Más de 3,500 niños y niñas han fallecido en la Franja de Gaza a causa de los bombardeos de una fuerza de ocupación activa, en el territorio de Palestina, desde hace tres cuartos de siglo. Es demasiado tiempo. Contrasta con la rapidez con que este genocidio, el cual está siendo particularmente traumático para niños, niñas y adolescentes, provoca el terror en Gaza, como lo informa Unicef. Contrasta con la experiencia de perder todo o casi todo en un instante y de residir entonces sólo en las sombras del trauma psicológico. Como si este instante fuera parte de la fugacidad característica de esta era cibernética, la cual cada día nos invade con noticias de tristeza y dolor, en las propias manos, en nuestros dispositivos electrónicos “inteligentes”.
La experiencia de perder todo en un instante es ese “todo” que nos enseña la psicología del desarrollo que hemos cultivado. “Todo” son las experiencias fundamentales que ofrecen a una persona los recursos socioemocionales necesarios para tener una vida digna. La experiencia del amor ofrecido a sus hijos e hijas por madres y padres que les cuiden promoviendo un vínculo seguro. Esto significa que niños y niñas puedan contar con vínculos en los cuales haya disponibilidad física y emocional, sensibilidad y empatía en la relación y calidez o ternura para reaccionar ante los desafíos que plantean niños y niñas. Un vínculo que represente una base segura para explorar el entorno inmediato de la familia extendida, la escuela y la comunidad. Un vínculo que es refugio afectivo para comprender en él los acontecimientos vividos. Es la posibilidad de contar con una madriguera emocional, con una casa, con un hogar ya que “nuestra madriguera está en el corazón del otro”. Esta experiencia es la mayor protección emocional y social con la cual puede contar una persona desde su niñez para enfrentarse a la vida.
Eso es lo que pierde la niñez en la Franja de Gaza. Precisamente porque también están perdiendo a sus familias. Aunque también las familias están perdiendo a sus hijos e hijas, han perdido a sus bebés, han perdido a sus niños y niñas, están perdiendo a sus muchachos y muchachas. Es cierto que la situación es dramática y urgente, es cierto también que es una herida de muerte para la conciencia humana.
La conciencia humana que está compuesta de bondad y compasión, la cual forma parte del frágil tejido de la vida, está herida de muerte por el sufrimiento provocado injustamente en Gaza, provocado por la desproporción y la desmesura. La niñez contiene esa conciencia con inocencia, es decir, contiene una conciencia limpia, transparente, sin el peso del mal, sin gravitar en la sospecha, como un ser abierto a recibir la bondad y a transitar por una trayectoria de realización de la dignidad.
Merecer una vida digna para los niños y niñas de Gaza consiste en poder recibir la posibilidad de jugar, de aprender en el juego, de leer y escribir la lengua árabe, cadenciosa y encantada con el ritmo, de descender con cartones por las lomas y elevar papalotes, de disfrutar del estar juntos con mamá y papá, con las abuelas y abuelos, con primos y primas, puliendo y afirmando su identidad cultural mientras se toma el te o el café, acompañado de dátiles, baklava y knafe. Esta es la madriguera, donde puede habitar la dignidad de disfrutar de un vínculo seguro amoroso, el cual, bajo el terror de hoy, está amenazado y sometido a la posibilidad constante de perder la vida, la tierra y la libertad.
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