Hace 51 años en una sala de maternidad del Hospital México en San José, una mujer de 20 años no podía creer lo que decía el doctor mientras sostenía una recién nacida en sus manos: “es una muñequita”.

¡No puede ser, yo esperaba un niño!, dijo en ese momento la primeriza.

Ella tenía listo un nombre de niño, la ropa del niño y se había imaginado siendo la mamá de un niño.  En pocos minutos, tuyo que ajustar los planes, encontrar un nombre de niña y convertirse en mi mamá.

Imagino que no es una historia extraña para la gente de mi generación.  Revelar el sexo del bebé era parte de la experiencia del parto, y la gente preguntaba: ¿ya se mejoró? ¿qué le regalaron?

Años después, los avances en la atención prenatal hacían casi imposible esperar las 40 semanas, porque en alguno de los ultrasonidos de control si “se dejaba ver”, se podía saber si era niño o niña, pero siempre con respeto, la persona a cargo preguntaba si los padres quieren esperar la sorpresa.

Después vinieron los exámenes de sangre a las pocas semanas de embarazo para acabar pronto con el misterio. Parece que ahora, para todo, es imposible tener paciencia, también en esto hay una urgencia, una tendencia a dominar y controlar los procesos naturales; y ya que no podemos interferir en el género, al menos tenemos que saberlo rápido; conocer el sexo del bebé también es parte de la vida fast.

Se ha creado una nueva industria de la revelación del género del bebé. Después de la fiesta del compromiso, de las despedidas de soltera y soltero, de matrimonio, y antes del baby shower, hay una nueva razón para consumir, gastar dinero, comprar comida, globos y vajillas plásticas, y ojalá idear alguna excentricidad que supere lo que hizo la amiga o familiar.  También es un momento óptimo para reforzar los estereotipos, pues en el 99% de los casos, los niños vienen azules y las niñas rosadas.

Hace tan solo unos días en México, el piloto encargado de tirar el polvo rosado sobre los futuros padres y sus invitados, estrelló su avioneta y murió.  Lo que debía ser un momento de 1000 fotografías de risas y abrazos se convirtió en una tragedia de 1000 noticias alrededor del mundo, empañando la felicidad de, al menos, dos familias.

Esta semana desde las Naciones Unidas se volvió a advertir: se ha desatado la tragedia climática, después de los 3 meses más calientes de los últimos 150 años, con la sexta extinción de las especies en marcha, el Océano en crisis, la inseguridad alimentaria, las migraciones en ascenso y la escasez de agua potable.

Es momento de despertar, es hora de la sobriedad, de la mesura, de decrecer las economías y eso significa empezar a decrecer nuestro impacto personal, tenemos que ahorrar recursos, es hora de aprender a vivir con lo esencial, de reducir el consumo innecesario, de evitar el desperdicio, de hacernos cargo.

Estamos en la década Ta-Ta, nos quedan poco más de 6 años.  Lo que hagamos antes del 2030 será lo que determine el tipo de vida que tendrán esos niños y las niñas que hoy estamos trayendo al mundo en medio de tanta alegría; de nosotros depende que puedan conocer un planeta vivo con los colores vibrantes del colibrí y la Morpho; con los verdes, amarillos y naranjas de nuestras flores y frutas; o un planeta muerto, árido, apagado y gris.

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