Antes de que alguien se ofenda. Si bien es cierto que existen varios tipos de inteligencia humana y que la sabiduría no es equivalente al intelecto, tampoco hay que confundir el haber cometido actos estúpidos en algún momento de nuestras vidas como hechos puntuales por determinadas circunstancias y/o estados emocionales, con ser estructuralmente un cretino. El primer síntoma de la estulticia es creerse más inteligente que los demás y actuar en consonancia.
Definición. El diccionario de la RAE define la estupidez como “torpeza notable en comprender las cosas”; la etimología del concepto hace referencia a dos acepciones: el verbo latino “stupere” (quedar paralizado) y “stultus” (necio). Ruego no confundir el concepto de estupidez necesariamente con falta de capacidad intelectual, dado que a veces pueden coexistir sin problema alguno.
Dietrich Bonhoeffer, mártir, teólogo y pastor luterano que participó en el movimiento de resistencia contra el nazismo y que fue ahorcado en un campo de concentración en Flossenbürg (Alemania) la mañana del lunes 9 de abril de 1945, desarrolló una teoría sobre la estupidez humana (sin proponérselo), a través de unas cartas que escribió durante los dos años que duró su cautiverio, y argumentó que las personas estúpidas son más peligrosas que las malas. En este contexto definió en una de sus misivas que:
Contra la estupidez no tenemos defensa. Ni las protestas ni la fuerza pueden tocarlo. El razonamiento no sirve de nada. Los hechos que contradicen los prejuicios personales pueden simplemente ser descreídos; de hecho, el estúpido puede contrarrestarlos criticando, y si son innegables, pueden simplemente dejarlos de lado como excepciones triviales” [sic].
Una aproximación. La estupidez no es un defecto intelectual, sino de índole moral, se puede ser intelectualmente ágil pero estúpido o intelectualmente estándar pero no estúpido; en este sentido, la estupidez no es un defecto congénito sino una condición aprendida. Así mismo, la estupidez se manifiesta menos en personas solitarias que en las más sociales, siendo así un problema más de índole sociológico que psicológico, sin descartar esto último. Los hechos o ideas que pueden contradecir las creencias de una persona estúpida generalmente son descartados irracionalmente y aunque sean irrefutables suelen dejarse de lado; en este contexto, la persona estúpida está satisfecha de sí misma y se suele irritar fácilmente cuando se le contradice e inmediatamente ataca, generalmente de forma desproporcionada. A estas alturas de la lectura de este artículo, estimado lector, usted tiene en mente al menos a tres personas que encuadran en la descripción, pero no se apresure, y acompáñeme con su paciencia a seguir leyendo.
Allegro ma non troppo (contento, pero no mucho). Es un libro de Carlo Cipolla, economista e historiador italiano, publicado en 1988, que, en el segundo ensayo de esa obra, en tono satírico enunció la teoría de la estupidez. Para este pensador, hay una fuerza humana más poderosa que las grandes corporaciones, que los estados más robustos, más audaz que las redes criminales más sofisticadas. Esa fuerza es la de la estupidez humana. Cipolla aborda el tema de manera científica porque el objeto (la estupidez) es un asunto objetivo cuyos fenómenos son susceptibles de ser estudiados. Precisamente, la evidencia científica apunta a que todos los hombres tenemos en conjunto las mismas capacidades. Sin embargo, Cipolla piensa que no. Cipolla defiende que hay hombres que nacen irremediablemente estúpidos. ¿Y qué ocurre cuando un tonto o una bandada de ellos llegan al poder? Pues que esa nación se dirige irremediablemente a la ruina moral, económica, social. El problema es que nadie se ha vacunado contra la estupidez en la medida de lo posible. Todos nos creemos inteligentes, incautos e incluso (a veces) malvados, pero es difícil que nos consideremos estúpidos. Cipolla afirma que una persona es estúpida si causa daño a otras personas o grupo de personas sin obtener ella ganancia personal alguna, o, incluso peor, provocándose daño a sí misma en el proceso.
Carlo Cipolla expone las cinco leyes fundamentales de la estupidez humana según expone en su libro:
- La primera de ellas es que “siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo”, es decir, que como reza la frase bíblica, stultorum infinitus est numerus. Grande es nuestra sorpresa cuando caemos en la cuenta de que personas que habíamos considerado racionales e inteligentes se revelan como irremediablemente estúpidas.
- La segunda ley reza: “la probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona”, el estúpido nace estúpido, por obra y gracia de la Naturaleza, y su proporción es constante en todo grupo humano.
- Todo ser humano queda enmarcado en una de estas cuatro categorías: incautos, inteligentes, malvados y estúpidos. La tercera ley dice que estos últimos son aquellos que causan “un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, incluso obteniendo un perjuicio”, algo absolutamente incomprensible para alguien razonable que se resiste a entender cómo puede existir la estupidez.
- Lo problemático es que la estupidez es muy peligrosa, puesto que a las personas razonables les es complicado entender el comportamiento estúpido. Mientras que podemos comprender el proceder de una persona malvada (que sigue un modelo de racionalidad), no ocurre así con la gente estúpida, frente a la que estamos completamente desarmados: su conducta es imprevisible y su ataque no se puede anticipar. Además, el estúpido no sabe que lo es, al contrario, se piensa más inteligente que los demás. Esto conduce a Cipolla a enunciar la cuarta ley: “Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas”.
- La quinta y última ley indica que “la persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe”, pues de su actuar no se sigue una vacua nada, sino un peligroso vacío en el que cabe toda posibilidad.
La estupidez, las masas y el poder. Para sorpresa de nadie, el poder necesita de la estupidez de los demás, especialmente si quienes lo detentan también ostentan la misma condición. Mientras más tonta sea una persona más fácilmente estará dispuesta a ofrendar su individualidad a una identidad colectiva difusa, en donde sus propias necesidades y deseos se funden con los de una masa uniforme pero plural en aras de una satisfacción vicaria, con la proyección de pertenecer a un órgano colectivo y superior a su yo personal, que le dará la falsa satisfacción de sentirse más importante sin serlo. Esto explica el fenómeno de masas de los seguidores fanáticos de clubes deportivos, partidos políticos, artistas populares, líderes religiosos, entre otros. En donde los devotos se privan de su independencia interior y renuncian a su autonomía depositando toda su confianza en su líder, a quien le creen y defienden a capa y espada. Es por eso por lo que no es de extrañar que el estúpido se hace más testarudo y se aferra a ideas, eslóganes o consignas; y su fanatismo lo va cegando y se transforma en un instrumento de otros, siendo capaz de hacer cualquier cosa mala e incapaz de reconocer sus errores. Evidentemente, existe un proceso gradual de adoctrinamiento para captar adeptos y afines con el fin de amasar dinero y poder.
El psicólogo estonio Tõnu Lehtsaar ha definido el término fanatismo como la búsqueda o defensa de algo de una manera extrema y apasionada que va más allá de la normalidad. Cuando una persona sustituye su identidad o conciencia, y deja de funcionar como sujeto único, por una ideología o creencia, despoja a los demás o enemigos de su condición humana. La obsesión de un fanático puede ser muy peligrosa ya que no se valoran otras formas de pensar que no sea la suya, y eso puede arreglarlo de manera moderada o violenta. Los obsesos de una idea confunden lo que imaginan con la realidad. Desde el punto de vista psicológico, en la situación de estupidez, la conciencia de la individualidad se suprime mediante la atenuación de la conciencia del yo, por una parte, y mediante la acentuación del sentimiento de pertenencia a lo otro. El fanático o estúpido nunca se equivoca; si algo no sucede como explica o piensa, quienes están cometiendo el error son los demás. Los que no tienen su misma mentalidad no le comprenden y se pone en la actitud defensiva. Inclusive a veces, el fanatismo delirante puede repercutir en la personalidad, provocando inclusive una doble personalidad. Cuando alguien se convierte en seguidor incondicional de un grupo o secta, vive en dos mundos: el que le rodea y el de la organización, donde ambos suelen ser incompatibles.
El estúpido o fanático se comporta como si poseyera la verdad de manera tajante. Afirma tener todas las respuestas, y, en consecuencia, no necesita seguir buscando a través del cuestionamiento de las propias ideas que representa la crítica del otro. La estupidez, pues, se caracteriza por su espíritu maniqueo y por ser un gran enemigo de la libertad. Los lugares donde impera la estupidez son terrenos donde es difícil que prospere el conocimiento y donde parece detenerse el curso del pensamiento crítico.
Las redes sociales y la estupidez. Se dice que las personas promedio son analfabetas funcionales, aunque sean profesionales, enfocados en metas materialistas alejados de la cultura y otro cliché establecido es que los centros comerciales son las iglesias de la posmodernidad. No es un secreto tampoco, en concordancia con los patrones que imperan hoy, que el scroll (gesto de deslizar la pantalla) termina por determinar el comportamiento de las masas. Llevando al usuario a confundir la diversión y la burla con juicios hacia determinadas figuras sociales, entrenándolos para dar “el okey” a quien consiga la mayor dosis de aprobación colectiva en torno a un contenido viral.
En este sentido, los algoritmos que conforman dichas redes sociales tornan en extremo peligroso a todo patrón ligado a buscar la aprobación del colectivo en base a “memes” y burlas sustentadas por la sátira de personajes determinados. Resulta surrealista que sean los llamados “influencers” los guías del poder inconsciente de la dirección política de las mayorías, creando figuras peligrosamente poderosas, que tienden a proponer soluciones simplistas a problemáticas socialmente sensibles e, indefectiblemente, conseguir la aprobación colectiva a base de contenido de naturaleza peyorativa.
El algoritmo no juzga el contenido de las publicaciones que lo conforman, sino que lo analiza y se adecúa a el requerimiento de quien lo utiliza, priorizando los gustos de este por encima de cualquier rasgo o cualidad que el video o publicación posea.
Si bien pensaríamos que cada algoritmo es personal e independiente, el mismo posee un cierto orden general, conformado por “tendencias” o contenido con mayor número de interacciones. Llevando a sugerirnos “videos de gatitos”, videos virales de influencers siguiendo un “trend” o tendencia, publicaciones de “memes” (imagen o video de índole satírico o divertido) e incluso contenido con personajes en extremo sexualizados.
No estoy afirmando que todo el contenido de las redes sociales sea estúpido, pero le corresponde a usted estimado lector, realizar su propio análisis, y hacer una proyección porcentual en ese sentido. De ahí que gente que no lee libros, pero navega en internet, forma su opinión a partir de lo que consume en la web.
La dictadura de la estupidez. Consiste en un ambiente (familia, país, gobierno, empresa, institución, etcétera) donde solo tienen valor las opiniones y puntos de vista de una reducida élite que moldea la opinión mayoritaria. Los entornos dirigidos, administrados y normalizados por estúpidos, se caracterizan por ser extremadamente excluyentes, egocéntricos, anquilosados, mediáticos, arrogantes, prepotentes y megalómanos.
Alrededor de la dictadura de la estupidez, es imposible que la creatividad, la innovación, la sinergia y la sinceridad florezcan y produzcan frutos. La estupidez humana es una fuerza restrictiva, que obstaculiza la productividad de las organizaciones y castra las relaciones humanas. Los estúpidos solo se mueven y construyen redes de amistades por intereses. En pocas palabras, los estúpidos no tienen dignidad. Son asiduos creyentes de que el fin justifica los medios, o como decía mi recordado y admirado mentor, el magistrado Alfonso Chaves Ramírez (q. e. p. d), todos sus afectos están pegados con mocos.
Definitivamente, el mundo actual está rodeado de muchos estúpidos con grandes cuotas de poder. Muchos líderes políticos de los países más desarrollados del mundo, en complicidad con algunos de los CEO de las compañías transnacionales, pretenden controlar cuanto existe en el mundo. Existen las posibilidades de que muchos estúpidos maniobran para implantar un gobierno global, que les facilite controlar y limitar la libertad de todos los seres vivos que habitan la Tierra. La estupidez humana ha promovido atrocidades a través de la historia, como la esclavitud, el Holocausto de la población judía, los conflictos bélicos entre países, el ecocidio del planeta, todas las formas de discriminación entre personas, entre otras tantas estupideces.
Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.