Un Estado puede, según las potestades que le da el Estatuto de la OEA, “renunciar” a ser parte de dicho organismo. Para esto, se lleva a cabo un proceso conocido como la denuncia de la Carta (Art. 143). Este consiste en que el Estado en cuestión, en este caso Nicaragua, realiza un procedimiento donde denuncia la Carta de la OEA y expresa su intención de dejar el organismo. Así planteado, la denuncia tendrá efecto hasta dos años después de ser notificada a la Secretaría General.

El 19 de noviembre de 2021, Nicaragua notificó oficialmente a la Secretaría sobre su propósito de retirarse formalmente de la OEA alegando “actitudes injerencistas” hacia el país. Por tal razón, es hasta el 19 de noviembre de este año que su denuncia surtirá efecto. Esto quedó ratificado, nuevamente, tras la Resolución del Consejo Permanente de la OEA del pasado 8 de noviembre. Acá, se aprobaron por consenso una serie de aspectos considerando la salida de Nicaragua y el porvenir de la situación. Los Estados Parte lamentaron profundamente este suceso en vista de la preocupación que genera y el impacto negativo que podría tener sobre el Sistema Interamericano.

Además, se reiteró que Nicaragua debe seguir cumpliendo con sus obligaciones en materia de Derechos Humanos. Esto debido a que ha ratificado numerosos instrumentos internacionales sobre derechos humanos que seguirán en vigor a pesar de su salida de la OEA y hasta que sean denunciados conforme dicta el Derecho Internacional. En otras palabras, a pesar de que Nicaragua dejará de ser miembro de la OEA, el país debe seguir cumpliendo con sus compromisos adquiridos por medio de otros instrumentos internacionales. Entre estos, los que respectan a los derechos humanos.

Toda esta odisea responde a un contexto de grave crisis política y diplomática que está atravesando nuestro vecino del norte. Liderado por los dictadores Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, el país ha adoptado posturas hostiles contra la oposición y toda persona que critique al régimen. Desde periodistas y universidades, hasta la Iglesia Católica y ONGs como la Cruz Roja. Inclusive, el pasado 24 de abril de 2022, el canciller de Nicaragua anunciaba la expulsión de la OEA del país y el retiro de todos sus diplomáticos ante el organismo.

A este panorama le acompaña una postura aislacionista en el plano internacional. Nicaragua ha optado por una estrategia en solitario; prefiere enfocarse en sostener el poder a nivel interno sin mayores esfuerzos en construir una política exterior integral que abarque las relaciones de amistad entre los países. Estas tácticas no implican necesariamente rechazar toda forma de relaciones diplomáticas con otros Estados, sino que, de manera muy selectiva, decide con quiénes mantener relaciones más fuertes. En este caso, uno de los principales aliados de Nicaragua es Rusia, pues comparten principios como la defensa de la soberanía y la no injerencia en los asuntos internos de cada Estado. Dicho esto, ¿qué debe hacer Costa Rica ante este panorama? ¿Cómo debemos procesar los cambios en la arquitectura global que llevan a sucesos como la salida de Nicaragua de la OEA?

Costa Rica debe observar con delicadeza y malicia esta nueva coyuntura. No podemos caer en la ingenuidad y dejar pasar esta situación como si fuera algo casual. El peor error que podríamos cometer como nación es normalizar actitudes como las adoptadas por Nicaragua. No es normal y jamás debería ser aceptable que un Estado renuncie a su condición de miembro de una organización multilateral como la OEA. La normalización de estos hechos pone en riesgo la existencia misma de los espacios de diplomacia conjunta entre países. Si hoy fue Nicaragua, ¿qué nos asegura que mañana no será El Salvador, Guatemala, Cuba o cualquier otro país?

Ante una arquitectura global que está atravesando uno de los cambios más importantes desde el final de la Guerra Fría, Costa Rica debe observar minuciosamente su política exterior. No dejar pasar por alto hechos que amenacen con el multilateralismo regional y mucho menos aquellos que propongan un riesgo a la soberanía y los intereses del país. La salida de Nicaragua de la OEA es, sin duda alguna, un suceso lamentable en la historia diplomática de la región. Es, en su más simple expresión, la ejemplificación misma de los errores que la diplomacia interamericana no logró prevenir ni resolver. Solo queda estar atentos al porvenir de la situación nicaragüense y redoblar los esfuerzos en el plano internacional para prevenir, a todas luces, que un suceso así se repita.

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