. Y sí, cada evento separado del otro por unos 10 años.

Y es así, porque Miyazaki ejerce en categoría de peso pesado. Es "El" peso pesado, con mayúscula, que bien se la ha ganado.

El director más famoso del anime había anunciado su retiro allá por 2004 luego del debut en el Festival de Cine de Venecia de su Howl's Moving Castle. Sin embargo, se le vio regresar en 2008 con Ponyo, una especie de carta de disculpa para su hijo Goro (quien había tenido una experiencia bastante poco agradable cuando se le hizo asumir la dirección de una película en ausencia de su padre).

En 2013 tuvimos una segunda despedida, también en el Festival de Cine de Venecia. En ese entonces, le entregó al mundo una obra maestra (una más), llamada El viento se levanta, la que sería su última animación. Y parecía serlo, por su marcado estilo autobiográfico y melancólico.

Hasta el día de hoy, diez años después, cuando vuelve nuevamente, pero no para quedarse, sino para poder, una vez más, anunciar su despedida (y posteriormente regresar, pero no nos adelantemos en el relato).

Solo alguien como este maestro puede tener el atrevimiento de decir adiós tres veces. Pero él es un crack, y hay que ver la jugada repetida en cámara lenta, para poder disfrutarla.

Así, justamente en cámara lenta, su nueva película El niño y la garza, nos regala, una vez más (y aparentemente por última vez, o tal vez no) la maestría de su arte.

En esta cinta, su tercera despedida, esta vez en el Festival de Cine de San Sebastián (22 de setiembre de 2023), nos trae un relato que amalgama a sus seres mágicos y cambiantes, su mundo onírico, sus aviones, sus brujas, sus personajes enfrentados a la orfandad y su alucinante jovialidad. Algunos han visto en este, su más reciente trabajo, una especie de testamento, una confesión de despedida (y no es que sean obsesivos, es que el propio director lo había dado a entender) para cerrar el ciclo de animaciones a sus 82 años.

Es difícil no haber visto la mano de Miyazaki. Desde 1963, cuando formó parte de TOEI Animation, hasta el día de hoy como cofundador de Studio Ghibli, con seis décadas en la industria. Estaba en los escenarios de fondo de Heidi, cuando su grado no llegaba ni a sempai. Y está, ahora, cuando con sólo mostrar unas cuantas acuarelas, mueve los engranajes de la industria mundial de la animación.

En 2019, en entrevista para NHK (Radio y Televisión Nacional de Japón) nos confesó que ya no le interesaba empezar las historias del modo convencional. Es cierto. Por ejemplo, Ponyo, una sirenita con patas de pollo (la coqueta Ariel no hubiera pagado ni un suspiro de su voz por estas piernas) simplemente surgió de la idea de "un pez con rostro humano". Esa sola idea (ningún guión, storyboard o libreto) fue suficiente para iniciar un mundo completo.

Es necesario quitarse el sombrero ante alguien con el acervo de este octogenario japonés. Su magia alcanza para tanto que da vida a las partículas de hollín, su toque es tan delicado que puede rechazar sin problemas una estatuilla de oro de la Academia, para luego recibir otra, ante insistencia, porque hay muchas excusas para poner en sus manos un Oscar.

Cada nueva historia que entrega al mundo genera una legión de frescos groupies, que se suman a las miríadas de los ya existentes. Entre sus fanáticos destacan cineastas consumados como Tarantino o Del Toro, escritores de culto como Neil Gaiman e ilustradores afamados como el difunto Jean Giraud "Mœbius".

Algunos han pensado que "El niño y la garza" podría ser también la última producción que tengamos de Ghibli, ya que la empresa viene atravesando problemas financieros por el alto coste de sus películas.

Sin embargo, luego de toda esta historia sobre finales y despedidas, es necesario devolver el tiempo de la narración, e irnos al TIFF (Festival Internacional de Cine de Toronto), al 7 de septiembre, porque fue ahí en Toronto, quince días antes de San Sebastián, donde vimos a Junichi Nishioka, vicepresidente de Ghibli, anunciando que Miyazaki regresaba (sip, es correcto, sería un nuevo "nuevo retorno") y que trabajaba desde ya en ideas para su próxima película.

Podríamos decir que en el mismo mes se anunció su despedida y su regreso, y ojo que regresó antes de irse.

Sobra decirlo, es un rockstar. Al verlo retirarse del escenario, el público se pone en pie, entona al unísono, corea a todo pulmón (alguno, allá en las filas de atrás, se desgalilla): -¡otra, otra!

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