Don Luis Felipe González Flores, gran maestro e historiador costarricense, nos dice en el prólogo de su célebre Historia del Desarrollo de la Instrucción Pública en Costa Rica (1961) que, si no queremos incurrir en los errores en que cayeron nuestros antepasados, debemos conocerlos para así no repetirlos.
En definitiva, nos encontramos en época de errores. Así lo muestra el descontento de la academia, del gremio docente, de la investigación costarricense (incluyendo los lamentables datos del Estado de la Educación) y de la población en general. Errores tan garrafales como el suscitado hace pocas horas donde el Ministerio de Educación Pública le explica a un sector de la población sorda cómo deben de ser los apoyos que deben recibir, sin siquiera tomar su consideración.
Quizás una de las más grandes preocupaciones que podemos encontrar en el porvenir de la educación costarricense más allá de la falta de una ruta clara de trabajo o de la aplicación de unas muy cuestionadas pruebas nacionales, es la escasa voluntad política para una adecuada inversión en educación.
Esta situación (lamentablemente) no es nueva. Doña Emma Gamboa, la destacada maestra costarricense y fundadora de la Facultad de Educación de la Universidad de Costa Rica, en la colección ¿Quién fue y qué hizo? nos presenta un ensayo fundamental del pensador, político y benemérito de la patria, el maestro ejemplar don Omar Dengo llamado Escuelas, caminos… donde se plasman dolorosas similitudes a nuestro tiempo. Siguiendo el consejo de don Luis Felipe González, me permito hoy retroceder un siglo para revisar nuestros errores y así buscar no repetirlos.
Don Omar nos refiere en su ensayo una discusión en el Congreso Nacional en las primeras décadas del siglo pasado sobre la clausura de algunas escuelas y colegios en función de utilizar el dinero destinado para la manutención de estos espacios para la creación de caminos.
El argumento general de los políticos de antaño, nos dice el autor, discurre en dos vías: La mala calidad de la educación y la crisis económica. Sobre este asunto, don Omar hace el planteamiento de una crisis educativa a nivel mundial. En el periodo entre guerras, la crisis se mantuvo desde Alemania, hasta Inglaterra. Desde Rusia a Estados Unidos. Si como humanidad pudimos salir de aquel bache, ¿Cómo no del actual? El problema educativo no se soluciona solo aceptándolo, sino enfrentándolo.
El problema de la mala educación en la escuela no es de los maestros o solo del Sistema Educativo, es de la sociedad. Dice don Omar:
La escuela mala no es sino un signo inequívoco de una organización social, política y administrativa, mala también… Y atacar a la escuela en el momento en que pide dinero, para no dárselo, es acusar un desconocimiento básico del problema. Negarle oro a la escuela porque por deficiente no lo merece, equivale a negarle agua a la tierra de cobradío pretextando que está agrietada de sequía.”.
Nos dice, además:
Recordamos que algún educador pedía para las escuelas ideales, maestros ideales, planes y métodos ideales, pero también discípulos ideales. Padres de familia ideales podrían pedirse también, y ciudadanos ideales, y gobiernos ideales.”
Seamos esa sociedad ideal que pueda enfrentar esta hora de crisis. Entendamos que los recortes económicos o la eliminación de programas educativos no son la formas para mejorar nuestra educación.
Creamos firmemente, como nos recuerda don Omar que “de la puerta de la escuela partirán ellos hacia los horizontes, y de ella saldrán, sobre los caminos, hacia el porvenir, las generaciones mejores que, engrandeciendo a las presentes, debemos preparar.”
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