Las noticias relacionadas al narco tienen mucha relación con el aumento del crimen a mano armada, el aumento de importación, portación y uso de armas de fuego, el aumento de la aceptación y cultura popular manifestadas en actividades recreativas de ataque y competencia y, muy especialmente, el sentimiento imperante de que andar armados nos garantiza protección y seguridad. Aun así, debemos tener en cuenta que las armas de fuego son para ser usadas: quien tenga un arma —legal o ilegal— es porque en algún momento la podría usar.

Estados Unidos encabeza toda una cultura bélica que comienza en su segunda enmienda constitucional bajo la interpretación del derecho a portar armas, pasando por el gran aumento del crimen a manos de armas de fuego, la venta de armas a carteles en otros países, el aumento en consumo de estupefacientes en su país, los efectos de la Ley FATCA (Foreign Account Tax Compliance Act) en el sistema bancario costarricense y a unos 40.000 ciudadanos estadounidenses que viven fuera de su país, FATCA los ha obligado a renunciar a su ciudadanía para poder obtener empleo.

Por si fuera poco, dicha cultura bélica tiene su clímax en el número extraordinario de tiroteos en espacios públicos: en lo que va del 2023, ha habido más de 500 tiroteos masivos en Estados Unidos, según cita la organización Gun Violence Archive.

Por lo tanto, es un hecho que la tal “War on drugs” más bien se ha convertido en un gran negocio y fuente constante de corrupción y oportunidad, lo cual nos trae dudas en cuanto al posible éxito de cualquier operativo llevado a cabo para controlar el narco, siendo más verosímil que se formen alianzas ilícitas dentro del sistema de operación de los carteles y grupos anexos.

¿Qué pretende el presidente Rodrigo Chaves al hacerse acompañar por guardaespaldas armados hasta los dientes? ¿Para qué ese desplante armado en un país sin ejército y, supuestamente, en un país que prohíbe la caza? Si el desplante es para amedrentar, lo que logra es asustar a quienes no estamos acostumbrados a asociar al presidente con tanta arma de fuego, pero es de esperarse que sí empodere a quienes admiran regímenes totalitarios en otras culturas. Más bien es una medida de división de pensamiento entre lo totalitario y la paz, y también denota falta de consecuencia en las intenciones del bociferante mandatario: si pretende reducir el nivel de violencia a mano armada, mejor no hacerlo restringiendo solamente las armas ilegales, ni aumentando arsenales.

Espero que dentro de los esfuerzos enumerados por el presidente Chaves para combatir el creciente número de homicidios y criminalidad en general, se tome en cuenta que dichas leyes y medidas no deben castigar a la gente común y mucho menos, cruzar la línea fina entre la mano fuerte contra el crimen y posibles fallas en el tema de derechos humanos, tal como lo ha impuesto el totalitarismo Bukele en El Salvador. Igual sucede con la idea de implementar castigos (extradición, intervenciones telefónicas, restricción de garantías en las cárceles...), que puedan llegar a castigar a personas que resultaran ser inocentes.

Quienes piensen que la función de un ejército es resguardar la paz y el orden de la población, debieran recordar que esa función ocurre solamente con el propósito de proteger a su país contra una invasión o guerra. Por lo demás, las fuerzas armadas no calzan en un país con trayectoria de paz, y si la actividad criminal en cuestión es perpetrada con armas, lo mejor sería eliminarlas todas de las manos del hampa.
Ante falta de seguridad y protección, lo lógico es invertir en un cuerpo policial mucho mejor pagado y mejor entrenado, en vez de confundirnos con la idea del castigo en las cárceles.

Si observamos tendencias en el mundo, nos damos cuenta de que quien anda con arma, desarrolla cualquier cantidad de excusas para usarla y para aumentar su radio de acción, tanto a nivel de “protección”, como a nivel de actuación política y social. Esperemos nunca tener que lamentar la tragedia de un tiroteo masivo, porque para entonces, sería mucho más difícil dar la vuelta hacia la cultura de paz que tradicionalmente hemos disfrutado.

Por lo tanto, éste es el momento preciso para abogar por el desarme.

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